«Que el Dios Uno y Trino, la Omnipotencia del Padre, la Sabiduría del Hijo y el Amor del Espíritu Santo sean conocidos, amados y alabados por todos»
El Domingo de la Trinidad como fiesta misionera
La visión misionera del p. Arnoldo Janssen surgió de la espiritualidad centrada en la Trinidad. De esta fuente deriva su profundidad y vitalidad duradera. El Domingo de la Trinidad fue considerado como una fiesta titular en la Congregación. Para el P. Arnoldo, la Santísima Trinidad era una excelente fiesta misionera junto con el Domingo de Pentecostés, que también es una fiesta principal de la Congregación. La Regla de 1891/4,3 estableció la fiesta de la Santísima Trinidad como la fiesta principal de la Congregación: «Puesto que Dios es trinitario, la glorificación de la Santísima Trinidad es el primer y último propósito de nuestra Congregación» y «difundimos la devoción al Espíritu Santo de un modo que honre a las tres personas de la Santísima Trinidad» (1891/1,4). Por lo tanto, la Congregación celebraba esta fiesta como si fuese la de más alto nivel antes de que se convirtiera en una fiesta principal de la Iglesia (1911).
Las Constituciones de 1905 declaro que la fiesta de la Santísima Trinidad era la fiesta más importante de la Congregación, ya que los misioneros eran enviados en su nombre. Las Constitución de 1910/405 nos dice: «Por voluntad de nuestro Fundador, hacemos especial hincapié en la fiesta de la Santísima Trinidad, ya que nuestro llamado está profundamente enraizado en el misterio del envío de la Palabra eterna y del Espíritu Santo. Como misioneros, proclamamos la majestad y el amor del Dios Uno y Trino e introducimos nuevos miembros en el reino de Dios a través del bautismo en su nombre». Además, cada domingo debía ser dedicado a la Santísima Trinidad, concebido como una acción de gracias especial a las Personas Divinas por la gracia de la Creación, la Redención y la Santificación.
Vivat Deus Unus et Trinus in Cordibus Nostris
La visión universal de la misión del Fundador también encontró su expresión en la breve oración: «Vivat Deus Unus et Trinus in Cordibus Nostris» (Viva Dios Uno y Trino viva en nuestros corazones y en los corazones de todas las personas). Esta oración, que emana un dinamismo misionero, fue el objetivo y la fuerza motriz de la vida de Arnoldo y la oración inspiradora para las Congregaciones fundadas por él. Personifica a su carisma misionero con el fin de que todos puedan participar en la vida de la Santísima Trinidad. Esta visión de la misión, basada en su más profundo amor y adoración a la Santísima Trinidad, significó el cumplimiento de la voluntad de Dios y las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús. «Todos deben servir al Dios Uno y Trino, todo debe hacerse en nombre de la Santísima Trinidad, todos los corazones deben convertirse en su morada(…). El Dios Uno y Trino está atrayendo a toda la humanidad a una comunión perfecta de vida y amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo». El P. Arnoldo quería que sus misioneros siguieran su deseo de que el Dios Uno y Trino pudiera vivir en los corazones de todas las personas.
Inicialmente, existía la fórmula latina «Vivat Cor Jesu in cordibus hominum» (Viva el corazón de Jesús en nuestros corazones) y estaba relacionada al Sagrado Corazón. Dicha fórmula apareció por primera vez en la portada de la edición de junio de 1874 del Pequeño Mensajero del Sagrado Corazón y fue utilizada por el Fundador por primera vez en su carta de acción de gracias a las Hermanas Pobres de San Francisco en Aachen el 19 de marzo de 1875 (Nova et Vetera 1977, 159). En agosto de 1875, el P. Arnoldo hizo de esta fórmula latina el lema de la Casa Misionera y la puso sobre la ima- gen del Sagrado Corazón en el pasillo de la Casa Misionera en su día inaugural en Steyl, el 8 de septiembre de 1875. Inicialmente, los miembros de la casa se saludaban los unos a los otros con dicho saludo. Tal lema misionero se aplicó cada vez más a la Santísima Trinidad, especialmente la parte relacionada a su morada en los corazones de las personas a través de la gracia. Su nueva versión emblemática: Vivat Deus Unus et Trinus en Cordibus Nostris (acrónimo VDUETICN) apareció como la última oración de la Regla de Septiembre de 1885. Desde entonces, el Fundador la citó en sus cartas diarias durante casi un cuarto de siglo. Además, el Segundo y el Tercer Capítulo General introdujeron este lema misionero como regla: «Cada vez que nos escribamos, escribiremos en la parte superior de la página: “Que el Dios Uno y Trino viva en nuestros corazones”. Si Él vive en nuestros corazones será fácil mantener su nombre santo y obedecer su voluntad, porque de este modo Él será la fuerza motivadora de nuestras acciones» (Con 1891 / 59,1 y 1898 / 62,1).
