Hoy, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, la Iglesia en Chile celebra a la Vida Consagrada. Por ese motivo, compartimos la siguiente reflexión de la hermana María Salomé Labra, religiosa de la Congregación Misionera Siervas del Espíritu Santo y actual Coordinadora Provincial de la misma comunidad.

La vida consagrada, a nivel mundial y a nivel latinoamericano, se organiza y reflexiona sobre nuestro aporte en la sociedad y el mundo que se nos regala vivir hoy. Desde la convicción de ser amadas e invitadas a donar nuestra vida y vivir en plenitud tras las huellas de Jesús y su opción por los más desfavorecidos estamos presentes en diversos rincones del mundo.

La realidad con sus desafíos viene a desafiar el paradigma de la vida consagrada vivido en la Iglesia por siglos, donde como mujeres, muchas veces, hemos sostenido la estructura eclesiástica que hoy nos inquieta, agobia e interpela por las incoherencias que han quedado en evidencia, en estos últimos años, ante la acusación y constatación de diversos tipos de abusos que se han ido dando en algunos sectores de ella. Esta realidad más la preocupación por el sistema económico predominante, las violencias y guerras, el deterioro del medio ambiente, el avance tecnológico, entre otros aspectos, despiertan al mismo tiempo, oportunidades de búsquedas y transformaciones, tanto es así que como pueblo de Dios estamos aprendiendo como vivir la Sinodalidad, como aterrizar “Laudato Si” y el “Pacto Educativo Global” a que nos impulsó el Papa Francisco. Realidades que claman y que escucha la vida consagrada buscando discernir cómo aportar hacia una mayor humanización de nuestras sociedades.

Desde la Unión Internacional de Superioras Generales  (UISG), se nos invita a “abrazar la vulnerabilidad” tanto nuestra como la de aquellos invisibilizados a quienes somos enviadas a servir. En tanto, la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) nos anima a mirar “a las Mujeres del Alba” aquellas que de madrugada salen para acompañar al que han perdido y darle una muerte digna, diríamos hoy., aquellas que no se dejan abatir y siguen sembrando vida con esperanza. No me detendré a profundizar sobre estas orientaciones, pues hay bastante material en la web para hacerlo.

Dentro de este contexto, la congregación a la que pertenezco ha vivenciado el 15° Capítulo General y nos ofrece orientaciones propias de nuestra espiritualidad y carisma para este tiempo. De ahí que, nos inspira la declaración “Inmersas en la danza de la Trinidad, somos urgidas a realizar un camino profético de transformación para volvernos una melodía de compasión en este mundo”   

Mi aporte

La compleja realidad de nuestro país, que va perdiendo el valor del respeto por el otro/a, del cuidado de la vida, de la capacidad de dialogar y acoger al que piensa distinto; que cuida de los animales y menosprecia la vida de los más desfavorecidos; que aún padece por los contagios de Covid 19; que enfrenta problemas de violencia en La Araucanía, de migrantes que no logran regularizar su situación en el país esperando, algunos, más de un año una respuesta que no llega de las instituciones correspondientes (con todo lo que ello implica); que pierde a tantos jóvenes y mujeres que se quitan o les quitan la vida; que teme asumir compromisos ante la incertidumbre de no llegar a término, que quiere algo nuevo y no sabe cómo encauzarlo; que se siente decepcionado por las corrupciones que percibe a distintos niveles y al mismo tiempo, confundido ante la decisión de aprobar o rechazar (decisión en blanco o negro como si no hubiera matices) del trabajo realizado durante un año por un grupo de ciudadanos elegidos para escribir la nueva Constitución del país… son algunos de los desafíos que visualizo en mi país.  Al mismo tiempo, en estas semanas nuestro país, ha sido sorprendido por una lluvia generosa y las montañas blancas de nieve, nuestro cielo azulado y el aire limpio que nos impulsa a respirar profundo y recrear nuestras energías, en un mes que nos recordamos de ser solidarios… en este país de múltiples contrastes vivo mi vida consagrada.

Y como dicen nuestras direcciones capitulares “reconocemos que somos parte de la oscuridad en la Iglesia y sociedad, sin embargo, desde nuestra vulnerabilidad, nos levantamos con esperanza y unidad con el mundo herido y dividido y nos comprometemos a vivir radicalmente nuestra consagración en comunidades interculturales, internacionales e intergeneracionales”.

Percibo el gran desafío de aportar nuestro grano de arena desde el testimonio y desde el servicio, la invitación a crear e irradiar, desde mí y nuestra vida consagrada, espacios de convivencia donde es posible sentirse reconocido, acogido y valorado por lo poco o mucho que puedo ofrecer; espacios de relaciones humanas que valoran la vida, reconocen al diverso, que hacen silencio para escuchar lo que se dice o balbucea y no solo reaccionar simplemente porque no piensa como yo; en que la diversidad de opinión, de creencia, de status, de género no es un arma que degrada, ridiculiza o anula el aporte del otro/a. Donde los errores y pecados son reconocidos, asumidos, perdonados y se ofrece la posibilidad de recomenzar de nuevo ¿quién no necesita que le den otra oportunidad para hacer emerger otras potencialidades que están encapsuladas en su ser…? Espacios en que se puede escuchar y disfrutar la melodía de la compasión que nos enseña Jesús en sus encuentros.

Como mujer consagrada siento el desafío de “latir con el corazón del mundo escuchando sus clamores y al mismo tiempo, seguir buceando en el mundo de mi corazón hasta encontrar la melodía de la compasión en que Dios Trinidad me quiere ver inmersa colaborando con todos/as en las transformaciones que nos hacen más humanos y hermanos/as. Y como vida consagrada, sueño con diálogos respetuosos y decisiones colaborativas, en que nos ayudamos mutuamente en la búsqueda valiente de nuevos servicios que sintonicen con las necesidades del mundo hoy, donde los valores del Reino quieren emerger y desarrollarse para el buen vivir de todos/as

En el día de la vida consagrada agradezco la vocación recibida, la de todos/as que siguen apostando por ser testigos de la ternura de Dios allí donde están insertos y sobre todo, agradezco la presencia del Espíritu que sigue generando la vida aún allí donde creemos que ya no la hay, nos sigue moviendo e invitando a nacer de nuevo, a cultivar las relaciones comunitarias con todos/as, a acompañar y sostener la esperanza de un Chile “que sea una mesa para todos/as”.