*Por: P. Adam Lugowski SVD

La santidad parece ser un tema grandilocuente e inalcanzable para nosotros,  a la vez pocas veces tocado,  olvidado y dejado al lado de – al parecer más importantes – problemas socio-económicos de nuestra sociedad. Tal vez por eso la fecha del 1 de noviembre nos favorece para, por lo menos ahora, recordar y reflexionar sobre la importancia de la santidad y el lugar que debería ocupar en la vida de los cristianos,  porque en realidad es nuestra vocación primera y esencial para cada uno de los creyentes.

Uno podría decir que la santidad es una medición de cristiandad, es decir, significa que eres un cristiano a la medida de que buscas la santidad.  Lamentablemente, la idea de santidad es muchas veces muy distorsionada y mal entendida como algo en estilo de un auto-perfeccionismo egocéntrico encerrado en sí mismo y ajeno a los sufrimientos y necesidades del prójimo. ¡Nada más equivocado! Porque la santidad está estrechamente vinculada con el amor a Dios y al prójimo. Vale la pena ver el significado de la santidad en nuestra fuente que es la Biblia.

“Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy santo” (Lv 19,2). La palabra santidad en hebreo significa separación, transcendencia. En el Antiguo Testamento el término “santo” expresaba una cualidad exclusiva de Dios. Solo Dios podía ser llamado Santo. Todo en él es santo: su ser, su voluntad, sus acciones, su palabra… Pero Él en su infinita misericordia ha querido acercarse al hombre y se ha hecho presente en la historia de la humanidad. Este acercamiento llegó al momento culminante en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios, que el Padre santificó y envió al mundo. En el sermón de la montaña Jesús dice a sus discípulos: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.”(Mt 5,48). El cristiano está llamado a santificarse cada día uniéndose de manera más estrecha con Dios. La experiencia de fe de los primeros discípulos de Jesús brota desde el primer momento de esta llamada a la santidad.

El 19 de marzo de 2018 el Papa Francisco entregó la Exhortación Apostólica “Gaudete et exsultate”  «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. El Santo Padre nos explica la intención con la cual escribió esta exhortación: “No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, (…). Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).”

“El Señor nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”. Y más adelante nos invita a buscar con humildad cada uno su propio camino de la santidad: “Entonces, no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cf. 1 Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero «existen muchas formas existenciales de testimonio»”.

Vale la pena en estos primeros días de noviembre repasar este documento papal, escrito con un lenguaje bastante accesible, para centrarnos en lo verdaderamente importante: la santidad y purificar nuestro entendimiento sobre ella.

*Sobre el autor:

El padre Adam Lugowski SVD es párroco de la Parroquia Espíritu Santo de Osorno, ubicada en el sur del país.