*Por: Hna. Agustina León SSJ Ps

Esta reflexión toma un hito relevante de la vida de José, la situación de crisis en que se ve envuelto en su vida personal y familiar y el camino de discernimiento que debe realizar para encontrar la luz. Su experiencia se basa en acontecimientos relevantes y a la vez cotidianos, vividos como cualquier ser humano en su rol de padre, madre, hijo/a, vecino/a, trabajador/a, ciudadano, pero con la profundidad y belleza de lo aparentemente insignificante. Esta forma de vivir la vida, José la trasmite a Jesús por medio de su propio actuar, su testimonio y la formación que le da a Jesús.

Jesús aprende de José a ser leal, comprensivo, respetuoso libre, agradecido, alegre y confiado. A unir la oración con el trabajo, a ser justo, humilde, sencillo y gratuito, a descubrir donde están las centralidades de la vida, aprende a meditar, a unificarse desde todas las áreas de su ser, a escuchar sus pensamientos, sus emociones, su cuerpo, el aleteo del espíritu, pero por sobre todo a discernir por donde va el camino y a hacerse responsable de sus elecciones, sus decisiones y consecuencias.        

Aprender a escuchar en la oscuridad

Estamos en un tiempo de crisis profunda, nunca como hoy, el ser humano se había visto tan falto de control de su vida, en todos sus ámbitos, con tanto miedo, nunca sintió tan incierto su destino. Necesitamos saber qué hacer, saber el modo, vivir en la oscuridad, sin angustia, sabiendo que llega el amanecer, pero saber, también, levantarse a tiempo y caminar hacia la dirección correcta, la que nos lleva hacia el camino de regreso, a casa, a Nazaret, lugar de refugio y protección, esto lo logra San José por medio del discernimiento espiritual, la escucha, la confianza, la ponderación, la decisión, la acción.

 Desde el punto de vista psicológico, el discernimiento tiene que ver con un Pensamiento de tanteo. Primero tanteamos la realidad, luego discernimos, y después razonamos. El discernimiento, precede, muchas veces a la solución, analizamos la solución luego del discernimiento. Desde el punto de vista de la espiritualidad de Nazaret, el discernimiento puede darse de forma súbita, es el momento del Kairós, el tiempo que estábamos esperando, el momento oportuno para algo, el momento de Dios, donde en un momento dado todo se hace claridad. El discernimiento es búsqueda y la búsqueda es Sabiduría, el discernimiento es encuentro y el encuentro es sólo Gracia. No hay nada más hermoso que llegar a ese “darse cuenta”, “¡cómo no me di cuenta antes!”, “¡esto era lo que yo andaba buscando!” El discernimiento es camino y camino de Emaús (Lc.24,13-35) Cuando arde el corazón es el momento de la Gracia, cuando la búsqueda llega a su fin: el kairós, que es un tiempo distinto al que estamos acostumbrados a manejar, a controlar, llega cuando menos se lo espera. El viento del espíritu sopla cuando quiere y como quiere. La consciencia busca, el inconsciente encuentra. Lo importante es escuchar atentamente, en medio de la oscuridad, asumir los miedos, levantarse y partir, como lo hizo San José. Podríamos preguntarnos frente a nuestras experiencias de crisis y oscuridad que tenemos en la vida (abandono, separación, traición de una persona querida, crisis financiera, muerte de personas significativas, etc.) ¿A quién escuchamos en esos momentos? ¿Cómo fue que pudimos levantarnos? ¿Qué o a quien sentimos que debíamos proteger? ¿Qué nos pasó en nuestra mente, nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestro espíritu cuando nos dimos cuenta que teníamos que tomar una decisión al respecto? ¿Cuándo fue que decidimos partir del lugar del dolor? ¿Y cómo llegó la libertad y el tiempo de volver sin temor?

 Aprender a escuchar el miedo

El bien y el mal o la capacidad de que co-habite lo bueno y lo malo son realidades que viven juntas dentro de nosotros/as, así como dentro de nuestra sociedad, pero el bien siempre es más fuerte, aunque no lo veamos, aunque a nuestro alrededor pareciera lo contrario, aunque los medios de comunicación lo oculten y sólo muestren la fealdad humana. Hay un encuentro de Jesús con una mujer, una mujer enferma, que entre la multitud toca el manto de Jesús. Jesús sólo siente que una fuerza sale de él. Una fuerza de bien que junto con su fe la sana. (Lucas 8, 46) Necesitamos tocar algo de este Dios, para que salga una fuerza de bien, que nos sane. “Estudien sólo ser buenas”, esto es lo que Santa Bonifacia pedía a sus compañeras. Que más podría Dios querer de nosotros/as, los seres humanos, acaso la santidad no es simplemente esto, ser buenos/as, pero al estilo de Jesús de Nazaret, de José, de María. Jesús fue aquel que pasó haciendo el bien, y Bonifacia es una hacedora de Bien. Pero en esta búsqueda de caminos hacia aquello que nos hace bien, hay situaciones personales que oscurecen la búsqueda. Existen diversos elementos que a veces impiden esta búsqueda como son los Prejuicios, creencias, miedos, e incluso valores que los vivimos como absolutos. En la crisis actual lo que ha imperado desde un principio es el miedo y la desconfianza. El miedo es una de las emociones básicas que nos impiden el discernimiento, el dejar pasar por el cedazo lentamente la vida, el discurrir más certera y oportunamente y el decidir en ciertas circunstancias. El miedo normal, lo podemos describir como una intranquilidad desagradable, que si estamos viviendo circunstancialmente en un equilibrio precario, nos puede llevar a la angustia o ansiedad que anticipan amenazas que nos nublan el camino.

