El tiempo de Adviento nos invita a profundizar en el misterio de la Encarnación, elemento esencial de nuestra fe y también de nuestra espiritualidad trinitaria. Pero, ¿qué significa para mí hoy, y para nosotros como comunidad, vivir de forma coherente nuestra relación con Jesús, el Verbo de Dios que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros?

¿Qué consecuencias nos trae a las SSpS asumir en profundidad el misterio de la encarnación ante el desafío del calentamiento global y la destrucción de la naturaleza que afecta especialmente a los más pobres y vulnerables de nuestro planeta? Por eso, a la luz del Documento Laudato Si’ y de la herencia espiritual de nuestra generación fundadora, dejémonos interpelar por Dios y escuchemos el grito de la madre tierra, abriendo todo nuestro ser para una verdadera conversión ecológica.

San Arnoldo Janssen se quedó embelesado con la imagen del niño Jesús y meditó sobre el gran misterio del amor de Dios que no se contentó con crear el mundo, sino que quiso hacerse uno de nosotros y asumir plenamente la realidad humana. Siguiendo a nuestro Fundador, en actitud de adoración, entrega, alabanza y admiración, abramos nuestro corazón para que Dios mismo se revele en nosotros y nos transforme según “su benévola voluntad”.

La encarnación de Jesús tiene su origen en el amor apasionado del Dios Trino por toda su creación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”. Es una acción trinitaria que transforma desde dentro la historia y el destino de toda la creación. El Verbo Eterno, al hacerse uno de nosotros, se inserta en el mundo creado como parte de la creación. La Palabra creadora del Padre, por la que todo fue llamado a la existencia, está ahora dentro de cada ser, no sólo dentro de nosotros los humanos, sino que asume todas las criaturas para llevarlas a la redención.

Por parte de Dios hay un gran vaciamiento (kenosis): el Verbo de Dios asume la debilidad humana, crece como cualquier niño en el seno de María y depende enteramente de ella para sobrevivir. Como cualquier niño necesita ser amamantado, necesita cuidados de higiene, necesita aprender a hablar, dar sus primeros pasos… Sólo Dios es capaz de amar así…

Al mismo tiempo que la Trinidad, a través de Jesús el Hijo, penetra en la humanidad y en la Creación haciéndose uno de nosotros, inicia un proceso de transformación del universo, haciéndolo entrar en la Trinidad. Al humanizarse, Dios también nos diviniza. ¡He aquí la salvación! Por este acto de amor inexplicable, estamos llamados a participar en la vida trinitaria y, con Jesús, también morimos y resucitamos a la vida eterna. Este misterio involucra a toda la creación “que gime con dolores de parto” esperando el “cielo nuevo y la tierra nueva”.

Dios Trinidad siempre ha mirado a la creación con amor. Todo en el universo está interconectado y participa de alguna manera en la comunión con Dios, su Creador. También nosotros, creados a imagen y semejanza de Dios, hemos sido moldeados en el amor para amar y convivir y relacionarnos con todos los demás seres con cuidado y respeto. Al desviarnos de este camino, hemos explotado la naturaleza y la hemos convertido en nuestra esclava, agotando sus recursos y destruyendo su equilibrio. Ahora nos enfrentamos a las consecuencias del propio abuso de la humanidad.

Podemos pensar que se trata de un problema demasiado complejo para nosotros y que nuestras acciones personales y comunitarias no interfieren en este proceso. Pero esta es una visión equivocada. Somos parte de la humanidad y parte de la creación. Si hasta nuestros pensamientos pueden interferir en el conjunto, cuánto más nuestras acciones. Tenemos responsabilidad personal y también como comunidad, como Congregación y como Iglesia…

Nuestro compromiso con la creación/humanidad

El Papa Francisco en la encíclica Laudato Si (LS) nos recuerda que Dios, en Jesucristo se hizo parte del mundo natural. Jesús mismo apreciaba el mundo natural, Jesús interactuaba constantemente con la naturaleza (flores, mares, montañas, lagos, pájaros, etc. ….) Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se destaca el tema del amor a la creación. Tanto el misterio de la encarnación como la encíclica LS subrayan el cuidado de la creación y de la humanidad. No se puede cuidar la naturaleza “si nuestros corazones carecen de ternura, compasión y preocupación por nuestros semejantes” LS nº 91).

El documento Laudato Si se dirige a cada persona del planeta para que tenga una conversión ecológica, en la que veamos la íntima conexión entre Dios y todos los seres, y escuchemos más fácilmente el “grito de la tierra y el grito de los pobres” (LS nº 49).

Para nuestra reflexión de hoy, evaluemos nuestras actitudes hacia la creación y, mirando a Jesús encarnado y a los dos primeros objetivos de la Plataforma de Acción Laudato Si. ¿Podemos encontrar una manera personal y comunitaria de responder al grito de la Tierra y al grito de los Pobres y desempeñar nuestro papel?

Objetivo nº 1. RESPUESTA AL GRITO DE LA TIERRA

La Respuesta al Grito de la Tierra es un llamamiento a la protección de nuestra casa común para el bienestar de todos, mientras abordamos de forma equitativa la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la sostenibilidad ecológica. Las acciones podrían incluir la adopción de energías renovables y medidas de suficiencia energética, lograr la neutralidad del carbono, proteger la biodiversidad, promover la agricultura sostenible y garantizar el acceso al agua potable para todos.

Objetivo nº 2. RESPUESTA AL CLAMOR DE LOS POBRES

La Respuesta al Grito de los Pobres es un llamado a promover la eco-justicia, conscientes de que estamos llamados a defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte, y todas las formas de vida en la Tierra. Las acciones podrían incluir proyectos para promover la solidaridad, con especial atención a los grupos vulnerables, como las comunidades indígenas, los refugiados, los migrantes y los niños en situación de riesgo, el análisis y la mejora de los sistemas sociales, y los programas de servicios sociales.

Autoras: Hna. Gretta Fernandes SSpS y Hna. Ana Elidia Neves SSpS
Fuente: Vivat Deus