*Reflexión publicada con motivo del Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo

Cada uno de nosotros es un regalo precioso de Dios para el mundo. La providencia nos hizo florecer en un ambiente social en relación con nuestras hermanas y hermanos como miembros de una familia, un barrio, una ciudad, una región, un país y el mundo. Aquí es donde entra el tema de la cultura. La cultura nos humaniza y organiza nuestra naturaleza humana. Nos moldea tanto que vamos más allá de nuestro entorno familiar y participamos en un contexto social más amplio.

Mirando a través de los ojos de la fe, vemos la interconexión de los humanos en la sociedad reflejando el misterio del Dios Uno y Trino que es amor. “Cada misionero SVD que experimenta el amor de Cristo es impulsado por el mismo amor a dar testimonio de Cristo en el mundo a través de un compromiso con la misión que es a la vez renovador y transformador… Este llamado a la renovación y transformación continuas enciende un nuevo fuego en nuestra búsqueda de una vida intercultural significativa y respetuosa y una misión intercultural, e incita a un examen serio de nuestras formas y medios para lograr los objetivos de nuestra misión” (ver In Word and Deed, # 29).

Para nosotros SVD, la Interculturalidad no es ni debe ser vista como el simple acto de reunir a miembros de diferentes naciones y culturas, sino como la ocasión de enriquecimiento y maduración personal así como para un mejor y más evangélico desarrollo de nuestro común vocación misionera/religiosa.

“Un rasgo distintivo de nuestra vida comunitaria es que los cohermanos de diferentes naciones viven y trabajan juntos. Esta se convierte en una experiencia mutuamente enriquecedora cuando se basa en un profundo respeto por la nacionalidad y la cultura de cada uno” (Const. 303.1).

Como SVD, nuestra interculturalidad es posible gracias a nuestra identidad en la Iglesia. No se basa en ninguna identidad nacional, étnica o tribal. La interculturalidad es parte de nuestro patrimonio; es un elemento esencial de nuestro carisma SVD, rasgo distintivo de lo que somos. Nuestro estilo de vida no está guiado por las normas de ninguna cultura o nación, sino por el carisma de nuestra Congregación preservado en nuestras Constituciones. Por lo tanto, no represento a ningún país ni a ninguna cultura en la Congregación. Sin embargo, me uní a la SVD con un modelo de pensamiento y práctica moldeado por mi cultura, que puede fortalecer o limitar mi libertad para vivir mi consagración. La unidad en la diversidad es la lección de vida necesaria que aprendemos para vivir juntos en armonía como Misioneros Interculturales.

Pero la convivencia intercultural es un reto, un gran reto. Enfrentando diferencias culturales, pueden surgir malentendidos, tensiones y dificultades relacionales. Las comunidades interculturales pueden llegar a ser como la Torre de Babel, que es la imagen de la incomunicabilidad: ningún individuo o grupo comprende al otro, porque cada individuo vive encerrado en sí mismo, en la afirmación de sus propios intereses. De ello se deduce que el plan para construir algo juntos se vuelve imposible.

Frente a la Torre de Babel, el acontecimiento de Pentecostés debe inspirarnos a ser Misioneros Interculturales. Pentecostés es el milagro de la unidad y el entendimiento mutuo, aunque cada grupo hable su propio idioma, manteniendo así su propia identidad con las diferencias que ello conlleva. Pentecostés es la convicción de que el Señor quiere crear una nueva humanidad a través de la integración y complementariedad de los diferentes. Pentecostés representa la unidad en medio de la diversidad, la apertura, la renovación y el entusiasmo, una experiencia profunda del amor transformador de Dios. Como miembros de una congregación internacional e intercultural, esto es a lo que estamos llamados.

¿Cuál es su actitud hacia la diversidad? ¿Cómo tratas a alguien que es culturalmente diferente a ti?

Autor: Hno. Guy Mazola SVD
Fuente: vivatdeus.org