La guerra no tiene rostro de mujer. 

Svetlana Alexiévich. 

Vivo a dos horas en avión de Kiev, aún siguen llegando a mi ciudad, Friburgo, refugiados ucranianos. Los primeros en llegar, a los días de comenzar la guerra, fueron 150 niños y cuidadores, de una casa de acogida para niños de la capital ucraniana. Por iniciativa de una persona se logró movilizar a un sin número de ciudadanos para recibirlos, incluso el gobierno de la ciudad se comprometió a alojarlos, ya que se estaban buscando familias, y también están procurando el mantenimiento de todos. Inmediatamente, al comenzar la guerra, comenzaron a llegar los primeros refugiados ucranianos a Berlín, muchos de ellos traídos por alemanes que de forma voluntaria fueron a la frontera de Alemania con Polonia, a esperarlos y traerlos a los centros de acogida que se están organizando en la capital alemana.

Tengo conocidos de origen ucraniano y rusos, algunos llegaron después de la caída del Muro de Berlín por diferentes razones. Muchos de ellos porque tenían alguna conexión con Alemania, ya sea por descendencia judía con raíces en Alemania, o porque sus abuelos fueron soldados del ejército alemán en esa región de la Unión Soviética, o porque fueron hechos prisioneros, durante y después de la Segunda Guerra Mundial o simplemente decidieron quedarse allí. Después de la unidad alemana, muchos de esos descendientes, tuvieron la oportunidad de radicarse en Alemania. A pesar de los años y la distancia, algunos todavía mantienen el idioma materno y sienten mucho orgullo de ser parte de la nación alemana. Muchos trajeron a toda su familia, pero siguen teniendo lazos o incluso algunos aún tienen familia lejana en Ucrania, es por eso que para ellos la guerra no es algo lejano, sino que muy cercano e incluso algo personal. Hay que decir que las comunidades cristianas ortodoxas en Friburgo están formadas por rusos y ucranianos en su mayoría. También la comunidad judía en Alemania, también en Friburgo, creció debido a la inmigración de personas de las antiguas regiones de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, quienes eran de origen judío.

El mismo día que comenzó la invasión rusa, mi hija menor me dijo que como hay una habitación para invitados en casa, se podría recibir un par de personas de Ucrania que necesiten alojamiento. Incluso me habló de renovar su pasaporte chileno, que está vencido, en caso de que tengamos que salir de Alemania cuando la guerra llegue a nuestras fronteras. Ante este comentario me di cuenta lo cerca que nos encontramos de este conflicto y lo difícil que es encontrar palabras ante tantas atrocidades.

Por otro lado, veo a mis conocidos y amigos que, desde diferentes posiciones, se manifiestan en los diferentes medios a favor o en contra de Putin o de los EEUU o de la OTAN y de la Comunidad Económica Europea. Algunos con argumentos que me dejan perplejo, por no decir lo menos, tomando posiciones cerradas y descalificando a aquellos que se atreven a opinar lo contrario. Nuestro lenguaje también mata y destruye, nuestra forma de expresarnos nos deshumaniza, nos olvidamos de que somos “homo sapiens”, seres pensantes y empáticos.

Ante tanta incertidumbre buscó siempre refugio en los libros, un escape, una forma de evadir la realidad, como me lo criticó otro lector indiscriminado como yo. Sí, a mí la literatura y la música me salva de esta locura de vivir. Debido a que no he podido dormir por los comentarios de mi hija me dediqué a buscar en mi biblioteca algo que me ayudará a humanizar esta terrible guerra que comienza a casi unos dos mil kilómetros de mi casa.  La bielorrusa SVETLANA ALEXIÉVICH, Premio Nobel de literatura, escribió un libro hermoso, pero al mismo tiempo terrible, que lleva por título LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER. Es un ensayo donde nos narra, no solo como pelearon las mujeres rusas contra la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial, un millón de ellas, sino que las atrocidades sufridas por los ignorados de las guerras, las mujeres y los niños y los civiles inocentes que son comúnmente los que más sufren en conflictos bélicos. Su escritura nos “rehumaniza” no nos saca de la realidad, nos mete en ella, en lo que significa vivir una guerra y nos hace reflexionar en las consecuencias de un conflicto bélico como el que estamos viviendo en estos momentos.

Debo ser honesto con todos, no he escrito nada en relación a la guerra que sufre el pueblo palestino, de manos del estado de Israel, nada contra la guerra de Irak, en la que nos mintieron con las armas de destrucción masiva. Nada he escrito sobre Libia, Afganistán, o la guerra en Siria. Será porque esta guerra está a las puertas de mi casa y me siento directamente afectado y por lo que mi hija me manifestó y conversamos. Esto demuestra mi ambivalencia de ser un “homo sapiens” individualista, y que SVETLANA ALEXIÉVICH también me lo enrostra en su ensayo sobre la guerra, donde al fin al cabo no hay “colores grises, sino que todo llega a ser negro o blanco” y hay que tomar posiciones. Desde mi “refugio” trato de hacerme entendible, ante tanto sufrimiento e intento con estas palabras poder entender una realidad compleja y difícil, pero sobre todo porque no quiero perder lo poco de humanidad que me queda.

Svetlana Alexiévich

(1948) es una prestigiosa periodista y escritora bielorrusa cuya obra ofrece un retrato profundamente crítico de la antigua Unión Soviética y de las secuelas que ha dejado en sus habitantes.

Su espíritu crítico, su profundo compromiso con los que sufren y su fructífera carrera literaria han sido reconocidos con innumerables galardones, entre los que cabe destacar el premio Nobel de Literatura (2015), el Premio Ryszard-Kapuscinski de Polonia (1996), el Premio Herder de Austria (1999), el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos (2006), el Premio Médicis de Ensayo en Francia (2013) y el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2013). Es oficial de la orden de las Artes y las Letras de la República Francesa.

De entre sus títulos más conocidos habría que destacar algunos como Voces de Chernóbil, La guerra no tiene rostro de mujer, El fin del Homo sovieticus o Los muchachos de zinc. Actualmente vive en Alemania