Ayer partió al encuentro con el Padre, el P. Eduardo Saffer, quien dedicó gran parte de su servicio misionero a la labor educacional a través del ejercicio de la docencia y dirección de establecimientos de la Congregación.
La siguiente es una entrevista que concedió en octubre del año pasado, a pocos días de haber celebrado 93 años de vida. En ese momento irradiaba energía, alegría, serenidad, disposición y su habitual sentido del humor, características que le acompañaron durante toda su vida, pero reconocía que, en más de alguna ocasión, su rostro adusto podía anular -ante los ojos de los demás- aquel espíritu jovial.
Aunque estaba jubilado y retirado de todas las ocupaciones misioneras, admitía que no le gustaba permanecer ocioso. Durante el día buscaba realizar alguna actividad productiva, ya sea lectura, música o una buena conversación con algún cercano. Sin embargo, también confesó que se encontraba en un proceso de desapego de todo lo que le había apasionado en la vida, como si estuviera preparándose para dejar las cosas terrenales.
La conversación está relatada con la espontaneidad y cordialidad que él mismo propuso como único requisito para aceptar dejar un testimonio de su vida y misión.
-Padre, refiérase a su infancia ¿qué recuerdos tiene?
Soy Eduardo Saffer Schnettler, mi padre era alemán auténtico, inmigrante, pero una vez en Chile aprovechó la primera oportunidad para quedarse, porque acá se casó. Fue a buscar esposa en el sur entre “las alemancitas”, como dicen, de Llanquihue. Eso se lo aconsejaron en Buenos Aires donde había estado 9 años más o menos de su llegada de Europa y qué curioso que allá en Argentina no haya encontrado una dama que le haya gustado.
Mi nacimiento fue el año 1927, en este mismo mes de octubre que estamos celebrando. Para qué le voy a dar la fecha, porque me ha costado mucho trabajo contestar los mensajes de felicitaciones que me han mandado jajaja.
Mi madre era chilena pero de abuelo alemán, de los Schnettler de la zona entre Puerto Varas y Puerto Montt. Nací en Santiago y ligerito fui a parar al Liceo Alemán.
-¿Cómo fue su experiencia en el Liceo Alemán?
Llegué prácticamente en los inicios del Liceo Alemán. No tenía el kínder ni prekínder ni nada de eso, porque en la época existía la primera preparatoria que equivale al tercero básico de ahora. Había que saber leer, saber matemáticas o aritméticas.
Cuando llegué el Padre Rector del Liceo Alemán me preguntó por las primeras tablas, era un examen para ubicarme. Mi hermano que entró conmigo, un poco mayor que yo, le tocó el curso siguiente; él sabía todas las tablas por lo visto.
Me tocó estar en el patio chico del Liceo Alemán de calle Moneda, ese edificio pertenecía a las hermanas clarisas y ellas fueron “desalojadas”, lo digo cariñosamente, por nosotros y se fueron a vivir a Bellavista donde nosotros las volvimos a “desalojar” después y le ofrecimos un convento en La Florida que corrió a cargo de la Congregación.
-Ahí conoció a los verbitas… ¿Qué le motivó a ingresar a la Congregación?
Cuando estaba en el primero de humanidades me recibió el Padre Provincial de la época que era muy conocido de mi padre, porque mi padre, cuando llegó a Chile, fue a golpear las puertas del Liceo Alemán para consultar por una parroquia alemana. Luego se nacionalizó chileno, pero era de alma y corazón alemán.
Entonces entré al Seminario Menor de la Congregación, porque casi todas las congregaciones tenían seminarios menores en esa época. Posteriormente, estuve en el Noviciado que tenía 50 alumnos, esa era la cantidad de seminaristas que había. Se llamaban “alumnos apostólicos ”, éramos todos muy apostólicos.
-Usted estuvo vinculado con algunos misioneros que fueron formados por el Padre Arnoldo
Sí. Todos sabemos que el Padre Arnoldo murió el año 1909 y yo nací el 1927, sin embargo, tuve unos cuantos profesores formados por el Padre Arnoldo. De ahí mi contacto directo con la fundación de la Congregación, si se quiere llamar así.
El rector que me recibió en el Liceo Alemán, el padre José Penners, había sido alumno en Alemania del Padre Arnoldo y otros más como el padre Schmidt que fueron enviados por el propio San Arnoldo en persona, quien además antes de morir, dio el permiso para la fundación del Liceo Alemán de Santiago de la calle Moneda, aunque inicialmente se ubicó en una casita en Agustinas, pero por un tiempo cortito hasta que se habilitó el exconvento de las hermanas clarisas.
-¿Cómo fue su formación en la Congregación?
