*Por: P. Roberto Díaz SVD

El domingo después de Navidad se celebra a la “Sagrada Familia”. 

Y en este año 2021, en que el Papa puso un fuerte acento en la figura de san José, dirigimos sobre él nuestra atención, y lo vemos abrazando a María y a Jesús, conformando una familia. Ciertamente José es impensable sin su esposa, la Virgen María, y sin su Hijo adoptivo: Jesús. Ellos fueron la razón de ser y de hacer de su vida. Con ellos José descubrió su vocación de “custodio”, es decir, del que cuida, protege, enseña; pero también con María se hizo “discípulo” de su Hijo, o sea, el que camina detrás, escucha y aprende. 

Con ellos José se volvió testigo de la Trinidad, de Dios que es comunión de vida y amor, y fuente de la Encarnación, vale decir, de que el Verbo Divino se haya hecho nuestro hermano de vida y destino. La vida de María y José, a ejemplo de la Trinidad, no es sino participación de la misma vida divina, a través del Hijo encarnado. En Nazaret aprendió Jesús de sus padres. Pero también ellos aprendieron del Hijo amado del Padre Dios.

De esta forma la Familia de Nazaret nos recuerda nuestra propia vocación humana y cristiana, en el estilo de vida que hemos podido desarrollar: como esposos, padres de familia, como abuelos y abuelas, hijos e hijas; pero también como comunidad cristiana, y como comunidad nacional, esto es, de ser custodios de otros que nos son encomendados para que los cuidemos y se puedan desarrollar integralmente. Somos responsables de los demás. Esto no suena muy bien en una cultura bastante individualista y egoísta en la que vivimos, pero la realidad nos muestra que es sumamente necesaria en nuestros días. 

De muestra apenas dos ejemplos: 

– Necesitamos cuidar a nuestros niños, para que nazcan, sí; pero también para que tengan un futuro bueno. Eso significa derecho a salud, educación, vivienda, etc. Especialmente para los niños más vulnerables. Nuestra sociedad aún no ha podido hacerse cargo de esta tarea de manera digna. Nos duele el SENAME.

– Necesitamos cuidar a nuestros ancianos, especialmente a los que van quedando sin redes familiares, con rentas miserables, pobre atención médica. La expectativa de vida ha crecido, pero cuánta soledad y tristeza se vive en tantos hogares. Nos duele una ancianidad sin expectativas y poco valorada.

Pero, como José, somos también llamados a ser discípulos del “Hijo que se nos ha dado” en la Navidad, tanto personalmente como en comunidad. José aprendió, no sin dificultades y abnegación, a buscar y estar atento, a reconocer y cumplir la voluntad de Dios, especialmente en momentos críticos de su vida familiar, cuando estuvo a punto de separarse de María; cuando tuvieron que huir perseguidos por los poderes políticos; cuando volvieron a hacer un nuevo comienzo en Galilea con dificultades económicas, etc.

La Sagrada Familia nos recuerda que la vida de esta familia concreta, como la vida de tantas familias, no fue para nada ideal, ni perfecta. Sufrieron dudas e incertidumbre, problemas de vivienda, de falta de trabajo, estrecheces económicas. Sufrieron la persecución política y fueron inmigrantes en tierra extraña…

Su ejemplo no es, por tanto, un ideal de santidad inalcanzable y alejado de nuestras propias vidas reales, sino un aliciente para encontrar a Dios que se hizo nuestro compañero de camino en medio de nuestra vida diaria. Nosotros también podemos acoger y reflejar el amor maternal y la vida de la Santísima Trinidad. 

En la imagen que acompaña estas líneas, esto queda simbolizado por la paloma que sostiene el niño Jesús en sus manos, símbolo del Espíritu Santo, y que está en el centro de la obra: Dios vive y actúa también en nuestras familias aunque no tengan la estructura tradicional esperada; Dios vive y actúa allí donde lo acogemos en nuestras historias concretas y sencillas, aunque sean historias rotas; Dios vive y actúa en nuestras instituciones también, a pesar de sus falencias: colegios, parroquias, comunidades eclesiales de base, en nuestra comunidad religiosa, etc. con tal que, como la familia de Jesús, nos comprometamos a cuidar la vida de todos, especialmente de los más pequeños y frágiles, y nos hagamos discípulos dóciles del Espíritu del Señor.

*Sobre el autor:

El P. Roberto Díaz Castro SVD es el encargado de Comunicaciones de la Provincia y también acompaña pastoralmente, como capellán, al Colegio del Verbo Divino de Las Condes.

Fue formador en el Juniorado Panam y ha servido en diversas parroquias verbitas, entre ellas, en Osorno, Rancagua, Quepe y Puerto Domínguez.