“Las personas a principios del siglo XXI están preparadas para redescubrir a Dios como Trinidad, como una realidad relacional, abierta e infinitamente creativa”.
Por: Xabier Pikasa
El término perijóresis, está construido con dos palabras: una es peri(alrededor) y otra chôreô (danzar) y significa “intercambiar lugares”, “danzar en torno”. Eso indica que Dios no es sólo diálogo o comunicación verbal (palabra compartida), sino que es comunión y comunicación vital, pues cada “persona” existe en la medida que camina (avanza) hacia la otra y danza con ella, ocupando su lugar y habitando en ella. La palabra perijóresis, interpreta la relación trinitaria como una danza divina que mantiene la identidad de cada una de las personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero relaciona a cada una de ellas con las otras, en línea de amor (de in-habitación), que se expresa por una reciprocidad e inter-penetración mutua, de carácter total, de cada una con las otras(Jn 14, 10-11).
El amor de cada persona se expresa a través del don completo de sí y de la acogida total de las otras personas. Eso significa que la Trinidad puede entenderse como una danza divina de tres personas que se aman unas a las otras y se acogen de forma tan plena que cada una se vuelve “una” con las otras. Conforme a esta comprensión, la Trinidad aparece como prototipo de sociedad perfecta y de esa forma ofrece un modelo de comunión social para el mundo, es decir, para los hombres y mujeres, los mayores y los niños, todos en el gran baile de la Vida. Partiendo de su participación en el misterio divino, en gesto de fe, a través del Espíritu Santo, los cristianos han de crear una sociedad que responda a esta danza dadora de vida y generadora de amor, de manera que podemos decir, con Leonardo Boff, que La Trinidad es la mejor comunidad. Formamos parte de la “danza” y camino de Dios: Según eso, la “perijóresis” es una forma de entender la invitación que Dios nos dirige en Jesús, por el Espíritu Santo, para que hombres y mujeres nos sumemos a la danza de su amor más íntimo y más universal, caminando unos a otros (en otros) en amor, de manera que nos demos cuenta de la interconexión fundamental que nos vincula y enriquece. Ciertamente, Dios nos ha invitado a participar en esta danza divina de amor por el Cristo; pero nosotros hemos dudado: no sabemos si queremos o no queremos aceptar la mano de Dios para danzar con él. Somos nosotros los que tenemos que tomar la decisión, para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios dance con nosotros y en qué medida queremos que sea Dios quien dirija nuestra danza.
Tabernáculo de la iglesia de Steyl.
La lectura de los textos de los Padres de la Iglesia nos ofrece la forma de aprender los pasos de esta danza, para que sepamos escuchar la música del Espíritu, de tal manera que, a medida que Dios va infundiendo su amor en nosotros, nuestras vidas puedan venir a convertirse en acontecimientos de gracia, pues la existencia de Dios se expresa y despliega en cada uno de nosotros. La Trinidad es un despliegue de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los seres humanos, en su mensaje de libertad y en el don pascual de su Espíritu. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y como entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), en el encuentro de vida del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta. La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio del Espíritu, en la Iglesia, que así aparece como sentido y lugar de la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida y desplegada en la historia de los hombres, y sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida: comunión de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido con gran fuerza los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381). La Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Dios sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, para compartir la vida. Así lo hemos visto en Jesús: él nos ha mostrado que Dios mismo es amor compartido, comunión de personas que existen gozosamente al darse una a la otra. Así podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de habitación mutua (perijóresis).
Reflexión extractada del subsidio de la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos) para la fiesta de la Trinidad. https://www.clar.org/