*Por: Prof. Ricardo Leiva
A través de la historia los seres humanos nos hemos visto enfrentados a muchos desafíos, comenzando por la simple sobrevivencia, es decir permitir que la especie se preservara en el tiempo y no pereciera a manos de otras especies más grandes o fuertes. Este fue un ejercicio importante de adaptación al medio, de conocimiento del entorno, de descubrimientos e inventos que poco a poco permitieran “vivir mejor” …y ya no solo sobrevivir.
Esto que parece tan simple afectó a todas las dimensiones de la vida humana: la alimentación, la salud, la vivienda y por supuesto la educación (por generaciones los más viejos de la tribu fueron trasmitiendo su cultura, sus creencias, su sabiduría y sus conocimientos a las nuevas generaciones que luego harían lo propio con los más jóvenes). El aprendizaje en todos los ámbitos fue lento y no exento de ensayo y error…doloroso muchas veces.
Así llegamos al siglo XXI.
Una época con exceso de información, de imágenes, de tecnologías, de medios de transporte, con todo lo cual, el mundo se ha hecho más pequeño y hoy es posible viajar a cualquier lugar del planeta o conectarse en forma instantánea con lugares remotos. A veces es tanta información y de tan distinta calidad que nos desorienta y no somos capaces de procesarla y ordenarla. De aquí el riesgo de que se masifique información, errada, poco precisa o derechamente falsa.
Entre el origen de la humanidad y este siglo XXI, se ha mantenido algo que es inherente a la naturaleza humana. Me refiero al temor al cambio. A salir de la zona de confort y buscar otros horizontes, como los pioneros que se adentraron en territorios desconocidos o los misioneros que propagaron la fe, exponiéndose a nuevos peligros y arriesgando la vida (gracias a Dios san Arnoldo Jahnsen eligió perseverar porque gracias a eso estamos aquí).
¿No era más seguro mantenerse en el mismo lugar y no salir a la aventura?
Por supuesto que era más seguro quedarse en un lugar, pero, así como hay temor al cambio y a lo desconocido, también hay algo en los seres humanos que podríamos definir como curiosidad. De la duda nace la pregunta y de ésta la reflexión y de aquí a su vez, miles de posibles respuestas. ¿Qué hay más allá del horizonte?, ¿por qué brillan las estrellas?, ¿cómo crecen los árboles?, ¿de qué están hechos los volcanes?, ¿cómo funciona el cerebro?, ¿existe Dios? ¿qué debe hacer una comunidad nacional frente a tiempos de búsqueda?
Creo que esta última pregunta amerita una reflexión especial.
Casualmente muchos de los cambios que estamos viviendo tienen que ver con la satisfacción de las necesidades vitales que mencioné al hablar de superar la sobrevivencia.: alimentación, salud, vivienda, educación, trabajo, seguridad, pero también realización personal, fe, familia, naturaleza y felicidad.
Para lograr algo de lo anterior debemos hacer un viaje al pasado y buscar en nuestros orígenes. La cohesión de un grupo nos otorga seguridad y contención. La confianza y los lazos de unión dentro de ese grupo. El aporte de cada uno al bienestar de la comunidad. La tolerancia para aceptar las diferencias internas. Y en muchos casos mirar al cielo y encomendarse a los dioses.
La época que nos ha tocado vivir es compleja y está llena de desafíos y de oportunidades.
Durante años vivimos en un constante proceso de mejora, por ejemplo, en las comunicaciones, la tecnología y los conocimientos. Cada día se superaba un nuevo record, se creaba una nueva versión de un teléfono, se patentaban inventos, se perfeccionaban los sistemas (llegando a imprimir en tres dimensiones), se alargaba la vida con nuevos y mejores medicamentos y procedimientos, las alternativas de recreación y esparcimiento se multiplicaban…y de pronto un pequeño microorganismo puso en jaque el sistema de vida en todo el planeta y nos encerró en nuestras casas. Quitándonos lo que, en palabras de Don Quijote de la Mancha, es “el más precioso don que a los hombres han dado los dioses” …la libertad.
Vuelvo a plantear la pregunta: ¿qué debe hacer una comunidad nacional frente a tiempos de búsqueda?
Debe volver al origen, es decir a organizarse, a formar una comunidad (familiar, local, regional, nacional y mundial). A poner al servicio de esa comunidad los dones recibidos, a aceptar a los demás practicando la tolerancia y desarrollando la flexibilidad frente a escenarios cambiantes. Cuidar y escuchar, como en los orígenes de la historia, a los ancianos de la tribu.
Creer en un proyecto común y confiar en las personas. Participar, informarse, integrarse, dejar del “balconear la vida” como dice Francisco. Romper la inercia y actuar, volver a confiar en los demás, en cuanto se pueda repartir abrazos (a propósito, ¿has pensado quién será la primera persona que abrazarás cuando acabe la pandemia?).
Hacer cosas por otros en forma gratuita, ser generoso en el tiempo y mezquino en prejuicios y discriminaciones. No te engañes, no hablo de cosas de santos milagrosos…los verdaderos milagros suelen ser pequeños gestos o actos que desencadenan cosas grandiosas. Como regalar un “buenos días” y una sonrisa, darse el tiempo de escuchar a un anciano, visitar a un enfermo, jugar con un niño, practicar algunas palabras mágicas, como por favor y gracias, donar algo más de solo lo que te sobra, participar en las elecciones de autoridades, entre tantas otras.
Ah, y por supuesto, levantar la vista al cielo y encomendarse al Buen Padre Dios.
*Sobre el autor:
Ricardo Leiva Romero es profesor de Historia y director Académico del Colegio del Verbo Divino de Las Condes. Además es monitor de la pastoral prematrimonial, presidente de la Fundación Paicaví (hogar de menores) y scout.