El deseo de Dios es que sus hijos e hijas vivan en paz y conformen una gran familia en la cual se vivan relaciones basadas en el amor. Este sueño de nuestro Padre celestial se ha visto frustrado desde el inicio de la historia de salvación hasta nuestros días. La maldad de los seres humanos ha llegado al punto de colmar la paciencia infinita de Dios, quien ha estado a punto de destruir toda su creación. Con el fin de revelarse plenamente a sus hijos, y de mostrarles el camino de la felicidad en la tierra, envió a su hijo unigénito, quien nació de una mujer. Era el príncipe de la paz prometido por los profetas, y, sin embargo, fue cruelmente asesinado en una cruz. Han transcurrido más de dos mil años desde la muerte y resurrección de Jesucristo, y la paz sigue brillando por su ausencia en todos los rincones del mundo debido al egoísmo, al odio, la intolerancia con el que es distinto, la soberbia que hace pensar que unos son superiores a otros, la crueldad, etc. El persistente clamor de tantas personas que sufren injustamente, y también de nuestro planeta sobreexplotado y maltratado, impide que haya paz en el mundo y amenaza con su destrucción.
De la enseñanza social de la Iglesia se desprende un concepto amplio de paz, el cual no se reduce tan solo a la ausencia de guerra o violencia. La paz, que presupone la justicia, es el resultado de un esfuerzo consciente y tenaz por parte de todos los integrantes de la sociedad y de los distintos pueblos. Mateo en sus bienaventuranzas (Mt. 5,9), menciona que serán llamados hijos de Dios los que procuran (en algunas versiones: “los que trabajan por”) la paz. Trabajar por la paz conlleva luchar por la justicia y también perdonar. El conflicto es parte del proceso para lograr la paz, ya que no es posible permanecer neutrales o indiferentes ante situaciones en que se atenta contra los derechos humanos y se pone en peligro la casa común. San Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris expresa la misma idea: “La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres” (Enc. Pacem in Terris c. 301).
El papa Pablo VI, en su encíclica social Populorum Progressio, dice que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Un desarrollo que no se reduce a un puro crecimiento económico que beneficia a un grupo de la sociedad, sino que a un desarrollo integral que llega a todos los miembros de la sociedad. En este sentido Pablo VI sostiene que “las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes (…) provocan tensiones y discordias y ponen la paz en peligro”. (Enc. Populorum Progressio c.76). La reflexión de Pablo VI resulta profética si la situamos en el contexto del estallido social en Chile en octubre del 2019. Pocos días antes de esta violenta revolución social que cambió todo el panorama político y social del país, el Presidente Sebastián Piñera dijo que Chile era un oasis de paz y estabilidad en la región. Ahora es evidente que el crecimiento económico, el progreso evidente de la infraestructura pública, etc., no fueron suficientes para generar paz y fraternidad entre los chilenos.
Los misioneros del Verbo Divino desde hace varias décadas hemos comprendido que la justicia, la solidaridad con los pobres, y la protección del medio ambiente representan la dimensión horizontal y tangible de la evangelización y exige una conversión real de individuos y comunidades. La opción preferencial por los pobres y marginados de la sociedad se ha ratificado en los últimos capítulos generales. Por otra parte, no podemos ser indiferentes a la crisis ecológica que estamos atravesando, la cual se hace visible en el cambio climático que está afectando a todo el mundo: sequías, inundaciones, huracanes, extremas temperaturas, extinción de la biodiversidad, etc. Para los misioneros verbitas, el cuidado del medio ambiente no sólo forma parte de nuestra misión, sino también de nuestro patrimonio. San Arnoldo Janssen creía que la naturaleza es el templo de Dios en la que nos puso para que nos proclamara su existencia. Como discípulos misioneros transformadores, el cuidado de la creación es nuestra responsabilidad y el modo de expresar el amor de Dios (N°44 CG2018). Para concretizar este compromiso con los más pobres y con el cuidado de la casa común, nuestro Superior General, P. Budi Kleden, ha invitado a todas nuestras comunidades a sumarse a la plataforma de acción Laudato Si. Sabemos que muchas iniciativas ecológicas se están llevando a cabo por parte de nuestros cohermanos y colaboradores laicos en el mundo.
El mundo es mejor gracias a la presencia de los misioneros del Verbo Divino. La contribución que los verbitas realizamos por la paz puede analizarse desde diferentes puntos de vistas. Antes de enumerar las acciones que realizamos por la paz, quisiera comenzar por la forma como vivimos y cómo realizamos la misión. Somos de distintos países, contextos socio-culturales, y, sin embargo, vivimos como hermanos en nuestras comunidades. A través de nuestras comunidades interculturales damos testimonio de que es posible la convivencia pacífica y la amistad entre personas tan diversas. La forma como realizamos la misión, por medio del diálogo profético, también es una contribución que hacemos los misioneros verbitas por la paz. En su mensaje de navidad de este año, el papa Francisco ha hecho hincapié en que el diálogo es la única forma de lograr la paz duradera: “«qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades» (Carta enc. Fratelli tutti, 198). (…). También en el ámbito internacional existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos”.
Solidaridad eficaz con los más pobres. Los misioneros verbitas realizamos nuestro servicio en lugares geográficos donde la iglesia local no se encuentra presente, debido a la pobreza y conflictos políticos, sociales y religiosos. Vamos donde otros no quieren ir, y de esta forma acompañamos pastoralmente al pueblo de Dios más necesitado. Lo mismo sucede con la mayoría de los obispos verbitas, los cuales son asignados a diócesis o prelaturas muy pobres. La solidaridad material con los que más sufren para ayudarlos no solo a subsistir, sino que a empoderarlos para que sean protagonistas de su desarrollo integral, se realiza gracias al esfuerzo y la generosidad de nuestros secretarios de misión en todo el mundo, ellos ponen a disposición del Generalato los recursos materiales para ser distribuidos a aquellas provincias, regiones y misiones que más lo necesitan. Este año fueron distribuidos más de 10.000.000 de euros. Una parte importante de estos recursos se utilizó para desarrollar proyectos sociales y para responder a la emergencia del Covid19, inundaciones, huracanes en Indonesia y Filipinas, guerra civil en Myanmar, etc. La labor de nuestros cohermanos y colaboradores laicos es fundamental para que los recursos económicos se utilicen de manera eficaz y transparente en la ejecución de los proyectos.
Colaboramos con otros para lograr un cambio sistémico y la defensa de los derechos humanos. VIVAT International es una organización no gubernamental (ONG) basada en la fe, fundada por la SVD y la SSpS, a la que pertenecen 12 congregaciones religiosas (femeninas y masculinas). VIVAT International tiene estatus consultivo especial con el Consejo Económico y Social (ECOSOC) de las Naciones Unidas y está asociada con el Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas (DPI). Los miembros pueden trabajar con la organización para llamar la atención de la ONU sobre situaciones de injusticia experimentadas en su lugar de misión. Pueden defender a quienes no tienen voz en el ámbito internacional de los derechos humanos, colaborando con el Consejo de Derechos Humanos y otros mecanismos de derechos humanos.