Yo digo que llevo 80 años de vida en la Congregación, todo gracias a la bondad del Señor. Nunca pensé llegar ni a los 80 menos a los 90 años y ahora, es verdad, la naturaleza le va diciendo a uno que cada vez hay que ir bajando el ritmo de trabajo, de movimiento, porque todo el sistema muscular se debilita tremendamente en ciertos momentos. Puede que algunos alardeen que la cosa no es así, pero de repente, el día menos pensado, les va a llegar…
Pero hablando de la formación, estuve en el Noviciado que estaba en Vicuña Mackenna 5065. Nosotros estudiamos aquí en Chile la filosofía y después del Noviciado había que terminar el sexto de humanidades y en mi caso, era el único que faltaba. Vestía sotana, porque en aquella época se usaba la sotana, “como Dios manda”, agregan algunos hoy en día.
Fueron dos años de filosofía, nada más que filosofía y estaba súper concentrado, de la filosofía escolástica para qué decir… y también el latín. Por si alguien se asusta, cuando lea esto, en aquellos tiempos existían textos en latín, todo estaba en latín, en Europa, en todas partes se enseñaba de esa manera dentro de la Iglesia.
-Y después del Noviciado se fue al extranjero
Así es. En realidad, fueron dos años de Noviciado. Terminé el año 1949 y el Provincial, que había sido recién electo, era el gran padre José Doemkes y debo dejar el testimonio de que fue mi prefecto de alumnos, mi director espiritual, mi rector a continuación y mi Provincial finalmente. Él fue superior con nombramiento reiterado, aunque de acuerdo a las Constituciones son tres años, durante 27 años para que se entienda más o menos que tenía vocación y pinta para superior. Era bien versado en idioma, porque había pasado un tiempito corto de estudio en Inglaterra antes de venir a Chile.
El padre Doemkes nos enseñó algo de inglés al padre Jorge Schubbe y a mí, nuestro misionero ejemplar de Nueva Guinea, porque realmente nadie estuvo tan cerca de él como yo y generalmente la gente que está más cerca conoce como nadie los defectos del otro.
Entonces el padre Doemkes nos envió a Estados Unidos, porque acá no teníamos teología. Se impartía en Argentina donde nuestros vecinos de Villa Calzada, ahí era lo normal, pero como el padre Schubbe y yo habíamos estudiado inglés con el mismo padre José Doemkes, nos propició el viaje hasta allá.
-El viaje no fue casual
No, para nada. Él mismo hizo la tramitación ante al Generalato para enviarnos a Estados Unidos, pero tenía un propósito, porque tenía interés de que yo me quedara en Chile. Aunque después hice mi petición de destino, mi superior solicitó mi permanencia aquí para responder a los intereses y necesidades del momento.
-Y esa necesidad era la educación
Exacto. Estuve cuatro años y tres meses en Estados Unidos donde aprendí a hablar inglés a nivel universitario y eso no es ninguna mentira, lo digo no para darme importancia, sino para darle las llaves del aprendizaje para que muchos otros puedan hacerlo.
Le había pedido a mi querido exprefecto, rector, provincial, que todavía estaba de provincial, si le parecía que yo aprovechara de hacer un semestre en EE.UU para oficializar todo el inglés que había aprendido pero resulta que de inmediato le puso fecha a mi regreso. No quedó otra que volver y prácticamente, como en Chile estábamos en la mitad del año, fuimos enchufados en distintas cositas, porque no era oportuno por la fecha hacer un nombramiento oficial como se hace a principios de año.
Estuvimos haciendo “pololitos”, como decimos en Chile, de “tapón” jajaja, en Bellavista, en el Verbo Divino de Las Condes que recién estaba creciendo. Sin embargo, en el último momento el padre provincial me propuso oficializar el inglés en la Universidad Católica, así que fui hasta allá.
Después, gracias a una instrucción que llegó desde Roma, el padre provincial me permitió estudiar historia, pensé en historia porque me iba a servir mucho para la plática, para la homilética como sacerdote. La historia es de gente real, yo soy muy realista, así que la novela, novelística, etcétera, me gusta, pero preferí la realidad.
Estudié historia y como ya tenía dos años de pedagogía en la Católica, aprobados con el inglés, hice dos años en uno, pero fueron años espantosos en términos de tiempo, porque no tuve la “holgura”, como diría don Miguel de Cervantes y Saavedra, de dedicarme a la universidad a tiempo completo, porque trabajaba en la mañana en el Colegio del Verbo Divino y además tenía una capellanía.
El P. Eduardo el año pasado tras cumplir 93 años de vida
-¿Tuvo la opción de servir en otra área, como por ejemplo una parroquia?
Sí, a tal punto que cuando salí del Colegio Germania de Puerto Varas y me habían quedado nueve meses libres, le pedí expresamente al Provincial ir por ese tiempo, solo por ese tiempo, a una parroquia, pero sucede que en Los Ángeles supieron de esto, específicamente el querido padre Bernardo Boening, un excelente compañero. Él supo de eso y en seguida le pidió al Provincial que me fuera a Los Ángeles, así se opacó mi deseo de servir aunque sea por un corto tiempo en alguna parroquia del sur.
En todo caso era consciente de que si me autorizaran sería por ese periodo, porque los superiores preferían que estuviera en educación. Esa oportunidad se presentó el año 1968.
