Por

P. Yuventus Kota, SVD

(Provincial SVD Chile)

En el pesebre, Jesús  se hizo pequeño para  ser abrazado por nosotros. El que  abraza el universo necesita que lo sostengamos en  brazos.  El pequeño no tiene hogar, su hogar es nuestro corazón.  El Altísimo que se hace pequeñez  para engrandecernos. La pequeñez es su identidad y el horizonte de su camino para llevarnos  a la salvación. 

Mirando al mundo actual nos urge dirigirnos al niño Dios en pesebre para empaparnos de su espíritu e impregnar al  mundo  con nuevo espíritu sin  olvidar de  los sencillos y  los más necesitados. El espíritu que nos lleva a las nuevas  actitudes interiores como  consecuencia del abandono en  los brazos  del Padre Misericordioso. 

En un mundo que se encierra en los propios intereses, desde el pesebre el  Niño Dios nos muestra su belleza al  ofrecer su propia vida para salvar a toda la humanidad.  En un mundo  que prevalece el afán de  las necesidades más superficiales, el niño Dios desde el pesebre   ante los pastores   encarna su misterio  en la radicalidad evangélica. En un mundo de  individualismo, el niño Dios nos inserta en el valor de la sencillez  y humildad  para tener a los demás como compañero  a la felicidad.  En un  mundo que se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder,  el Niño  Dios señala el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, él nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro.

Desde el pesebre, los pastores  nos invitan a no buscar a Dios en lo extraordinario, en lo grandioso, en nuestros  deseos y sueños, sino en lo más sencillo y cotidiano, en las relaciones  con el mundo, con los demás y con nosotros mismos compartiendo las virtudes de la sencillez. En el pesebre comprendemos que el  arte de vivir como discípulo  de Jesús  es dejarnos crecer en la pequeñez  sin perder  las raíces,  nuestra gente y origen,  el camino recorrido que a  veces se vive arriba, otras veces abajo cada etapa lleva un aprendizaje.  Dejemos que la vida ocurra, simple; adaptándonos, tratando de ser siempre fuertes,  confía, fluye con la corriente, te va a sorprender a donde te lleva.  El  saber gozar de los pequeños detalles al ver en  ellos, reflejada la sencillez  de la vida que  nos pone el camino  de la felicidad.   Muchas veces la belleza está ahí, escondida, sin que nadie la vea… Ahí, esperando a que la descubramos.

Desde pesebre Jesús quiere enseñarnos a acoger  a la pequeñez, es decir;  Dios quiere venir  en las pequeñas cosas de nuestra vida y  quiere habitar en  las realidades cotidianas,  en los gestos sencillos que compartimos  en comunidad, en la familia, en centro de estudio y en el trabajo.

Desde el pesebre Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la vida. Si Él está ahí con nosotros, dejemos atrás los lamentos por la grandeza que no tenemos. Dejemos atrás   las quejas y  las caras largas,  la ambición y la amargura que nos deja insatisfechos.  En el pesebre ante  San José y La Virgen,  el Niño Dios  nos anuncia    que quiere venir  también a nuestra pequeñez: cuando nos estamos  débiles, frágiles, incapaces, incluso fracasados.  Así, como en Belén,  si estás en  la oscuridad de la noche, si las heridas que llevas dentro te claman: “no vales nada, nunca serás amado como anhelas”, en esta navidad, si percibes esto, el  Emmanuel te dice: “Tu pequeñez no me asusta, tus fragilidades no me inquietan. Me hice pequeño por ti. Para ser tu Dios me convertí en tu hermano. Soy tu hermano amado, no me tengas miedo, vuelve a encontrar tu grandeza en mí. Estoy aquí para ti y sólo te pido que confíes en mí y me abras el corazón”. (Papa Francisco).

Hablar de pesebre es hablar de sencillez, de la grandeza de lo pequeño, de lo pobre y de lo humilde. Pues, para ser sencillo hay que tener alma de pobre.  “Felices a los que tienen alma de pobre”  La consecuencia espiritual para los que vivimos  en búsqueda de Dios, es que poco a poco da  más valor a las cosas pequeñas, a los pequeños gestos a todo lo que en realidad constituye la trama oculta de la vida y que tiene sabor al amor del Niño Dios: una sonrisa, una mirada compasiva, una palabra sincera y amable. Esta sensibilidad nos lleva a  reconocer con gratitud y alabanza  todos los gestos de generosidad de Dios y de los demás.  La persona humilde y  sencilla no olvida fácilmente  la gracia y el bien que recibe. De aquí la búsqueda de abnegación en el seguimiento de Cristo. «El que quiera venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo…» Es el camino de la humildad, de la sencillez, de la Cruz y de la fe en  el Santísimo Sacramento  lo que nos permitirá caminar  junto  al Niño Dios.

Desde el pesebre los pastores nos invita a anunciar al mundo que;  “La  NAVIDAD es El Altísimo se hizo pequeño para engrandecernos. El Todopoderoso se hizo niño, para dejarse abrazar por nosotros. La Gracia de la pequeñez» nos envuelve en la oscuridad, para ser luz y esperanza, brillando para todos, especialmente a los más débiles”.