 El miedo nos puede provocar tres tipos de reacciones:

 Atacar: Cuando nos sentimos amenazados/as (en nuestras creencias, nuestras seguridades, ideas, egos, sentimientos, bienes, etc.) podemos llegar a perder hasta  el control y nuestra forma de sobrevivir a la situación es por medio del ataque, que puede bien ser directo, ya sea física o verbalmente, que en su forma más burda, implica  descalificaciones, crítica persistente y dura, o bien cuando tenemos un nivel más alto de socialización o control, lo disfrazamos con comentarios irónicos, o sarcásticos o bien decimos que es una crítica constructiva, pero que en realidad oculta un malestar o resentimiento antiguo, que se activa producto de la amenaza a la que me veo sometido/a.

 Huida: Cuando nos invade el miedo tratamos de huir, arrancamos. Una forma de huida es la negación o la evitación. Evitamos hablar del tema, o hacemos como si la situación no existiese.

 Parálisis: Una forma de reaccionar producto del miedo es también el paralizarse y no ser capaz de hacer ni decidir nada. Nos hacemos “los muert@s”, para que así las cosas pasen, no nos vean, no nos toquen.

 La reacción de San José es la huida. Prefiere salir, irse, no estar. Es una reacción típica: “Dejemos las cosas así, no voy a hacer problema, no hablemos más del tema, soy yo quien se va”. Puede ser producto del miedo al dolor, el miedo al desengaño, el miedo al que me hieran.  Y en algunos casos puede darse que “Antes de que me abandonen, abandono yo” . Por eso es tan importante el “No temas porque…” el bajar la ansiedad nos permite buscar soluciones.

 Aprender a migrar

“Cuando se fueron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Se levantó todavía de noche, tomó al niño y a su madre y partió a Egipto, donde residió hasta la muerte de Herodes” Mateo 2, 3

 Hoy familias enteras migran  de un lugar a otro, obligadas por las circunstancias, sonmillones las personas que salen de sus lugares de origen escapando de una situación de dolor, muchos/as, arrojados de su tierra y de su hogar. En la vida hay muchas formas de migrar, menos violentas que estas, pero no por eso menos dolorosas, muchas formas de levantarse y partir porque es necesario hacerlo, a veces nos va la vida en ello. La primera vez que salimos de nuestra casa paterna, los cambios laborales, el peregrinar de colegio a otro por ser victimas de acoso, la “salida” de relaciones que nos dañan, hemos tenido que levantarnos y partir muchas veces, la migración se ha vuelto habitual en este tiempo de nuestra historia, en alguna medida todos/as somos migrantes como San José, Jesús y María. Lo importante es el regreso.

 Aprender a regresar

“A la muerte de Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a Israel, pues han muerto los que atentaban contra la vida del niño…” Mateo 2, 19

 El hijo del carpintero: Hijos/as de la historia, Artesanos de lo bueno.

Si no reconocemos nuestra historia personal, familiar, social, nuestras raíces culturales, es difícil tener Identidad, cuando reconocemos nuestra historia, la aceptamos, la queremos, construimos sobre roca, y podemos ser más resilientes. El ser uno de tantos/as, como Jesús, no es fácil, porque implica conjugar la humildad, el anonimato del día a día, con el ser únicos/as y reconocibles como distintos/as, porque no se enciende una luz para dejarla debajo de un cajón, debemos dar nuestro aporte al mundo, con sencillez y humildad. Es nuestra responsabilidad con el Don y la Misión que nos fue dada, para ser sal de la tierra y luz del mundo. Ser hijo/a de carpintero es hacernos cargo de nuestro destino de constructores de un mejor mundo, constructores del cielo nuevo y la tierra nueva, artesanos/as de “Lo bueno venidero”. Mirar hacia atrás y agradecer nuestra historia personal, agradecer por la familia que tenemos, tal y como es.  Respetar y admirar el oficio de nuestros padres y abuelos/as.  Rescatar lo más positivo del lugar donde vivimos. agradecer a Dios y a la vida por estar aquí ¡vivo/a! y ahora. De Nazaret salió algo bueno y somos también nosotros/as.

 Para concluir es el momento de hacerse la pregunta fundamental de todo ser humano luego de una decisión:¿Qué es aquello que quiero conservar? ¿qué es aquello fundamental que no quiero que se pierda? La pregunta no es que quiero cambiar, que quiero dejar, sino que quiero conservar y para qué.  “Lo que quiero conservar” es la pregunta por el futuro, la que nos abre a la esperanza y nos llena de confianza, alegría y gratitud. Porque ¿Qué es lo mejor que nos puede pasar después de decidir algo, sabiendo que hemos escuchado en la oscuridad, nos hemos levantado, hemos actuado a pesar del miedo, hemos protegido y conservado lo más preciado, hemos tomado otro rumbo cuando fue necesario y cuando llegó el momento oportuno volvimos al lugar que nos vuelve a nuestro centro?

*Sobre la autora:

La hermana Agustina León Huerta es Sierva de San José, psicóloga y magíster en Neuropsicología Clínica.  Durante años se ha dedicado a fomentar procesos de desarrollo y crecimiento humano, integrando mente, emoción, cuerpo y espiritualidad, tanto en el ámbito clínico como educacional y espiritual, desde las neurociencias y la psicología.