*Por: Verónica Pérez
Desde mi origen mestizo mapuche, de haber estudiado y tenido la posibilidad de conocer el Cerrito del Tepeyac y la Basílica de la Virgen de Guadalupe, palpar y ver la fe incondicional del mundo indígena hacia la Morenita como se le dice en México y muchos lugares más, y de ella hacia el mundo, reconozco el gran instrumento que fue Juan Diego para el mensaje de la Virgen al mundo.
Su gran respeto, fe y misión a lo que le estaba ocurriendo en su vida y por ende le tocaría a su familia, me viene a la mente esta frase: “para llegar a Dios hay que aprender a ser humano”, y siento que eso me pasó a mí cuando entré al mundo mapuche hace 40 años en Puerto Domínguez al conocer la riqueza que tiene la religiosidad mapuche, su cosmovisión, el respeto a la tierra, al agua; a todo. Reconocen y respetan que todo tiene un gen (dueño), por ejemplo gen ko(dueño del agua) o también la acogida desinteresada cuando uno llega a una casa: la amabilidad es incondicional y libre.
«Esta Virgen retrata el carácter mestizo de la raza mexicana, una revaloración de los indígenas. Dicen que sin ella no se hubieran convertido al catolicismo». El Santuario de Santa María de Guadalupe, establece que la Virgen «quiso mostrarse a los antiguos pueblos indígenas con un atuendo lleno de símbolos (a manera de códice), que los habitantes de estas tierras pudieran entender fácilmente». También rescato lo que se acerca a Tonantzin y al lugar de las visiones como antigua deidad Tonantzintla, que se traduce como el “lugar de nuestra madrecita”.
Los indígenas que le rendían culto lo siguieron haciendo luego a la Virgen de Guadalupe desde que se le apareció a Juan Diego, en el mismo lugar, por ello todo el año viaja mucha gente a la Basílica de la Virgen de Guadalupe en el cerrito del Tepeyac, que está ubicado en un barrio muy humilde y de gente trabajadora.
Las imágenes de Tonantzin que tenemos son dos polos opuestos, pero complementarios, así como todo en la religión mesoamericana, pues una de ellas es el rostro que está en el museo de antropología y se conforma de dos serpientes que, de manera “poco estética”, forman un rostro que denota que ella puede crear y devorar el mundo; la otra un poco más próxima a la imagen que sería nuestra señora de Guadalupe, es una mujer morena, de pie sobre una media luna.
Al unir lo antes descrito siento que Juan Diego lo demuestra en su compromiso, sencillez, humildad respeto, riqueza espiritual y cercanía con la madre tierra, creyente, creencia por sobre todo en el cumplimiento de que cuando se da una palabra de hacer algo se realiza, cueste lo que cueste (lograr que levantaran el templo a la Virgen). Para nosotros como indígenas dar la palabra es lo más noble sagrado y veraz.
Hasta el día de hoy se le venera con mucho respeto y reconocimiento en su gran labor de acercar la Virgen al ser humano. Al recordar a Juan Diego en esta nueva celebración de él, siento que nos falta tanto por aprender y ser.
Su paso en la vida siendo indígena y católico es un misterio como para muchos de nosotros que nacimos siendo indígenas y católicos y no es fácil ver cómo unimos dos religiones y las llevamos en nuestro interior y que nos hace caminar y profesar ambas, en el diálogo entendimiento, reflexión y aprendizaje, que hacen tan bien.
La religión mapuche es dual: se le reza al hombre mayor, hombre joven, mujer mayor y mujer joven y la católica es trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
*Sobre la autora:
Véronica Pérez es integrante de la Pastoral Mapuche de Santiago desde donde ha acompañado por más de 40 años a los mapuche que residen en la ciudad.