-Posteriormente le tocó la misión de las traducciones
Efectivamente. Estuve veintiocho años en eso y me dieron un poco de tranquilidad en cuanto a no tener que estar con cuarenta leones delante, me refiero a los alumnos, jajaja, porque eran muchos cursos; todo un desafío saber los nombres de todos, tener paciencia…
Me metí en los escritos y testimonios hablados del Padre Arnoldo. Fue una experiencia grande que me sirvió para ahondar en el alemán, en mi alemán casero que tenía yo.
La mayor parte de los escritos estaba en alemán y todo sellado. No sé cómo nadie se preocupó antes de traducir las cartas del Padre Arnoldo, del Fundador. Existían, en todo caso, un par de biografías excelentes.
Hicimos un trabajo conjunto con otro padre, él desde Roma y yo de acá, él componía las cartas, las escogía y yo las traducía. El último libro que traduje fueron las cartas a Nueva Guinea.
-Después de tanto trabajo y con su edad imagino que está en etapa de descanso
Curiosamente yo debería estar ocioso, sin saber qué hacer, pero sinceramente, a mí me queda tan poco espacio en el día, para salir, para ir al médico. Aquí en la casa igual hay cosas que hacer, por ejemplo, nuestros ejercicios religiosos. A mí siempre me tocó una vida de comunidad, por eso admiro que otros tengan tanto tiempo para viajar de acá para allá, para todos lados, en cualquier momento.
-Siempre fue trabajólico y casero
Sí, debo decirlo directamente: yo no tengo sangre gitana. En la Congregación hay muchos que tienen sangre gitana jajaja.
-Retomando la consulta anterior ¿ahora está disfrutando el descanso?
Uno a los 93 ya tiene que estar retirado, pero depende mucho de la condición física de cada uno. En mi caso, con todo el trabajo que teníamos en los colegios, el único día que teníamos libre era el domingo, que también se nos iba, porque toda la tarde de ese día era de preparación de clases para el lunes o martes, o corrigiendo trabajos.
Y el domingo en la mañana había misas, reemplazo en alguna parroquia o tener una capellanía fija; era un trabajo agotador.
-¿Cómo definiría estos 80 años en la Congregación?
No me gusta mucho calificar mi permanencia, porque resulta que si te respondo eso ahora, seguro que mañana o pasado, o en los próximos días voy a decir “olvidé tal cosa” jajaja.
En realidad, me satisface haber compartido con los jóvenes y hasta el día de hoy mantenemos recuerdos. Por ejemplo, tuve que ser hasta entrenador de fútbol. Por eso debo reconocer que me avergüenza decir que no mantengo comunicación con muchos de ellos. Algunos me piden poner mis fotos en redes sociales, pero respondo que no, porque si pongo nombre y foto, las grandes firmas pueden agarrar todo eso con fines comerciales.
Me habría gustado estar más tiempo en contacto con las familias, aunque en cierta medida hice eso cuando se enfermaba algún estudiante. En general, traté de visitar a la mayoría de ellos en sus casas y eso era muy valorado por las familias.
-A propósito de los 120 años de presencia de la Congregación en Chile ¿qué desafíos considera necesarios de abordar?
Esa pregunta la tienen que responder los que están metidos de cabeza, pero te podría decir que la educación sigue siendo fundamental, a mi juicio, para la Provincia. Es importante tener comunidades bien organizadas y veo que eso ha sido una de las preocupaciones de todos, no solo de la Congregación, sino también de los profesores y los que trabajan en los colegios.
-Para finalizar ¿continúa vigente su pasión por la música y el órgano?
He tenido que despegarme de muchas cosas y este pobre organillo que me acompañó por algunos años ya está como la mona jajaja. Lamentablemente, no pudimos repararlo y por eso me pasaron varias anécdotas. A veces cantábamos el Salve Regina y todos me miraban porque el órgano no sonaba y yo tratando de mover el pedal para intentar salvar la situación jajaja. En varios cantos se interrumpía.
En cuanto a la música, de repente escucho algo por ahí, pero ahora estoy metido en la cosa de actualidad política con todo lo que está pasando en Chile. Como buen profe de historia me mantengo informado.
-Esta sí es la última: ¿Cómo son sus días en la Casa Central?
De partida voy a echar de menos todo este tiempo que me quitaste con la entrevista jajaja. No, sinceramente, me falta tiempo, llega la noche y no alcanzo a terminar todo, me propongo algunas cosas, leo novelas, etcétera,
Ya estoy cansado, ahora solo espero llegar ante el Señor, si no me llamó antes de los ochenta… pero por ahora hay cosas que hacer. Sigo desafiando a cada rato la tecnología, sobre todo en computación. Y en una casa como esta, en años anteriores a la pandemia, por la Casa Central circulaban los padrecitos de todo Chile y había que atenderlos. Si estaban en el comedor uno tenía que quedarse más rato con ellos para acompañarlos o hacerte cargo cuando aparece uno nuevo y preocuparse de que tenga pieza donde dormir, porque uno no puede llegar y pasar o ignorarlos.
-Gracias, padre y que Dios bendiga su vida
Gracias a ti por permitirme dejar un testimonio de estos años de intenso trabajo. Que Dios te bendiga.