*Por: Gonzalo Díaz

La expresión musical data de los albores de la humanidad.  Está asociada a ritos, ceremonias y en general a cualquier manifestación que involucra al ser humano. Se entiende la música como un vehículo emocional capaz de incidir en las reacciones individuales y grupales de las personas. Una secuencia cinematográfica puede llevarnos al llanto más profundo si usamos la música correcta, o bien podemos instalar una idea fuerza si nos apoyamos de la melodía adecuada. Podemos lograr que un individuo reflexione, se enoje, descanse o entre en un trance emocional solo con incorporar los sonidos correctos, pero correctos para esa persona.

 La música es una experiencia vivencial que por su composición tiene un carácter subjetivo, pues no hay dos personas que canten o toquen la música de la misma forma, ni tampoco que la escuchen e interpreten igual. Por lo tanto, hay una directa relación en la forma en cómo se vive la experiencia musical y la propia identidad personal.  Ante esto debemos aceptar que la música es capaz de proporcionar  significancias complejas, más allá del contenido estético, incorporando  significados  que se generan en la interacción de quienes escuchan o participan activamente en la construcción de esta, aun cuando sea imposible describir la experiencia en palabras.

Esta mirada de la música es la que orienta a la Musicoterapia como disciplina, aquella que se aleja de lo meramente estético y que más bien se sirve de los elementos musicales para conseguir objetivos que ayuden a las personas a mejorar.

La Musicoterapia entonces es  una disciplina vinculada a la salud que se fundamenta en la relación que existe entre la música y el ser humano, a través de una experiencia musical propiciada por un musicoterapeuta calificado y de las relaciones que se desarrollan a través de ellas como fuerza dinámica de cambio. Esto es particularmente interesante si entendemos que la música per se no contiene poderes especiales y no es ella en sí misma la que logra generar esos cambios, sino la relación que cada persona entabla con ella.

Con esto quiero decir a modo de ejemplo que no es la música la que puede llevar a un joven al borde del colapso emocional, con ganas de romper todo lo que se le cruza, sino la relación que él ha entablado con la música que escucha.

La musicoterapia tiene muchos campos de intervención. Está la clínica orientada al trabajo con enfermos y apoyo a equipos médicos en centros de salud, la educacional que se refiere al trabajo con comunidades escolares, la psicosocial orientada a trabajar con personas en entornos sociales.

En el mundo actual, con una pandemia a cuestas y miles de problemas, acceder a la música como una herramienta terapéutica se ha hecho cada vez más frecuente y necesario. Personas que no presentan necesariamente un diagnóstico se ven altamente beneficiadas si pueden acceder a experiencias estimuladas  por la interacción con los elementos musicales.

Desde mi punto de vista, la experiencia musical es en sí misma un proceso terapéutico que movilizará a quien la viva y que por las razones antes expuestas propiciará un camino hacia un estado de mayor beneficio y plenitud.

*Sobre el autor:

Gonzalo Díaz Castro es Musicoterapeuta de la Universidad de Chile,  magíster en Educación Universidad SEK, profesor de Educación Musical de la Universidad Metropolitana, diplomado en Planificación y Evaluación de los aprendizajes, diplomado en Metodología en educación superior.  Ha sido Académico de la Universidad SEK en el programa de Pedagogía en Educación Diferencial, especialidad Discapacidad Intelectual, jefe del Departamento de Música de Redland School entre 1996 y 2011, profesor particular de instrumentos. Como músico ha participado de diferentes proyectos individuales y colectivos.