*Por: Hna. Alejandra Cortéz
Cuando era niña, me chocaba ver comerciales de televisión o escuchar comentarios en relación a la mujer que sólo la situaban en su rol de madre, dueña de casa o apoyo del varón…Tampoco me gustaba el uso de la figura femenina para publicidades de diferentes productos donde la mujer sólo tenía el rol de sonreír mostrando el objeto en cuestión, sin que se pudiera distinguir, en muchas oportunidades, cuál era la mercancía: ¿la mujer o el objeto?
Siempre he pensado que la dignidad de la mujer proviene de nuestra condición humana, y, por lo tanto, me he rebelado desde mis primeros años al futuro estrecho y a las características estereotipadas que se le han asignado históricamente al sexo femenino. Sin embargo, creo en las diferencias que nos complementan y enriquecen, sé que nos necesitamos como parte de una misma especie, pero adhiero a esta lucha de tantas mujeres de todos los tiempos, que han abogado por igualdad de derechos en los planos políticos, sociales, culturales y religiosos.
La expresión correcta es “lucha”, porque ello ha supuesto muchos escollos y dificultades para la mujer que ha sido capaz de alzar la voz cuando ha visto diferencias en el trato dentro de la familia, su trabajo y en tantos ámbitos en los cuales se le ha tenido y se nos tiene todavía, en planos secundarios.
Desde 1975, se conmemora, cada 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, un día en que no festejamos, sino que recordamos a tantas mujeres que fueron pioneras en el reclamo de derechos: igual salario, educación, voto, participación en la vida ciudadana, etc. Muchas de estas mujeres sufrieron diferentes atropellos a su dignidad, incluso la muerte, como en aquella fábrica de camisas un 8 de marzo de 1857.
Las movilizaciones del 8M en todo el mundo han ido creciendo año a año, y en ellas participan mujeres de las más variadas ideas políticas y religiosas, cada cual, desde sus propias convicciones y luchas, pero todas unidas por un mismo objetivo que es la igualdad de oportunidades y valoración del aporte femenino en la sociedad.
Sin todo este “ruido” que han ocasionado las mujeres, hoy no podríamos pensar siquiera, en nuestro país, en una Convención Constitucional con paridad de género; pero aún persisten otras luchas importantes, como “Ni una menos”, “me too”, y otras que intentan poner en la palestra lo que muchas han vivido como vulneraciones a su dignidad.
Como mujer y religiosa, creo que en nuestra Iglesia aún falta dar bastantes pasos en este camino en aras de una mayor igualdad, que nos posibilite vivir la reflexión cristiana desde un rostro femenino que enriquezca la mirada masculina que por siglos ha tenido preeminencia, y que se ha normalizado en el sentir del católico común. Gracias a Dios, se está dando un despertar en este sentido, pero va más lento que los cambios que a la par se van dando en la sociedad.
El Papa Francisco ha tenido algunos gestos en torno a esta visibilización de la mujer en la Iglesia, nombrando a un puñado de mujeres en algunos cargos en el Vaticano, y otorgando a una de ellas derecho a voto en los Sínodos de los Obispos. ¡Uff!, ¡sólo una mujer con derecho a voto en medio de cientos de varones! Sin duda, un avance. Parafraseando a Neil Armstrong -al llegar a la luna- diríamos: «Es un pequeño paso…, pero un gran salto para la humanidad».
Que María, mujer fuerte, que no sólo nos da ejemplo de maternidad y ternura, sino también de escucha de los latidos de su pueblo, en esa hermosa oración del Magníficat; inspire la apertura de mente y corazón, sobre todo en muchos de nuestros hermanos sacerdotes, a fin de que reconozcan la necesidad vital de romper esquemas anquilosados que impiden dentro de la Iglesia, un crecimiento juntos, en igualdad de condiciones, como mujeres y varones seguidores de Jesús, quien fue capaz de iniciar un cambio cultural en torno a la valoración de la mujer. De nosotros depende continuar esa tarea.
*Sobre la autora:
La hermana Alejandra Cortéz Espinoza es religiosa de María Inmaculada, abogada de la Universidad de Chile y profesora de Ciencias Sagradas. Actualmente reside en Concepción después de más de 20 años destinada en Argentina.
Intenta complementar en sus reflexiones la formación en el área social y jurídica con su condición de religiosa.