Con motivo de la conmemoración del Mes de la Biblia, el P. Yuventus Adur SVD (oriundo de Indonesia), párroco de la Parroquia Espíritu Santo de Fresia, comparte su experiencia misionera en suelo nacional y el modo en que la Palabra de Dios ha guiado su camino al servicio del pueblo de Dios.

El inicio de un nuevo rumbo

A mediados de mayo del año 2003 aterricé en tierra chilena con un espíritu de entusiasmo, llena de utopías e ideales como sacerdote y misionero, y con la ilusión de cambiar el mundo y su alrededor. No obstante, una cosa es la ilusión o ideales y otra cosa es la realidad. Muchas veces los ideales son contrarios a lo que se puede observar o vivir en la realidad. Es por eso que es necesario aterrizar las ilusiones o ideales en un contexto o una realidad cotidiana.

Lo anterior, sin duda, requiere la capacidad de renuncia, de “dejar lo mío” para poder entrar y adaptarme con el otro.  Es un proceso lento y muchas veces doloroso, en el cual hay que seguir con mucha humildad y paciencia. Hay que volver como un niño que empieza a aprender a hablar y también adaptarse con sus ambientes alrededores. Aquí el compromiso para aprender otra cultura y sus tradiciones es primordial. Este compromiso sin duda me lleva a ser más humilde, y más abierto al otro y al mundo en este camino largo que recién empieza.

En este camino largo y sin horizontes, muchas veces me siento muy cansado, desanimado, triste, frustrado por las dificultades y problemas, tanto personales, sociales, como también de la sociedad, encontrados en este caminar, pero también en otro tramo de este camino siento alegría, gozo y la fortaleza no solo por el trabajo y la misión realizada sino por caminar juntos formando parte de personas que el mismo Señor Jesús me ha entregado a confiar. Pero, por sobre todo, por confiar plenamente al Verbo hecha carne, que es el mismo Jesús el maestro quien me ha llamado a seguirlo en este camino.

El mandato misionero que Jesús entregó a sus discípulos hace más de miles de años atrás hoy se actualiza en misión. Es el mismo Cristo quien me dio este mandato. “Vayan y hagan que todos sean mis discípulos” (Mat 28, 19).  Hoy me encuentro literalmente en el “fin del mundo” (Chile) haciendo esta misión, testimoniando la “Buena Nueva” con palabras y hechos.

El verdadero discípulo del Verbo es aquel que es capaz de renunciar hasta lo más querido

Seguir a Jesús requiere un compromiso radical hasta renunciar a los seres más queridos que son las familias. “El que ama más a su padre y a su madre no es digno de mí” (Mateo 10,37). Aparentemente esta condición es muy fuerte y se contradice con el sentido común sobre la vida familia, en la cual es importante honrar y amar a los padres tal como lo que se ha señalado en los Diez Mandamientos: “Honra a tu padre y a tu madre”. Y no hay otra manera de honrar a los padres sin amarlos.  No obstante, lo que pide Jesús no es negar a la familia, sino más bien poner a Jesús o el Reino de Dios por sobre todas las cosas.

El maestro planteó otro tipo de familia: que la familia verdadera va más allá de lazos sanguinarios. La familia para Jesús es aquellos que son fieles a la Palabra de Dios: “Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mateo12, 50). En este contexto, no estoy perdiendo y menosprecio a mi familia de sangre sino más bien se agranda más mi familia. Ya no solamente mis hermanos y hermanas de familia nuclear si no también aquellos con quienes y para quienes estoy misionando también son parte de mi familia. En esta lógica, si bien Jesús exige renunciar a lo mío, pero al mismo tiempo estoy recuperando mucho más todavía. “Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19, 29).

 

El P. Yuventus Adur SVD, actualmente es párroco en Fresia.

El encuentro con mi “nueva familia” en nombre del Verbo

La misión en esta tierra chilena me ha llevado a conocer diferentes lugares a lo largo de Chile, en la cual me encuentro con mis “nuevas familias” que ha puesto Jesús en este caminar. Algunas de las que me han abierto las puertas sucedió en Entre Lagos, una pequeña ciudad ubicada en el sur de Chile. En esta zona la  lluvia y el frio son pan de cada día, lo que me dificultaron un poco en la adaptación pues he venido de un país con clima más calurosa. Sin embargo, la acogida y la calidez de la gente sencilla de esta parroquia me ha ayudado a superar esta dificultad. A partir de entonces ya me siento uno más de esa familia entrelaguina. Empecé a integrarme en los grupos pastorales tales como grupo de catequesis, EPE, EJE, entre otros, para en conjunto llevar a cabo la misión que el Señor nos ha encomendado.

La misión ya está en marcha y un misionero es aquel que siempre está en esta marcha, esto significa que uno no se puede quedar solamente en un lugar. Tal como lo que dijo el maestro: «Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que Yo predique también allí, porque para eso he venido» (Marcos 1,38). Es por eso que de Entre Lagos he seguido el camino de la misión hacia Osorno. De la misma manera como ocurrió en Entre Lagos, en esta comunidad se ha ido agrandando la familia. Poco tiempo después seguía el camino de misión hacia tierra de los mapuches, más exactamente en Puerto Domínguez, región de La Araucanía; aquí nuevamente se agranda la familia, lo que ocurre también en Los Ángeles, Quepe y Fresia. Se da por cumplido lo que decía el maestro: el que por el Reino de Dios deja a su padre, madre, hermanos y hermanas, recibirá ciento por ciento más.

En esta misión, quisiera destacar dos personajes importantes que el Señor ha puesto en mi camino, los cuales considero como compañero y además mi familia. Primero es el humilde servidor del Verbo, el padre Valeriano Casado, oriundo de España. Él era muy humilde. Era un amante de lengua griega, por donde iba siempre lo acompañaba un diccionario griego. Además de amante de la lengua griega también era admirador de la Palabra de Dios. Por eso sus compañeros fieles de camino cada día eran el diccionario griego y una biblia español-latina. No podía pasar el día sin leer y meditar la Palabra de Dios. El estilo de vida de este servidor humilde me impactó profundamente. De él he aprendido a profundizar cada día la Palabra de Dios, que la Palabra de Dios es como una luz que no solamente ilumina, sino también orienta y direcciona la vida.

Otro personaje que considero importante en esta misión es el padre Manuel Bahl. Tuve la gracia de poder caminar junto con él en esta misión. Él era amante del Verbo Divino. Era muy conocido por su gran entrega a la palabra de Dios, formando grupos bíblicos en comunidades que le ha tocado trabajar. Su espíritu misionero del Verbo Divino se veía reflejado en su vida cotidiana. Con su martillo en la mano para trabajar como maestro del carpintero y con la Biblia, la Palabra de Dios en su corazón, llegando al corazón de las personas el Verbo Divino.

Estos dos humildes servidores del Verbo me han enseñado que como misionero del Verbo Divino es de suma importancia poner las rodillas de bajo de los pies del Señor para escuchar su palabra, tal como lo hacía María, hermana de Marta, cuando Jesús visitó a su casa. Es necesario dedicar un minuto de cada día al encuentro con el Verbo, pues el mismo Verbo quien nutre nuestra vida espiritual, para poder superar nuestras flaquezas y además nos ilumina y orienta en nuestra misión. La fuerza de un misionero del Verbo Divino es el mismo Verbo Divino.