La vocación de transmitir la fe a los jóvenes
Francisco introduce así el segundo tema de su mensaje, tras el del ángel consolador: la vocación de los abuelos y los ancianos. Que es la de «custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños». Y lo subraya:
“No importa la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo o tienes una familia, si te convertiste en abuela o abuelo de joven o de mayor, si sigues siendo independiente o necesitas ayuda, porque no hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de transmitir las tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo.”
La fuerza del Espíritu supera toda duda y fatiga
A las naturales dudas de quienes ven agotadas sus energías, de quienes ven difícil empezar a comportarse «de otra manera» cuando a estas alturas «la costumbre se ha convertido en norma», o dedicarse «a los más pobres» cuando ya tienen «tantos pensamientos» para sus familias, o sienten la soledad como una «carga demasiado pesada», el Pontífice responde con una invitación a abrir «el corazón a la obra del Espíritu Santo que sopla donde quiere» y «hace lo que quiere».
Los ancianos son indispensables para construir el mundo del mañana
Francisco retoma cuanto escribió en su encíclica Fratelli tutti, esperando que esta crisis ligada a la pandemia, «no haya sido otro grave acontecimiento histórico del que no hayamos podido aprender». Para que «un dolor tan grande no sea inútil» y podamos dar «un salto hacia una nueva forma de vivir», afirma el Papa, dirigiéndose directamente al abuelo y al anciano:
“En esta perspectiva, quiero decirte que eres necesario para construir, en fraternidad y amistad social, el mundo de mañana: el mundo en el que viviremos – nosotros, y nuestros hijos y nietos – cuando la tormenta se haya calmado. Todos ‘somos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas’”
Los tres pilares: sueños, memoria y oración
Una nueva construcción con tres pilares, dice Francisco, «que tú, mejor que otros, puedes ayudar a colocar»: sueños, memoria y oración. “El profeta Joel pronunció en una ocasión esta promesa: ‘Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones’”.
“El futuro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes, pueden tomar los sueños de los mayores y llevarlos adelante? Pero para ello es necesario seguir soñando: en nuestros sueños de justicia, de paz y de solidaridad está la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, y juntos podamos construir el futuro”
A lo que añade: Es necesario que tú también des testimonio de que es posible salir renovado de una experiencia difícil. Y estoy seguro de que no será la única, porque habrás tenido muchas en tu vida, y has conseguido salir de ellas. Aprende también de aquella experiencia para salir ahora de esta.
Memorias de guerras y emigración
Aquí entra en juego el segundo pilar, la memoria: del doloroso recuerdo de la guerra los jóvenes pueden aprender el valor de la paz. El recuerdo de los que tuvieron que emigrar «puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor».
“Pero sin la memoria no se puede construir; sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria”
Una oración que protege al mundo
En su oración, el Santo Padre cita a su predecesor, el Papa Benedicto, «un santo anciano que sigue rezando y trabajando por la Iglesia» que, dijo en el año 2012, casi al final de su pontificado: «La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándolo quizá más incisivamente que el trabajo de tantos».
La voz de Dios: «Yo estoy contigo cada día»
El ejemplo es el del beato – y pronto santo – Charles de Foucauld, quien como ermitaño en Argelia, incluso en la soledad de su propio desierto, demostró que es posible «interceder por los pobres de todo el mundo y convertirse verdaderamente en un hermano y una hermana universales».
“Que cada uno de nosotros aprenda a repetir a todos, y especialmente a los más jóvenes, esas palabras de consuelo que hoy hemos oído dirigidas a nosotros: ‘Yo estoy contigo todos los días’. Adelante y ánimo. Que el Señor los bendiga”