*Por:  Hna. Anna María Dacrema HMA

Les quiero presentar a Laura,  una niña que sueña, juega, ríe, ama, sufre y reza. Una joven alumna que estudia, trabaja, dialoga con su amiga del corazón y comparte sus vivencias con los salesianos y las hermanas del colegio María Auxiliadora.

Ella vivió a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pero vive todavía hoy en tantos/as preadolescentes que llevan adelante situaciones en que sus derechos son vulnerados, con mucha integridad, amor y dignidad.

“No era para nada débil, era extraordinariamente frágil  y poderosa como todas las personas fuertes y profundas.” Splendore (2013), Margaret Mazzantini

Los invito a asomarse con respeto y discreción a la vida de Laura Vicuña, declarada Beata por la Iglesia Católica en 1988. Creció entre Chile y Argentina, nació en Santiago y falleció en Junín de los Andes. Quienes compartieron la vida con ella la describen como una niña sencilla, tímida, servicial, cariñosa y al mismo tiempo decidida y clara en su actuar y decir.

Su pequeño corazón de mujer guardó muchos secretos y sentimientos encontrados: alegrías, esperanzas, desilusiones, miedos, angustias. A su corta edad ha vivido el abandono del padre, la pobreza, la migración, el acoso por parte de la pareja de su madre, las críticas de sus compañeras, la incomprensión de su mamá y la enfermedad que la llevará a su prematura muerte.  En todo esto, ella misma afirmó que lo más lindo de su vida fue el encuentro con Dios que la hizo sentir profundamente amada.  Solo en  Él, encontró  la serenidad y la fuerza que le permitieron dar sentido a lo que estaba viviendo para “transformar su dolor en amor”.

La profunda vida interior de Laura, le ayudó a  asumir con valentía lo inevitable de su dolor e ir más allá de sí misma, para buscar un sentido más amplio a los acontecimientos. Tuvo la libertad de elegir qué actitudes tener frente a su mamá que niega la situación de riesgo que viven en su hogar; frente a sus compañeras que la ofenden y ridiculizan; y ante el conviviente de su madre que le ofrecía todas sus riquezas para que ella accediera a estar con él.

“Mamá ¿qué estás haciendo?”: la intensidad de esta pregunta deja a la madre sin  argumentos, no puede reconocer que no protege a su hija  del maltrato y  que ella acepta para sí misma una esclavitud que le quitaba toda dignidad de mujer.

A través de este camino de fe, Laura logró configurarse con el Amado y vivir con una espiritualidad consistente y tan simple como una niña.

Como mujer no buscó atajos y activó sus recursos generativos para dar vida según el Espíritu y acompañó a su hermana y su mamá para recuperar su vínculo con Dios, su dignidad y su valía como mujeres ante la desprotección  y el abuso de poder que vivían.

Laura asumió mayor responsabilidad con la familia, casi tomando el rol de una persona adulta y al mismo tiempo sigue siendo una preadolescente. Entendió que su futuro podría ser diferente. Muchos chicos no lo logran y se sumergen en situaciones de riesgo.

En el colegio, rodeada por personas que la aman y la cuidan, descubrió el “paraíso”, como ella lo define e invitó a su mamá a venir con ella, en este lugar alegre, lleno de amor, fe y respeto, donde cultivó relaciones cálidas y nutritivas. Aquí Laura desarrolló sus dones entre el estudio y la vida cotidiana con sus compañeras, la oración de la comunidad y la recreación en el patio salesiano. Aquí ella practica la caridad empática del Evangelio: “ninguno pasará indiferente a mi lado” afirmó.

Acompañaba a las chicas más pequeñas y les hacía de mamá, cuidaba a su hermanita, fue una válida colaboradora de las hermanas. “Para mí rezar y trabajar es lo mismo, es lo mismo rezar o jugar, rezar o dormir. Haciendo lo  que debo, cumplo lo que Dios quiere de mí; y esta es mi mejor oración”. Todo esto gestó en ella una gran fortaleza y valentía que fueron creciendo hasta hacerse más importantes en los difíciles momentos por los que pasó en su infancia y su enfermedad.

Laura en su vida y en su muerte reivindica y realiza su condición de hija, de hermana, de niña, alumna y mujer. Clama por su dignidad fundada en la experiencia de Amor de Dios para ella. La fuerza liberadora de Jesús la sostiene frente a la prepotencia de un hombre sin escrúpulos y la transforma en instrumento de Salvación para sus padres por los cuales sufre. Vive con integridad su pasión confiada en la presencia a su lado de Jesús y María, confortada por la oración del corazón. “Quiero iniciar en la tierra la vida que continuaré en el Cielo”, escribe.

Esta niña pudo encarnar en el cotidiano su experiencia del Espíritu y aprendió a mirar con los ojos de la fe su realidad tal como es y a entregarse a ella. Decidió pasar por su vida bendiciendo su historia y abriendo el corazón para dar buenos frutos: “El recuerdo de la presencia de Dios me acompaña y me ayuda siempre, doquiera yo me  encuentre”.

Podemos preguntarle a Laura: ¿quién te enseñó a ser una mujer así? ¿Quién te enseñó todo esto? Esto es el Misterio de la Vida en Dios que nos quedamos contemplando desde el corazón.

Para concluir quiero compartirles una enseñanza que me dejó una profesora que conocí durante el tiempo que viví en General Roca, Argentina:

“Hay heridas que nos dan maestría, hay heridas que sanan, 

Hay heridas que necesito dejar de raspar,

Hay heridas ajenas que duelen como propias.

Hay belleza en la herida y hay amor suficiente para la espera

Que la cicatriz sea una guía más“.

Miriam López

*Sobre la autora:

La Hna. Anna María Dacrema HMA, nació en Milán, Italia.  Es profesora de Ciencias de la educación y filosofía y Técnica en orientación vocacional y escolar por el Instituto Superior Juan XXIII de Bahía Blanca (Buenos Aires, Argentina). 

Participó del Curso de Formadores de Conferre 2012. Ha desarrollado su misión en la Patagonia Argentina por 25 años, viviendo en casas de inserción y en el hogar Laura Vicuña de Junín de los Andes y ahí mismo trabajó en el Centro de Espiritualidad Salesiana.

Actualmente desarrolla su tarea pastoral en Busto Arsizio (Italia).