La morada de la Trinidad en el Sagrado Corazón
Para el Fundador, la devoción al Sagrado Corazón estaba íntimamente relacionada con las tres personas de la Santísima Trinidad. Los PP. Bornemann y Fischer sostienen que «cada vez más, en el curso de la vida del Fundador, el primer y omnipresente objeto de su pie- dad era la Santísima Trinidad bajo el aspecto de su morada por la gracia en nuestros corazones». Esta piedad surgió de la idea favorecida de Arnoldo de la morada de toda la Santísima Trinidad en el Sagrado Corazón de Jesús: «Por lo tanto, toda la Santísima Trinidad mora en el Corazón de Jesús. Presentes son la omnipotencia del Padre eterno, la sabiduría y la belleza del Verbo Eterno y el amor y la riqueza eternamente generosos del Espíritu Santo. Qué maravilla santa, porque el Corazón de Jesús permanece siempre humano» (Pequeño Mensajero del Sagrado Corazón, 1874, 203). El Corazón de Jesús era el tabernáculo de la Trinidad; es un Corazón completamente divino y humano, el horno del Amor ilimitado y sin fin, la fuente de todo lo que es bueno y bello. Debemos honrar a la Santísima Trinidad con nuestro amor, de palabra, mediante la oración, la predicación y las obras.
Historia de la misión del amor trinitario
La esencia de la fe cristiana consiste en descubrir a Dios como amor infinito en la persona humana, en todas sus debilidades e impotencia. El Fundador anhelaba que todas las personas pudieran llegar a conocer este maravilloso misterio y ser parte de la comunidad del Amor Divino. Él escribió en su Manual de oraciones comunes para laicos (1871): «Las almas que a menu- do han reflexionado sobre la Santísima Trinidad están llenas de gran reverencia por la divina majestad y son elevadas a un muy alto grado de amor por esa inefable pureza y santidad que adoramos en la Naturaleza Divina».
Nuestro propósito general es servir a Dios y al prójimo mediante la difusión del conocimiento y el amor de la Santísima Trinidad (borrador de los Estatutos de la Casa de la Misión, agosto de 1875). El P. Arnoldo siempre se sintió atraído por la belleza y la riqueza de la vida íntima de las Personas Divinas, y deseaba que todas las personas pudieran compartir su felicidad. La Regla de 1898/5 muestra claramente que el P. Arnoldo basó su visión misionera en el misterio de la vida trinitaria. Dicha visión fue diseñada para llevar a todas las personas a una comunión de amor a través de Cristo en el Espíritu: «Por lo tanto, seamos hijos fieles del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, especialmente para el Padre que es la raíz principal de la Santísima Trinidad y a quien todos deben regresar. Ya que hemos sido creados, redimidos y santificados por los rayos de su amor, y por ende, sigamos siendo aún más sus hijos obedientes y amorosos. Propaguemos su Reino de amor en la tierra y trabajemos para que esto suceda de tal modo que el Padre sea cada vez más amado en el Hijo y el Espíritu Santo. Debido al amor que tienen por el Padre como su origen, promueven el honor del Padre en la tierra. Y cómo desean que todos los hombres regresen al seno de la Padre, seamos sus colaboradores y sus instrumentos, aún en nuestra fragilidad».
La silla de la misericordia
El Fundador visualizó el aspecto misionero de la espiritualidad trinitaria en la puerta del tabernáculo de la Iglesia Superior en Steyl con una imagen de la silla de la misericordia. El Espíritu Santo en forma de paloma revolotea sobre Dios el Padre que sostiene en su regazo el cuerpo de su amado Hijo Jesús. Esto simboliza al Padre Eterno que entrega a su único Hijo por el amor de la humanidad a la muerte en la cruz, y mediante el poder y la presencia del Espíritu, desea atraer a todas las personas a este misterio de amor y compasión (Rehbein, El misterio del amor de Dios, 38). Esta visión generó en Arnoldo mucha energía y se tradujo en una teología práctica de la misión. A pesar de las duras pruebas, el P. Arnoldo preservó la confianza inquebrantable en el Dios Uno y Trino al seguir el principio de Santa Teresita de Ávila: «Solo Dios basta». Toda su vida, el P. Arnoldo caminó fielmente en la presencia del Dios Uno y Trino y se ancló en su amor. Mantuvo su tranquilidad en medio de las tantas actividades en su oficina; lo hacía caminando en la presencia de Dios con humildad y modestia y preservando la libertad interior para tomar cada decisión que se tenía que tomar.