En un día como hoy, hace 56 años, se celebró en Roma, a finales del Concilio Vaticano II, en la Catacumba de Santa Domitila, regentada ahora por los Misioneros del Verbo Divino, un pacto de cardenales y obispos a favor de una Iglesia Pobre, en comunión con las más desfavorecidos y oprimidos, al servicio de todos los hombres. Este hecho ha caído un poco en el olvido o es derechamente desconocido.
Como sabemos el concilio Vaticano II significó la mayor reunión de obispos en la historia de la Iglesia. De esta manera, los años de la realización del Concilio fueron ocasión para la reflexión y maduración del pensamiento de muchos obispos. El hecho comenzó por algunas reuniones de un grupo de obispos, que animados por el espíritu de la reflexión conciliar y el momento histórico que se estaba viviendo, se plantearon un nuevo modo de ejercer su servicio en la Iglesia. Esto se concretó el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio. Cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila, allí pidieron “ser fieles al espíritu de Jesús”, y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron “el pacto de las catacumbas”. Entre los firmantes estaba Mons. Manuel Larraín obispo de Talca.
El “pacto” es una invitación a los “hermanos en el episcopado” a llevar una “vida de pobreza” y a ser una Iglesia “servidora y pobre” como lo quería Juan XXIII. Los firmantes -entre ellos muchos latinoamericanos y brasileños, a los que después se unieron otros- se comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.
Los puntos centrales de ese documento pueden resumirse así:
1.Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.
2.Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3.No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4.En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5.Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6.En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo, en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.
7.Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.
8.Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9.Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10.Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11.Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos: a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres; a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
- Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio.
- Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Con ocasión de cincuentenario del primer pacto el padre José Antunes da Silva, misionero del Verbo Divino, y el teólogo Xabier Pikaza, publicaron un libro conmemorativo del Primer pacto de las Catacumbas, que fue editado en cuatro lenguas, y que ha servido y sirve de orientación en el camino de la misión universal cristiana, desde los pobres de la tierra, desde la perspectiva de unos obispos y agentes de pastoral encarnados en la vida de los pueblos del mundo, al servicio de todos los pobres del mundo. La orientación y sentido de aquel Pacto, con su historia, su actualidad y su futuro, fue el tema del libro al que cooperaron un grupo de especialistas.
Por eso es bueno aprovechar esta fecha para renovar y celebrar este “Pacto”. Así lo ha sentido el Papa Francisco, quien, a través de su palabra y ejemplo de vida, ha puesto de nuevo la opción por los pobres y los marginados en el centro de la vida y el magisterio de la Iglesia, superando todas las vacilaciones que pudieran existir sobre ese tema. En esa línea podemos afirmar que, siguiendo el espíritu del Vaticano II, y del mensaje del Papa Francisco, el Pacto de la Catacumba de Domitila puede y debe servir como inspiración y orientación para toda la Iglesia.
Así lo ha sentido, de un modo especial, la Congregación de los Misioneros del Verbo Divino, que no sólo son los “custodios” de la Catacumba de Domitila, donde se firmó aquel Pacto, sino que quieren ser promotores de una misión cristiana realizada desde y con los pobres. En esa línea, sin abandonar la “misión a las gentes” (dirigida a los pueblos todavía no cristianos) debemos asumir de un modo especial, privilegiado, la “misión a los pobres”, con el mismo Jesús que vino a evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18-19; Mt 11, 3) como ha destacado ese pacto.
Durante el Sínodo de la Amazonía (2.10. 2019) celebrado en Roma, un grupo de obispos y participantes del Sínodo para la Amazonia se volvieron a reunir en la misma Catacumba, para ratificar aquel pacto y formular uno nuevo, en clave de comunión del hombre con la tierra, de solidaridad económico‒social y de misión comunitaria, abierta a todos los pueblos, desde la “catacumbas” de los ríos de la Amazonia.
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