La Iglesia en Chile conmemora hoy la fiesta de la Santa Cruz y el fervor popular denomina esta celebración como la “Cruz de Mayo”. En ese contexto, el P. Felipe Hermosilla SVD, comparte el sentido de la cruz misional, un signo otorgado por la Congregación  -en la persona del Superior Provincial- a los verbitas que se aprontan a partir a su primer destino misionero.

“Recibe este signo del amor de Cristo y de nuestra fe. Predica a Cristo crucificado, quien es el poder y la sabiduría de Dios”. (Palabras del Provincial al entregar la cruz misional).

La cruz es el signo de nuestra fe cristiana. Preside nuestros templos, salones, salas de clases y hospitales católicos; en Francia la han quitado para dar espacio a los diferentes credos presentes en el país, para nuestros pueblos originarios de Latinoamérica es signo de conquista y evangelización. Es decir, este signo genera opiniones encontradas dependiendo del lugar y contexto. Sin embargo, la cruz sigue expresando el amor extremo de Dios por la humanidad.

El sábado 30 de abril, mi cohermano y ex compañero de formación, P. Delfor Nerenberg, recibió de manos de nuestro Provincial la cruz misional y fue enviado como misionero a la provincia de Europa Central. En el envío del P. Delfor recordamos la tradición de nuestra Congregación celebrada desde el origen. El 2 de marzo de 1879, José Freinademetz y Juan Bautista Anzer fueron enviados a China, siendo los primeros misioneros de nuestra congregación. El gesto de envío en Steyl en los tiempos de san Arnoldo Janssen era de mucha emotividad: el Fundador imponía la cruz, besaba los pies de los misioneros, la asamblea entonaba el Ave Maris Stella, fotografía y el abrazo en la gruta y, por último, el adiós para siempre.

De izquierda a derecha: los padres Felipe Hermosilla, Delfor Nerenberg y Roberto Díaz

Próximamente, también me tocará recibir la cruz misional y ser enviado como misionero a Paraguay. Por este motivo, me gustaría compartir mi propia percepción de este gesto y el significado de la cruz en mi vida misionera. En primer lugar, considero que la cruz es un signo y antídoto para cualquier aire evangelizador y triunfalista que, por ratos, se meten en mi cabeza. Misión es predicar a Cristo y no a mí mismo, tampoco vanagloriarme de los éxitos o culpar por los fracasos. Es mi recordatorio diario que no hay amor más grande que dar la vida por los demás; la cruz se transforma en la medida de la calidad de mi amor. En segundo lugar, siento que la cruz se hace vida, especialmente en los que sufren y cargan con sus propias cruces, muchas veces inmerecidas. Esa cruz hecha carne abre un proceso para entender que los consagrados podemos hacer mucho en la construcción de un mundo más justo, quitando esas cruces injustas de aquellos hombros heridos.

Mi cruz misional reposa en mi escritorio a la espera del envío misional. Una foto de mi querido y recordado cohermano P. Manuel Bahl (1931-2022) la acompaña. Como la presencia y testimonio de Manuel fue tan importante para mí, y más aún para la gente de Rancagua, quienes aún recuerdan esa delgada silueta con su carretilla cargada de cemento para construir una casa dedicada al culto de nuestro Dios, quiero que él mismo me inspire a ser un buen misionero en la tierras guaraníes.