Me llamo Edisley y provengo de la hermosa isla de Cuba. Llevo 6 años en la gran familia “Arnoldina”, siendo parte de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo (SSpS). A lo largo de este tiempo mí estar y compartir la vida y misión se ha ido enriquecido de una manera maravillosa.

Haciendo memoria del pasado diré que provengo de una familia sencilla en la que soy la menor de dos hermanos. Mis papás no practicaban la religión por lo que conocí todo lo concerniente a la iglesia ya de niña grande y siguiendo los pasos de mí hermano que por decisión propia, también de niño, había empezado a asistir a una de las dos iglesias católicas del pueblo. En esos primeros años en que tenia de edad 12 y 13 recibí los sacramentos del bautismo, la reconciliación y comunión y empecé a participar en la catequesis de niños y posteriormente en los encuentros de adolescentes donde también comencé a ser yo catequista.

A la edad de 15 en mi país para poder continuar mis estudios fui a una escuela interna donde era muy difícil llevar el ritmo de religiosidad que hasta el momento tenia; ya no podía asistir a las misas dominicales con la misma frecuencia, ni podía participar de los encuentros juveniles; ya no podía llevar adelante una catequesis de niño. Pero siempre el Señor abre nuevos horizontes, así que como en nuestros colegios en aquel tiempo no se podía hablar de Dios públicamente, me encargaba a escondidas de reflexionar la palabra el domingo con los chicos que practicaban mi misma fe. Era difícil pero a su vez interesante ver cómo nos las ingeniábamos siempre para hacer estos encuentros de reflexión, que tristemente fueron desapareciendo por las dificultades que se fueron presentando y que hicieron que nos fuéramos enfriando, y donde a mí, en lo personal, se me hizo un poco distante el Señor. Estar con Él era un nadar contra corriente todo el tiempo y aunque nunca lo negué tampoco era fácil seguirlo en una sociedad que constantemente se le oponía.

Al salir del internado que duro hasta el primer año de mi carrera profesional si bien participaba de la eucaristía mi relación con el Señor era bastante distante, sin embargo una vez más Él se las arregló para acercarme nuevamente, haciéndolo esta vez por medio de la pastoral de adolescentes donde se necesitaba a alguien que acompañara este grupo y por lo cual se me pidió ayuda. Este fue el comienzo a un sin número de acontecimientos que dieron lugar a que poco a poco me fuera preguntando cuál era la voluntad de Dios para conmigo.

  Si bien las hermanas no están en mi parroquia y mucho menos en mi municipio, las conocí en las tantas actividades  pastorales que se realizaban y en las que yo participaba. Ellas como religiosas y yo como joven. Al inicio recuerdo que solo las miraba sin nada en concreto hasta que comencé a relacionarme más con ellas cuando se fueron a vivir al obispado de la prelatura por cuestiones de trámites. Durante ese tiempo conocí de su espiritualidad Trinitaria centrada en la persona del Espíritu Santo y el Carisma Misionero caracterizado para la disponibilidad a la misión universal.  Todo este conocimiento comenzó a despertar en mi, primero curiosidad y luego inquietud; cómo mujeres de lugares tan distantes como India, Filipina, Indonesia y un poquito más cercanos como Argentina, Chile y México podían dejar todo y venir hasta mi país. ¿Qué las movía con tanta fuerza?  Al tiempo de estos acontecimientos, ya en lo interior de mi corazón continuaba preguntándole al Señor cuál era su voluntad para conmigo. Así que uniendo ambas cosas sentí el llamado a hacer una experiencia con las hermanas. Conocer más de la congregación, ya no sólo en Cuba, sino también en los otros países donde están presentes. Conocer los sueños de nuestro fundador, de nuestras Madres y cómo las hermanas se empeñaban desde lo que son, en ser servidoras fieles de la proclamación de la Buena Nueva, donde no ha llegado, donde es insuficiente o donde simplemente se necesiten fuerzas para colaborar en lo que ya se está haciendo. Fue así que comencé un camino formativo, aspirantado, postulantado y el noviciado, cerrando esta etapa con mi primera profesión.

Durante los primeros 4 años, ya de juniora, que es la siguiente etapa en la que justamente me encuentro, me dediqué mano a mano con mis hermanas, a caminar al lado de las personas del pueblo a donde había sido destinada, a vivir sus alegrías, sufrir sus penas, acompañar en los agobios y en las incertidumbres. Recuerdo tantos momentos: llevar la Comunión a una persona mayor, ir al hospital a preocuparme por un enfermo, acompañar alguna familia que sufría el dolor de la pérdida de un ser querido, participar de novenas, Vía Crucis, procesiones… Pero también ser parte de la rutina del mismo pueblo. ¡Cuántas experiencias enriquecedoras viví! ¡Y cuántos desafíos también!

Al final del cuarto año tenía otro destino como misionera, Chile, donde me encuentro ahora. Una realidad totalmente distinta, con sus encantos y desafíos, pero con mucho para dar y para aprender.

Al arribar a tierras chilenas lo primero fue comenzar un proceso de adaptación, más que nada al clima, pues llegué comenzando el invierno y las temperaturas frías como que no se dan conmigo. También necesitaba ir de a poco conociendo sus costumbres, sus tradiciones y así irme insertando en esta realidad llena de novedades para mí, pero a su vez maravillosa. Comencé a admirar como, a pesar de la modernidad de estos tiempos defienden y valoran tanto lo que tienen de propio.

Después de ese proceso, que lo viví en nuestro convento de Santiago acompañada por todo el cariño y preocupación de las hermanas, me llevaron a mi nueva comunidad de misión: Chalinga, perteneciente a la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario en Salamanca, prelatura de Illapel al norte del país. ¡Otra experiencia inolvidable!

Ya estando en esa comunidad compartí mi ser misionero al lado de dos hermanas de Indonesia y en  materia pastoral acompañé espiritualmente un colegio de niños con necesidades educativas especiales. También ayudé a la formación de los catequistas de la zona y apoyé en las celebraciones de la liturgia dominical donde había ausencia sacerdotal. Fue lindo compartir  la fe, por casi un año, también en este pueblo y donde siento que mi vida y misión se enriqueció tanto. En el segundo año mi destino misionero volvió a cambiar retornando a Santiago, pero esta vez para complementar mi formación con estudios académicos, cosa que ha sido todo un reto pues a raíz de la pandemia que ha azotado al mundo y donde Chile no se ha quedado exenta, lo he tenido que hacer de manera online, recurso que hasta este momento era bastante desconocido para mí pero del que he sacado muchas cosas buenas.

Hoy voy de alguna manera cerrando esa hermosa experiencia misionera en este Chile querido. Está llegando el momento de volver a mi patria  pero una vez más reconozco y agradezco todo lo vivido y compartido, valorando además la riqueza de la interculturalidad donde cada hermana venida de diferentes partes del mundo  hacen realidad el sueño de Arnoldo Janssen, nuestro fundador que ¡Dios Uno y Trino viva en los corazones de todos! ¡Cuánta felicidad siento de ser una de este grupo de mujeres consagras al Señor y al servicio de la proclamación del Evangelio!

El 7 de febrero renovó sus votos

Hermanas SSpS junto a Edisley en el día de sus votos