*Por: P. Sergio Edwards SVD
La Solemnidad de la Epifanía siempre ha sido entendida por la Iglesia como la manifestación de Jesús como el Salvador, no sólo del pueblo judío, sino también de todos los pueblos, representados por los Magos de Oriente. El prefacio de la Epifanía dice que “iluminaste a todos los pueblos revelándoles el misterio de nuestra salvación en Cristo” y la oración colecta dice “que en este día manifestaste tu Hijo unigénito a todos los pueblos”.
Durante los años en que se escribió el Nuevo Testamento fue claro que una de las grandes aperturas de la naciente Iglesia – no sin tensiones – fue hacia fuera de los límites del mundo judío. Se llegó a la conclusión que no era necesario hacerse primero judío para ingresar a la Iglesia y ser parte en la comunidad de los creyentes en que Jesús es el Mesías y – además – que Cristo es el Salvador de todos los pueblos, no sólo del pueblo de Israel. En terminología actual, marcada por el concepto del diálogo, podríamos decir que la Iglesia naciente entabló un diálogo con personas de otras culturas y las integró en su seno: los diferentes pueblos que habían sido parte del imperio griego, de los que en ese momento eran parte del imperio romano, y también las personas de otras latitudes, como aquellos que eran parte del imperio persa: toda persona humana es hija de Dios, salvada por Cristo. Esa verdad, tan obvia para nosotros, era muy novedosa para personas como San Pablo o San Lucas. San Mateo expresa esa verdad por medio del relato de los magos de Oriente que vienen a rendir homenaje al Niño Jesús.
Lo más probable que cuando Mateo usa la palabra “magos”, está pensando en los sacerdotes de la religión dualista que predominaba en los diferentes reinos que componían el imperio persa. En esos ambientes se daba un interesante intercambio de ideas, lo que podríamos ahora llamar diálogo interreligioso. Muchos judíos habían sido exiliados a Mesopotamia seis siglos antes. Esas regiones pasaron posteriormente a ser parte del Imperio Persa. La religión judía por ser monoteísta causaba rechazo en la mayoría de la población, pero en círculos intelectuales provocaba interés. Ya los filósofos griegos habían reflexionado que Dios debía ser único y sus ideas se habían extendido hasta la India gracias a las campañas de Alejandro Magno. Los sacerdotes de la religión persa tenían muchos ritos relativos a la luz, al fuego, estudiaban las estrellas y buscaban el significado de los fenómenos astrales poco comunes. Aunque muchos dudan de la historicidad del relato de los magos de oriente, no es tan raro que en ese ambiente intelectual y religioso hubiera personas que viendo fenómenos estelares especiales buscaran su explicación en las profecías judías de un Salvador, algunas de las cuales mencionan estrellas. Uno de los reinos del Imperio Persa (Adiabene, según Samuel H. Moffett en su “Historia del Cristianismo en Asia”) habría adoptado la religión judía justamente en las décadas previas al nacimiento de Jesús. Eso no prueba la historicidad del relato bíblico, pero lo hace plausible. Pero lo más importante es que el texto de los magos de oriente muestra un ejemplo de diálogo interreligioso; líderes de la religión de Zoroastro se interesan en las esperanzas de la religión judía.
En su asamblea realizada en Taipéi en 1974 la Federación de Conferencias Episcopales de Asia describe la misión de la Iglesia en Asia como un triple diálogo: con los pobres; con las culturas y las religiones del continente más grande y más poblado del mundo.
Los obispos de Asia hace casi 50 años veían que la misión de la Iglesia era el diálogo con los miles de millones de pobres de dicho continente. Más que ir a los pobres a hablarles de Cristo, la misión era ir a buscar a Cristo entre los pobres. Los magos de oriente, que empiezan buscando al Mesías en el palacio del rey, lo terminan encontrando entre los pobres.
En 1988 la SVD en su capítulo general describía su misión como un triple éxodo pascual (en inglés “passing over”) hacia otras personas, que recuerda la declaración de los obispos de Asia: los pobres, personas de otras culturas; creyentes de otras religiones. Es interesante que en los documentos de la SVD el año 2000, sólo 12 años después, la palabra “diálogo” reemplaza al éxodo pascual, “passing over”. Aunque entusiasma a un joven idealista dejar sus comodidades para aventurarse a vivir con personas marginalizadas, o de otras culturas o religiones, es más humilde la actitud de alguien que simplemente conversa, que entabla un diálogo con quienes son diferentes. Ya no es la actitud de quien baja de su posición de privilegio social, o de su conciencia de pertenecer a una cultura más avanzada o de creer en la única religión verdadera, sino que es una persona que considera a otras como sus iguales y por eso entabla con ellas un diálogo, en el cual ambos van a aprender. Los magos de oriente dejaron sus comodidades para aventurarse en un viaje peligroso. Llegan a dialogar con líderes del pueblo judío. En esa época mucho más machista que la actual, estos hombres importantes terminan inclinándose ante una mujer y un niño de pecho. Es la humildad que necesitamos para poder entablar en verdadero diálogo.
