*Por: P. Roberto Díaz SVD

El hombre no se puede separar de Dios, Ni la política de la moral” (Tomás Moro).

El 22 de junio el calendario católico recuerda a santo Tomás Moro, mártir.

Tomás Moro, fue un destacado político y humanista inglés. Nació en Londres, en 1478, murió en esa misma ciudad en 1535, decapitado por orden del Rey Enrique VIII. Fue beatificado por el Papa León XIII en 1886 y canonizado por Pío XI en 1935. Es patrono de políticos y gobernantes.

Estudió en la Universidad de Oxford y accedió a la corte inglesa como jurista. Su experiencia como abogado y juez le hizo reflexionar sobre la injusticia del mundo, a la luz de su relación intelectual con humanistas europeos, como Erasmo de Rotterdam. Desde 1504 fue miembro del Parlamento, donde se hizo notar por sus posturas audaces en contra de las injusticias.

Por su capacidad intelectual, fue promovido a cargos de importancia: embajador en los Países Bajos (1515), miembro del Consejo Privado (1517), portavoz de la Cámara de los Comunes (1523) y canciller desde 1529. Fue el primer laico que ocupó este puesto político en Inglaterra.

Como canciller ayudó al rey a conservar la unidad de la Iglesia Católica de Inglaterra, rechazando las doctrinas de Lutero; e intentó, mientras pudo, mantener la paz exterior.

Sin embargo, acabó rompiendo con Enrique VIII por motivos de conciencia, ya que era un católico convencido. Tomás Moro declaró su oposición a la política real y dimitió como canciller, cuando el rey quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena; el rey además rompió las relaciones con el Papado, se apropió de los bienes de los monasterios y exigió al clero inglés un sometimiento total a su autoridad. Inglaterra pasó de la religión católica a la anglicana, dirigida por el mismo Enrique VIII.

Tomás Moro fue encerrado en la Torre de Londres, y en 1534 decapitado.

Su obra más importante como pensador político fue su libro “Utopía”. En el cuestionaba el orden político y social establecido, bajo la fórmula de imaginar una comunidad perfecta caracterizada por la igualdad social, la fe religiosa, la tolerancia y el imperio de la Ley, combinando la democracia en las bases con la obediencia general a la planificación del gobierno. Planteaba la posibilidad de crear un estado justo en la que todos sus habitantes alcanzan la felicidad, por la organización del Estado, que cree que es la mejor y única forma de gobernar honestamente.

Pues bien, en tiempos en que la política y los políticos están tan desprestigiados podemos encontrar en este hombre laico un ejemplo de vida, modelo para quienes desean consagrar su vida al servicio público. Tomás Moro fue un político honesto por su afán de servir, veía la política como su modo de servir a Dios: su vocación.

En tiempos en que pareciera haber un divorcio entre convicciones profundas y política, este ferviente católico fue capaz de permanecer fiel a su conciencia, que al decir del Concilio Vaticano II es: “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium et Spes 16).

Esta fidelidad a sí mismo lo motivó a hacer política desde sus principios humanos y cristianos, y no desde las simples estrategias para conseguir o mantener el poder a toda costa, como enseñaba por ese mismo tiempo Maquiavelo.

Estos principios lo sostuvieron para sacar las consecuencias de sus actos con valor y altura humana, oponiéndose a una política inhumana y renunciando a su alta dignidad, sabiendo que de esta manera se exponía en extremo personalmente, hasta el martirio, como ocurrió.

Por último, su propuesta política hunde sus raíces en los valores del Reino de Dios, y con lo que otros, antes que él, ya habían aportado. Fue influenciado por la vivencia de las primeras comunidades cristianas, como la narran los Hechos de los Apóstoles: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno” (2, 44-47); y las ideas de san Agustín en su obra “Ciudad de Dios”, entre otros.

Como escribió sobre él su contemporáneo Robert Whittington:

“Moro es hombre de la inteligencia de un ángel y de un conocimiento singular. No conozco a su par. Porque ¿dónde está el hombre de esa dulzura, humildad y afabilidad? Y, como lo requieren los tiempos, hombre de maravillosa alegría y aficiones, y a veces de una triste gravedad. Un hombre para todas las épocas. “

Tomás Moro puede ser un buen ejemplo también para nuestra época.

 

*Sobre el autor:

El P. Roberto Díaz Castro SVD es el encargado de Comunicaciones de la Provincia y también acompaña pastoralmente, como capellán, al Colegio del Verbo Divino de Las Condes.

Fue formador en el Juniorado Panam y ha servido en diversas parroquias verbitas, entre ellas, en Osorno, Rancagua, Quepe y Puerto Domínguez.