*Por: P. Yuventus Kota SVD

Que la Gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes (2 Corintios 13, 11-14).

San Pablo, en la solemnidad de la Santísima Trinidad nos invita a contemplar y a adorar la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, una vida de comunión, de amor divino y fraterno que nos llena de paz y nos conduce a la salvación.

La Santísima Trinidad es el misterio de amor y de fe, como dice San Juan evangelista, (Juan; 1, 1-19): “Nadie ha visto a Dios jamás, pero Dios – Hijo Único, él que está en el Seno del Padre nos lo Dio a conocer y (Juan, 3, 34) Aquel que Dios ha enviado habla de las palabras de Dios, y da el Espíritu sin medida”. Dios se nos ha querido revelar por medio de su Palabra. Dios en lo más profundo de su intimidad es una comunión de personas divinas, unidas por el amor”. Además, son las mismas personas que son el amor personificado: el Padre es el creador; el Hijo es el redentor; el Espíritu Santo es el santificador. Es un amor reciproco entre ellos, subsistente y personal, una relación de amor que crea una comunión de personas, pero en un grado infinito y divino, que existe por naturaleza, unidad y fecundidad.

Lo más maravilloso y sagrado del hombre es el amor, como decía   Dante Alighieri: “el amor es el que mueve el sol, el cielo y las estrella”. El amor todo lo puede, es capaz de superar todas las barreras y obstáculos   que se intervengan en su camino.    San José Freinademetz nos recuerda que: “el amor es el único lenguaje que comprenden todos los hombres”.   San Juan nos dice “Dios es amor”, por eso lo más bello, lo más noble, lo más maravilloso, lo más sagrado del ser humano es el amor. La mejor manera de agradecer en esta festividad es amar (San Arnoldo Janssen)    

Esta solemnidad del Amor Trinitario nos debe hacer más conscientes de que somos morada de la Santísima Trinidad, templo vivo de Dios y del Espíritu Santo (1 Cor. 3, 16). Por eso, debemos llevar una verdadera vida cristiana, una vida en comunidad, recordando lo que nos prometió nuestro Señor Jesús: “si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y en El haremos nuestra morada” (Jn. 14, 23). Esta es una hermosa llamada y maravillosa responsabilidad para participar de la vida íntima de Dios, que es Amor Trinitario, al amarnos unos a otros, como Dios en Jesús nos ha amado.

 Jesucristo, nuestro Señor, es la Palabra de Dios hecha carne, en él se nos ha revelado el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso, entreguémosle el amor de nuestros corazones y sigámoslo, puesto que él se ha convertido en nuestro modelo supremo (Constituciones del Verbo Divino 1898)    

La gloria de la Trinidad es que el hombre se salve por medio de Él, es decir, que el hombre sea plenamente la imagen y semejanza de Dios, que actúe según su vocación cristiana. El hombre no es lo que es según su existencia religiosa cuando se aleja de su origen divino y piensa que su imagen más perfecta se encuentra concentrado solamente en el poder y la fuerza mundana. La gloria de la Trinidad se opaca cuando el hombre, en su testimonio de vida, actúa o piensa que no ha sido creado por amor, que tiene la misión de amar a los demás, sino más bien su relación y servicio personal y colectivo está concentrado en el poder de dominio sobre el mundo y los demás.

Hoy, en esta solemnidad, debemos recuperar nuestra imagen, que no somos lo que somos cuando nos creemos dueños de la vida, que podemos hacer con ella lo que queramos, en lugar de respetarla, valorarla y amarla sabiamente. 

Hoy prometemos ante Dios Uno y Trino, que rechazamos el individualismo, aceptando que, a pesar de la diversidad entre nosotros, somos miembros de una sola familia de hermanos; que siempre promoveremos el diálogo, el respeto, comprensión y hermandad en el mundo; que aceptamos el compromiso y la responsabilidad de convivir en espíritu de comunión, como imagen de Dios Uno y Trino, pues Somos un solo corazón, muchos rostros; somos uno en el nosotros. Es una contradicción, como nos dice el Papa Francisco, pensar y ver en los demás que se maldicen, se maltratan y se odian entre sí.

Para que esta consciencia sea nuestro renacimiento en esta festividad de la Trinidad Santa, debemos evitar el verdadero virus de mirar cada uno por su lado, de vivir en pro del individualismo, el materialismo y el secularismo. Debe primar en todo cristiano una mirada fraterna, compasiva, justa, bondadosa y solidaria hacia los hermanos, para que los demás vean y perciban que el amor de Dios trinitario nos hace uno solo.

 Debemos tratar de vivir de la plenitud de la fe, por eso, ponemos en primer lugar el culto a la Santísima Trinidad y cada una de las personas divinas”. Adoremos y alabemos a nuestro Dios por todas sus obras cantando: “Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. La tierra está llena de su Gloria. Gloria al Padre, Gloria al Hijo Gloria al Espíritu Santo.  (San Arnoldo Janssen).

*Sobre el autor:

El P. Yuventus Kota es oriundo de Indonesia y actualmente es el Superior Provincial de los Misioneros del Verbo Divino en Chile.