Me encanta la frase de Louise Hay, que dice “hay un lugar dentro de cada uno de nosotros que está totalmente conectado con la infinita sabiduría del universo. En este lugar están todas las respuestas a todas las preguntas que podemos plantearnos. Aprender a confiar en tu Yo interior”.
Me consta tanto con esta frase por el hecho de que un ser humano desde el niño, el adolecente y hasta llegar a ser adulto debe aprender a escuchar su voz interior. La voz que te dice “no lo hagas” cuando le impulsa a hacer contra las normas de una convivencia humana. Y “hazlo” cuando le impulsa a hacerlo por su conveniencia o por su propio bien y lo del otro. Aprender a escuchar la voz interior es comenzar a escuchar la sabiduría del alma para que nos guíe. Sin embargo, la tarea no siempre es fácil, pues en nosotros hay dos voces; la voz del ego y la voz de nuestro verdadero ser.
A veces nos resulta difícil dilucidar qué es lo que más nos conviene o cual decisión tomar ante una determinada circunstancia. Es fácil que nos dejemos influenciar por la voz de nuestro ego, nuestros hábitos o por las creencias que tenemos instalados, lo cual no siempre resulta ser lo más beneficioso para construir la vida que anhelamos, ni para nuestro desarrollo espiritual.
Si miramos desde la perspectiva religiosa, la voz interior de un ser humano tiene alguna estrecha vinculación con la voz de Dios, porque sabe lo que más conviene y lo que nos proporcionará la felicidad que tanto deseamos, y que nos dará la paz, la armonía que podemos estar anhelado en un momento dado. Creo que los Santos han aprendido a no solamente distinguir las voces de su propio ego, sino que han tomado decisiones para poder elegir siempre la voz de Dios y seguir su voz interior. Y ¿por qué han logrado vivir la experiencia de sensibilizar su mente, sus oídos y su corazón para escuchar?
Escuchar con el corazón como san José
Creo que la podemos escuchar si estamos dispuestos a detenernos, guardar el silencio y mirar hacia nuestro interior. Y San José, por ejemplo, está dispuesto y obedece la voz de Dios. Tanto para escuchar “levántate porque Herodes quiere matar al niño” como para observar algo distinto en el cielo y ponerse en camino. Necesitamos cultivar un espacio interior donde, desde el silencio y la contemplación amorosa de Dios que habita en nosotros, podamos escuchar la voz que nos sorprende a veces a contracorriente, pero que nos invita a encontrarnos con el Dios de la vida.
En medio de las situaciones donde nos pone al descubierto tanta crueldad y desprecio a la vida, nos urge a apostar por la vida. La vida de todos los niños, tantos que sufren la muerte lenta de la desnutrición, el acoso, la violencia, el aborto, la muerte, y tantas cosas en nuestro alrededor, configuran una sociedad en la que sigue habiendo perseguidores y victimas niños y mayores. La masacre de los inocentes está viva y continúa a lo largo de nuestro mundo.
Y escuchar y actuar como San José
La invitación de levantarse como el caso de San José, a salir de nuestra vida cómoda y rutinaria a veces, para ir en ayuda de tantos niños y personas necesitadas. A comprometernos un poco más en las causas que tratan de aliviar la vida de otros: niños, jóvenes, ancianos. A mirar con otros ojos y otro corazón a los que tienen que huir de su país y vivir en otro que no es el suyo. A dejar que Dios nos sorprenda con sus llamadas a veces con poca lógica que requieren una atención especial para percibir su lenguaje, a que el corazón se haga un poco más grande en comprensión, compasión y compromiso. Y ¿Cómo se realizan todas estas obras maravillosas?: Escuchando la voz interior que te dice “hazlo”, porque te conviene, para tu salvación y la del mundo entero.