Domingo 14° del año: 7 de julio 2024
Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico
Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. (Marcos 6,1-6)
Referencias bíblicas
– Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí. Viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto? Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe. (Mateo 13,53-58)
– Vino a Nazará, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: Esta Escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿Acaso no es éste el hijo de José? Él les dijo: Seguramente me van a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria. Y añadió: En verdad les digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Les digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio. Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó. (Lucas 4,16-30)
– Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: ¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte. Pero él respondió al que se lo decía: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mateo 12,46-50)
– Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. (Marcos 7,32)
– No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. (1 Timoteo 4,14)
– Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: Les aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. (Mateo 8,10)
Comentario
En el evangelio del domingo pasado, llamaba la atención la enorme fe y confianza manifestada por el jefe de una sinagoga en Galilea, cuya hija, gravemente enferma, había fallecido. El resultado fue que Jesús le devolvió a la vida, porque él era el Señor de la vida y él tenía poder sobre la muerte. El evangelio de hoy también estaba ubicado en una sinagoga de Galilea, pero esta vez se trataba de la ciudad de Nazaret, la patria de Jesús. El contexto de ambos escenarios no podía ser más diferente. Si en aquel relato una gran fe estaba en el centro, en este caso lo que faltaba era precisamente la fe. El texto dice que Jesús estaba realmente sorprendido por su falta de fe y que, por tal motivo, no pudo hacer allí ningún milagro. ¿Qué era lo que había sucedido en ambos casos, para que los resultados fueran tan dispares? Se trataba evidentemente de resaltar la importancia de la fe en la vida.
La escena se ubicaba en la sinagoga de Nazaret en un día sábado, mientras Jesús enseñaba y comentaba los textos bíblicos, que él mismo había leído anteriormente. La reacción de las personas que lo escuchaban fue de admiración y sorpresa, por la forma y el contenido de su enseñanza. Hasta aquí todo estaba bien. El problema surgió cuando la gente se preguntó de dónde sacaba todo lo que Jesús decía y hacía. Esta pregunta podría haber tenido una respuesta positiva y satisfactoria sobre la verdadera identidad de Jesús. Pero ellos bloquearon esa respuesta, cuando relacionaron a Jesús con la persona que conocían muy bien, porque era su compatriota. Ellos habían escuchado a Jesús y habían visto sus milagros, pero, llegaron a la conclusión que eso no podía ser realidad, pues ellos conocían muy bien a Jesús desde niño. Ellos se negaron a descubrir en Jesús a alguien que estaba más allá de las apariencias y a ver los misteriosos signos que había más allá de su palabra y su acción. Por eso, se limitaron a comentar, que eso que veían y escuchaban, no podía ser real, pues ellos conocían muy bien a la persona de Jesús, a su entorno familiar y a su profesión de carpintero; él era uno de ellos y debía comportarse como ellos. No era posible, que una persona con estas características hablara con esa sabiduría y realizara acciones milagrosas en bien de los demás. ¿De dónde podía él sacar todo esto? La admiración y el asombro iniciales que había despertado Jesús, se transformaron, de esta manera, en incomprensión y rechazo. Por eso, Jesús concluyó con la sentencia: Un profeta enviado por Dios, sólo puede ser despreciado en su tierra, es decir, en su propia casa y entre sus parientes y conocidos.
P. Sergio Cerna, SVD