*Por: Hna. Alejandra Cortez

Marcos (7,1-8.14-15.21-23)

 

Como tantas veces en el Evangelio, los fariseos cuestionan a Jesús, aunque en esta ocasión la interrogante es respecto de sus discípulos y su modo de proceder tan diferente a la de ellos que, aferrados a tradiciones, miran con malestar la libertad escandalosa de los seguidores de Jesús.

Esta actitud de los fariseos podríamos decir, se replica hoy, en muchas opiniones dentro de nuestra Iglesia, donde hay quienes privilegian las tradiciones del pasado, no siempre arraigadas en la enseñanza de Jesús, perdiendo de esta manera, el corazón de la Buena Noticia.

“Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios por seguir la tradición de los hombres”, les reprocha Jesús, y seguramente hoy nos diría lo mismo. ¿Acaso no hemos armado estructuras eclesiales que responden más bien a estilos de gobierno, modos de expresión y valoraciones propias de la cultura de una época que ya pasó, sin permitir que la novedad de Dios revitalice esos estilos, modos y valoraciones? El mandamiento de Dios es el amor, y pareciera, muchas veces, que nos ocupamos más de preservar rancias tradiciones que nos ofrecen seguridad, que de estar alertas al viento del Espíritu que nos libera de toda estructura que empaña la belleza libre del Evangelio.

Para ser más concreta refiero, por ejemplo, a lo que cuesta dar pasos adelante a fin de dejar atrás la preeminencia de los varones por sobre las mujeres en los diferentes roles eclesiales; o en el modo como nos tratamos entre nosotros: religiosas, sacerdotes y laicos, donde sigue habiendo un sesgo clerical, si bien no generalizado, bastante distante, a mi juicio, de lo querido por Jesús: “todos ustedes son hermanos” (Cf. Mt 23, 8)

Y si hay tradiciones que considero son susceptibles de revisión, también en este pasaje debiéramos dejarnos interpelar frente a nuestros criterios que segregan a las personas ubicándolas en un lado u otro según nuestros limitados cánones de pureza e impureza, buenos y malos, nacional o extranjero, negro o blanco, etc. Olvidándonos que lo verdaderamente importante procede del interior de cada ser humano, y no de lo externo, que suele confundirnos o dejarnos en la vereda de la superficialidad.

Jesús nos invita a un culto interior, donde nuestro corazón esté a la escucha de los latidos de su corazón, de modo que la fe no sea un “honrar a Dios sólo con los labios”, sino un seguimiento apasionado que contribuya a gestar una Iglesia de hermanas y hermanos, una sociedad más justa y solidaria, donde nadie quede fuera o al borde del camino, porque el mandamiento de Dios es el amor, y esto es mucho más importante que todas nuestras tradiciones que con el paso del tiempo, pueden llevarnos a perder la perspectiva de lo esencial.

*Sobre la autora:

La hermana Alejandra Cortez Espinoza es religiosa de María Inmaculada, abogada de la Universidad de Chile y profesora de Ciencias Sagradas.  Actualmente reside en Concepción después de más de 20 años destinada en Argentina.

Intenta complementar en sus reflexiones la formación en el área social y jurídica con su condición de religiosa.