Domingo 13° del año: 30 de junio 2024

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva. Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro? Jesús, que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: No temas; solamente ten fe. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: ¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de él. Pero él, después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: Talitá kum, que quiere decir: Muchacha, a ti te digo, levántate. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Marcos 5,21-24. 35-43)

Referencias bíblicas

– Les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postraba ante él diciendo: Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá. Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: Con sólo tocar su manto, me salvaré. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado. Y se salvó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: ¡Retírense! La muchacha no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y esta noticia se divulgó por toda aquella comarca. (Mateo 9,18-26)

– Cuando regresó Jesús, la muchedumbre le recibió con agrado, pues todos le estaban esperando. Llegó entonces un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y, cayendo a los pies de Jesús, le suplicaba entrara en su casa, porque su hija única, de unos doce años, se estaba muriendo. Mientras iba, la gente le ahogaba. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto; y, al punto, se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: ¿Quién me ha tocado? Como todos lo negaban, dijo Pedro: Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen. Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí. Viéndose descubierta, la mujer se acercó temblorosa y, postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz. Estaba todavía hablando, cuando uno de casa del jefe de la sinagoga llega diciendo: Tu hija está muerta. No molestes ya al Maestro. Jesús, que lo oyó, le dijo: No temas; solamente ten fe y se salvará. Al llegar a la casa no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan y Santiago, y al padre y a la madre de la niña. Todos la lloraban y se lamentaban, pero él dijo: No lloren, no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de él, pues sabían que estaba muerta. Él, tomándola de la mano, dijo en voz alta: Niña, levántate. Retornó el espíritu a ella y, al punto, se levantó, y él mandó que le dieran de comer. Sus padres quedaron estupefactos, y él les ordenó que a nadie dijeran lo que había pasado. (Lucas 8,40-56)

– Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él y les enseñaba. (Marcos 2,13)

– Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: Tabitá, levántate. Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó. Llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. Esto se supo por todo Jope y muchos creyeron en el Señor. (Hechos 9,40-42)

– Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. (Marcos 9,27)

– Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. (Marcos 1,34)

Comentario

En el capítulo cuarto del evangelio de Marcos, Jesús había enseñado a través de parábolas. Luego, el evangelista completaría la instrucción narrando cuatro milagros, que culminarían con la resurrección de una niña de doce años. En el texto, Jesús aparecía claramente como el portador de la salud y de la vida, por un encargo especial de su Padre, quien quería el bienestar y la felicidad para todos. La petición del jefe de la sinagoga manifestaba una enorme fe y confianza en Jesús: Impón las manos sobre mi hija, para que se salve y viva. Jesús era conocido por su preocupación por los enfermos y necesitados, y muchos ya habían experimentado su poder de curación. Al llegar a la casa de Jairo, Jesús insistió en la importancia de la fe. Era la fe la que podía hacer posible las acciones milagrosas que realizaba Jesús. Él se presentaba como el que tenía el poder para comunicar la vida, incluso a una niña que estaba muerta. El jefe de la sinagoga se transformaba así en un modelo para los que se dirigían a Jesús, para compartir con él un momento de grave aflicción y dolor.

Los discípulos que acompañaban a Jesús quedaron perplejos. Más aún, cuando Jesús les pidió que guardaran silencio. Jesús aparecía con un compromiso con la vida y con un poder sobre la muerte. Pero, faltaba aún un signo mucho más potente sobre la verdadera identidad de Jesús. Todos intuían que la historia terminaría en forma trágica, con la muerte de Jesús. Pero, esa no sería la culminación real de su vida. Jesús había hecho de la causa de Dios su propia causa, hasta las últimas consecuencias. Dios haría de la causa de Jesús su propia causa, lo resucitaría de la muerte y le daría una nueva y definitiva vida junto a él. Recién entonces los discípulos podrían entender la verdadera identidad de Jesús y la misión que le había encargado su Padre. Mientras tanto, lo mejor era que ellos guardaran silencio.

P. Sergio Cerna, SVD