¿Cambiaron de religión los magos de oriente? Uno pensaría que “se hicieron cristianos”. Pero faltaban más de 30 años para que Cristo empezara a predicar, y más años aún para que lo hiciera su Iglesia. El texto los muestra volviendo a su tierra, lo que implica seguramente a su cultura y su religión. Pero deben haber quedado con una intuición que su religión no era la respuesta definitiva a las interrogantes del ser humano. Pasaron a ser “buscadores de Dios”, “buscadores de fe”. Es un cuarto grupo de personas con quienes los misioneros de la SVD buscan entablar un diálogo. En el Capítulo General del año 2000 había misionólogos que se oponían a aumentar de tres a cuatro los grupos de personas con quienes dialogar porque con quienes buscan a Dios lo que correspondería, más que el diálogo, es la proclamación explícita del Evangelio de Jesucristo. Incluir a los que buscan a Dios fue una manera inteligente de aceptar “la corrección fraterna” del Papa Juan Pablo II a los obispos de Asia, porque el Sumo Pontífice les había recordado a fines de 1999 – en su Exhortación Apostólica “Iglesia en Asia”- que la misión no es sólo diálogo, sino también la proclamación. Finalmente, los capitulares del año 2000 aceptaron que el diálogo era cuádruple y no triple pues se incluyó a los buscadores de fe.
También se aceptó – durante el desarrollo del capítulo – agregar el adjetivo “profético” al substantivo “diálogo”. También hubo objeciones a esa sugerencia, especialmente de personas que consideraban que ambas expresiones se contradecían, pero la mayoría – muchas veces por ignorancia o cansancio – aceptó el calificativo “profético”, que pretende describir que el diálogo no implica negar o relativizar las propias convicciones.
Los magos de oriente vuelven a su patria por otro camino. Se niegan a volver a dialogar con Herodes. Dios les ha mostrado que con ciertas personas no sólo no se puede, sino que es peligroso dialogar. En ocasiones en que se pone en riesgo la vida de los inocentes, toma fuerza el adjetivo profético, y el diálogo se transforma en una denuncia, o en una salida que permita salvar vidas, que es una meta más alta que el diálogo mismo.
Por último, quiero concluir compartiendo una idea que leí en un comentario de unos monjes benedictinos belgas al Evangelio de la Epifanía. Dios entabla el diálogo con las personas en diferentes formas, siempre adecuada a cada uno. A los magos – interesados en estudiar los astros – les habla por medio de una estrella; a Herodes – que es un rey – le habla Dios por medio de los magos, gente culta e importante de otras latitudes; a los escribas – expertos en la Escritura – Dios les habla por medio de la Biblia, que dice que el Mesías debía nacer en Belén. Las reacciones son muy diferentes: los escribas no hacen nada; Herodes quiere matar al niño; los magos se ponen en camino, buscan hasta encontrar al Mesías.
Pidamos a Dios la apertura para recibir su Palabra por medio de personas diferentes a nosotros: de otra raza, de otra religión, de otra posición social, de personas que votaron por otro candidato a la presidencia.
*Sobre el autor:
El P. Sergio Edwards Velasco SVD nació en 1957. Es el segundo de siete hermanos y estudió en el Colegio del Verbo Divino. Cursó Ingeniería Civil en la Universidad de Chile y tras graduarse ejerció su profesión por tres años.
Desde 1977 participó en las misiones de verano en La Araucanía y cada semana en un grupo de Reflexión sobre la fe católica. En 1982 sintió que Dios lo llamaba a una entrega más radical y entró a la Congregación del Verbo Divino. Profesó los Votos Perpetuos en 1988 y fue ordenado sacerdote en 1989.
Entre 1990 y 2011 trabajó en la Provincia China de la Sociedad del Verbo Divino, primero estudiando el idioma Chino Mandarín y haciendo pastoral con inmigrantes filipinos, usando el inglés. Desde 1992 sirvió en parroquias del sur de la isla de Taiwán, primero como asistente y luego como párroco.
A partir de 1994 se desempeñó como profesor de Ética en el Colegio Secundario FuJen, en la ciudad de JiaYi. En 1996 fue además Maestro de Novicios y viajó varias veces a apoyar el trabajo de la SVD en China. En el 2002 fue nombrado Superior Provincial, cargo que ocupó hasta el año 2008, viviendo en Taipei, pero debiendo viajar constantemente por toda la isla de Taiwán, y también a Hong Kong, Macao y diversas ciudades de China.
También vivió en Macao desde 2008 donde hizo clases en la Universidad San José. En 2011 volvió a Chile y uno de sus primeros encargos pastorales fue la rectoría del Liceo Alemán del Verbo Divino de Los Ángeles. En 2017 asumió el mismo servicio en el Colegio Verbo Divino de Las Condes, en Santiago de Chile.
El P. Sergio es, además, vice provincial de la SVD Chile desde el año 2014 y coordinador del área Educación.