*Por: Óscar Torres

La primera Conferencia Episcopal se había realizado en Río de Janeiro, Brasil, en 1956, antes del Concilio. La segunda se realiza en Medellín, Colombia, en 1968, entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre, con doce días de reflexiones y deliberaciones.

Fue convocada por el Papa Paulo Sexto y realizada por el CELAM (Comisión Episcopal de América Latina y el Caribe). Estaba inspirada en el Concilio Vaticano II ( 1962-1965 ) y procuraba entregar orientaciones,  ante la convulsionada realidad del continente, en que se intentaban varios proyectos de cambio de la realidad política y socio- económica. Una buena muestra de esta situación es el libro “Pedagogía del Oprimido” del destacado educador brasilero Paulo Freire, escrito en Chile durante su exilio (1968).

Al término del Concilio, el Papa Paulo Sexto había reunido a los obispos de América Latina y el Caribe, con ocasión de los diez años del CELAM, y los había instado a asumir una labor pastoral más activa.

Fue muy importante la participación, en ese momento, de don Manuel Larraín, obispo chileno de Talca, que presidía el CELAM.

Entonces vinieron varios encuentros en diferentes países para abordar varias materias: educación, apostolado de los laicos, acción social, el desarrollo y la integración latinoamericana, misión de las universidades católicas, pastoral misionera, pastoral social de la Iglesia, catequesis.

La Conferencia venía precedida también de la Encíclica “Populorum Progressio”, dictada por el papa Paulo Sexto, en 1967.

El Encuentro fue inaugurado en Bogotá, por el Papa Paulo Sexto, el 24 de agosto, y se trasladaría a sesionar en Medellín hasta su término. Participaron 247 asistentes, entre obispos, presbíteros y algunos laicos. Participaron también, observadores no católicos invitados. Todos ellos convocados por el tema de la Conferencia: “Una Iglesia presente en las transformaciones de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II”

Dos documentos precedieron la discusión: el de la convocatoria y otro que se agregó de las iglesias de base, que habían hecho la discusión temática, con importante participación laical, a través de las llamadas “comunidades eclesiales de base” (CEBS).

Para el desarrollo de esta, se presentaron varias ponencias por diversos obispos. Destacamos la de Marcos Mac Grath, de Panamá (signos de los tiempos), que estuvo en Chile en años anteriores; de Samuel Ruiz, de San Cristóbal Las Casas de México (evangelización) y Leónidas Proaño, de Riobamba, Ecuador (coordinación pastoral).

Dieciséis comisiones trabajaron los temas: a) Promoción Humana: Justicia, Paz, Familia y demografía, Educación y Juventud; b) Evangelización y Crecimiento de la Fe: Pastoral popular, Pastoral de élites, Catequesis y Liturgia; c) La Iglesia visible y sus estructuras: Movimientos de laicos, sacerdotes, religiosos, la formación del clero, la pobreza de la Iglesia, Pastoral de conjunto y medios de comunicación social.

El documento final de la Conferencia se dividió en tres puntos: a) promoción del hombre y de los pueblos; b) evangelización; y, c) estructura de la Iglesia, preparado por dieciséis comisiones y subcomisiones.

Destacaba ya en su seno la participación del obispo de la Argentina, Jorge Mario Bergoglio, lo que se confirmaría en la de Aparecida (2008), Brasil, y posteriormente, con su elección como Papa Francisco.

El destacado teólogo belga, Joseph Comblin[1], que escribió mucho sobre esta Conferencia y otras del continente[2], señaló en unos de sus escritos: “en Medellín el mensaje básico del Concilio estaba en la “Gaudium et Spes”. Además de eso, Medellín era una aplicación también del “Pacto de las Catacumbas”[3] firmado por 40 obispos en una catacumba de Roma al final del Concilio. Por ese pacto los obispos asumían el compromiso de “una vida pobre al servicio de los pobres” (la mayoría latinoamericanos).

En Medellín surgieron y quedaron consagrados el método de reflexión: “Ver, Juzgar y Actuar” y la expresión teológico- pastoral de la “Opción preferencial por los pobres”.

El aporte de la Conferencia, fue una nueva visión de la pastoral latinoamericana, especialmente de su práctica, desde una nueva también “autocomprensión” de la misma Iglesia. Si se quiere, una nueva manera de hacer teología desde el “lugar de los pobres”.

El director del Departamento de Espiritualidad del Arzobispado de Santiago, sacerdote Fernando Tapia[4], en su momento, ha escrito que “aflora una mirada testimonial de comprender la educación en su dimensión liberadora de un pueblo que sufre y demanda una auténtica promoción humana. Así la Iglesia se hace solidaria con las causas justas de los pobres, hasta el testimonio martirial”.

Dos buenos ejemplos son, monseñor Oscar Romero[5] de El Salvador (“mártir de la fe”) y los Mártires de La Rioja[6] (Obispo Angelelli y otros), Argentina (“de la fe y de la justicia”), canonizados por el hermano Papa Francisco.

El impacto de la Conferencia fue grande en sus primeros años en América Latina y otras regiones del mundo, no sólo en el ámbito eclesiástico, sino en otras esferas públicas y privadas. Tuvo un “relumbrón” al conmemorarse los cincuenta años. Ahora con la vertiginosidad de los tiempos, parece un tanto olvidada.

Entre nosotros, recientemente, el nuevo obispo de Tarapacá (Iquique), hermano Isauro Covili, OFM[7], nos ha llamado a recuperar la tradición teológica y de la pastoral latinoamericana, proclamada en la Conferencia de Medellín. Un llamado de gran trascendencia para nosotros en este tiempo.

[1] Nacido en Bruselas (1923), enseñó en Brasil, Chile (1962- 1965) y Ecuador, asesorando a los obispos, especialmente a Dom Helder Camara, de Olinda y Recife, Nordeste, llamado el “Obispo de los Pobres”. Falleció en 2.011 y sus restos quedaron por su voluntad en Joao Pessoa, capital del Estado de Paraíba.

[2] Entre ellas escribió “los Obispos de Medellín, Santos padres de América Latina”, Estella, Navarra, 2003.

[3] Firmado el 16 de Noviembre de 1965. Entre los obispos firmantes: Dom Helder Camara, Manuel Larrain (Chile), Leónidas Proaño (Ecuador), Sergio Méndez Arceo (México).

[4] “Algunos frutos de la Conferencia de Medellín”- A 50 Años de su realización- Cuadernos de Teología de la Universidad Católica del Norte- Vol 10 N° 1- 2018

[5] Asesinado el 24 de Marzo de 1980.

[6] Obispo Enrique Angelelli, franciscano Carlos Murías, sacerdote Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera, asesinados en julio/Agosto de 1976.

[7] Ordenado el 18 de Junio pasado, en la ciudad y catedral de Iquique, con el acompañamiento de sus hermanos del episcopado chileno, sus hermanos de la Orden en Roma y en Chile, el clero y religiosas diocesanas y el laicado de Iquique, de la pampa, del altiplano tarapaqueño y de los bailes religiosos.

*Sobre el autor:

Óscar Torres Rivera es tarapaqueño, nacido en Huara (norte de Chile). Posee estudios en Ciencias  Jurídicas y Sociales en la Universidad de Chile y además es  Gestor Cultural. Además es miembro de la Comisión de Pastoral Rural e Indígena de la Conferencia Episcopal de Chile.