*Por: P. Roberto Díaz SVD

El día 2 de noviembre la Iglesia conmemora en su calendario a los Fieles Difuntos, después de haber celebrado a Todos los Santos el día primero.

¿Acaso la “santidad” que propone la iglesia como alegre seguimiento del Maestro, tiene algo que ver con la dolorosa y triste experiencia de la “muerte”?

Antiguamente los monjes se saludaban en el silencio de sus claustros con la enigmática frase latina: “¡memento mori!”, que significa “¡recuerda que has de morir!”.

¿Por qué hombres que se sentían llamados a la santidad de una vida para Dios, se saludaban con palabras tan lúgubres?

La Biblia también conoce el consejo de “contar sus años” dado a las personas prudentes:

“Ten en cuenta a tu creador en tus días de juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años en que digas: “no siento ningún placer” …” (Eclesiastés 12,1)

“Enséñanos a contar nuestros días y tendremos así un corazón sabio.” (Salmo 90, 12)

El “contar los días” tiene que ver con la capacidad de reflexión del ser humano, que puede tomar consciencia de que la vida, como la conocemos, tiene un fin natural, y por lo tanto tenemos un tiempo acotado de vida. Y como todo bien que es limitado, hay que aprender a administrarlo con sabiduría.

Esta experiencia de “finitud” la hacemos a diario a través de diversas experiencias. Se nos ha impuesto vivamente con la pandemia del Covid 19, que estamos sufriendo: la vida no depende de nosotros, a pesar de tantos esfuerzos, muchas veces se escapa de nuestras manos inexorablemente.

En relación a esto alguien me contaba la siguiente vivencia, bastante extrema:

En un viaje aéreo, fallaron los motores y el avión empezó a caer. El capitán avisó a los pasajeros que se dispusieran para un inminente impacto. La persona que contaba esta experiencia dice que, en ese momento pasaron por su mente tres cosas con nítida claridad:

Primero, la vida puede cambiar en un momento. ¡Cuán frágil puede ser la vida!

Segundo, cuánto tiempo he perdido con mi “yo”, preocupado y peleando por cosas fútiles y superfluas.

Tercero, la muerte no da miedo. Da pena dejar a seres queridos, situaciones familiares…pero no da miedo. Lo que importan son las relaciones humanas construidas en la vida.

Esta experiencia extrema, pero real, nos puede ayudar a darnos cuenta que frente a la muerte es posible lograr una mirada más clara sobre la propia vida.

Especialmente en la juventud tenemos la impresión de que todo lo podemos, que nada nos puede pasar, rebosamos salud y estamos llenos de proyectos. Pero la vida también se nos muestra frágil. Necesitamos de la solidaridad de otros para vivir. Otros también me necesitan. En fin, aparece Dios como último sostén de la vida del creyente, como atestiguan tantos pasajes de la Escritura. ¡Mi vida está en sus manos!

La muerte como horizonte de nuestra vida nos ayuda entonces a ordenar nuestras prioridades, a darnos cuenta de qué es verdaderamente valioso, aquello que no deseamos perder; y también tomamos consciencia de aquellas cosas que no nos ayudan tanto, o son una carga que entorpece una vida más libre, más feliz, más humana.

Al final lo que queda en nuestra vida es el amor. Amor que creó relaciones profundas con otras personas, relaciones que, como un hilo de plata, nos unen unos a otros en agradecimiento y ternura invisible, pero que perdura en el tiempo aún más allá de la muerte.

Es cierto que da pena tener que morir, tener que abandonar la vida como la conocemos. Pero no da miedo, si logramos integrarla como parte de nuestra vida. Entonces podremos decir con san Pablo: “…la muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿dónde tu venenoso aguijón?” (1Co 15, 54s)

En ese mismo horizonte aparece fulgurante para el creyente la figura de Jesús, que abriendo sus manos heridas y mostrándonos su costado abierto nos recuerda como a Tomás: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6)

La muerte llegará, en algún momento llegará, tal vez como una hora oscura…pero en la hora de la oscuridad, para nosotros creyentes, está ya presente y activa el alba de la luz de la salvación.

“Todos viajamos lejos en nuestra vida, pero al final lo que hacemos es volver a casa…”

(libre según M. Gandhi)

*Sobre el autor:

El P. Roberto Díaz Castro SVD es el encargado de Comunicaciones de la Provincia y también acompaña pastoralmente, como capellán, al Colegio del Verbo Divino de Las Condes.

Fue formador en el Juniorado Panam y ha servido en diversas parroquias verbitas, entre ellas, en Osorno, Rancagua, Quepe y Puerto Domínguez.