*Por: P. Felipe Hermosilla SVD
En la solemnidad de la Anunciación de María, nuevamente nuestros ojos vuelven a contemplar el misterio de la encarnación del Verbo. En la sencillez de aquel momento narrado por el Evangelio de Lucas, la omnipotencia de la Trinidad se manifiesta y asume la fragilidad de nuestra naturaleza humana haciéndose uno con todos nosotros. Es necesario recordar continuamente la encarnación del Verbo, ya que esta nos permite realizar nuestra labor misionera sostenidos por una certeza y, a su vez, comprendiendo el carácter dinámico del ser humano. ¿Cómo podemos anunciar hoy la importancia del paso de Dios en nuestra historia?
Nos encontramos frente a dos problemas: ad intra de la Iglesia y ad extra con las personas que no creen en nuestro anuncio evangélico. Dentro de la Iglesia, perdura una cristología divisa sobre la persona de Jesús. Esta idea no es de mi propiedad, sino que la escuché en una conferencia del sacerdote dominico español, Felicísimo Martínez, sobre su obra de antropología teológica. A los cristianos no nos resulta fácil comprender la unidad del misterio del Verbo en el pesebre y la cruz. El padre Martínez aseveraba que la ternura y delicadeza del recién nacido en el pesebre conmovía los corazones cristianos e identificaba aquella criatura como uno más de nosotros. Sin embargo, al contemplar a Cristo crucificado, con la expresión de dolor y sufrimiento pendiendo de aquel madero, nuestra mirada de oprobio se oculta en la “certeza” de la sobrenaturalidad de su humanidad que le permitió soportar todo el dolor; en palabras simples, Jesús no sintió dolor por su condición divina. Una visión así proyecta una vida de “miel sobre hojuelas”, en la cual el dolor y los problemas no tienen cabida. No logramos comprender en su totalidad que las preguntas vitales de nuestra existencia encuentran respuesta en Cristo: detrás de la tristeza, está la alegría; después de la muerte viene la resurrección.
Por otro lado, vivimos en una época crítica hacia dogmas y definiciones que no apelen a la argumentación. Muchas personas van por la vida indiferentes a tal misterio que, para ellos, raya en lo supersticioso. Quizás podrían creerlo paulatinamente, pero se encuentran con el mal testimonio de aquellos que afirmamos la realidad de la encarnación de Dios con una convicción desarraigada de la vida diaria.
El misterio de la encarnación del Verbo necesita de nuestra propia encarnación en el corazón. Nuestro Alter Christus debe repercutir en todos los sectores y espacios de la sociedad contemplando la humanidad de Jesús, y aspirando a alcanzar la santidad. Nos quejamos de que no somos escuchados, columnas de El Mercurio llenas de resquemores critican la falta de atención al mensaje de la Iglesia, por ejemplo, en la Convención Constitucional.
¿Qué haremos para que la voz de aquel misterio: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” llegue a todos con la alegría esperanzadora que conlleva?
*Sobre el autor:
El P. Felipe Hermosilla Espinoza es sacerdote de la Congregación del Verbo Divino. Fue ordenado presbítero en julio del año 2021 y actualmente es vicario parroquial en la Parroquia San José Obrero de Rancagua. Además colabora pastoralmente en el Colegio del Verbo Divino de Las Condes.