El padre Enrique Vallejos SVD lleva 21 años acompañando a miles de reclusos en la Región Metropolitana. Inmerso en esa realidad ha auxiliado con palabras y obras a muchos que, con la pérdida de la libertad, también van menguando la esperanza de una vida nueva.  Este es su testimonio relatado en primera persona.

La labor misionera en las cárceles es un desafío grande y satisfactorio, aunque despojado de todos los paradigmas que habitualmente tienen todos los servicios pastorales tradicionales de la Iglesia católica; no podemos esperar nada, no podemos prometer nada, pero cumplimos el mandato del Evangelio “estuve preso y me visitasteis”, dice Mateo 25, 36. Curioso que el Evangelio no dice si Jesús se identifica con el encarcelado con culpa o sin ella. De los dos hay en prisión.

 Un capellán de cárcel viene del clero de cada diócesis donde hay un penal, o del clero de una congregación religiosa que generosamente pone al servicio de esta realidad marginal a uno de los suyos, pero también puede ser una mujer religiosa o un laico comprometido y formado para este servicio quienes asumen el compromiso de capellán.

Inmerso en la realidad

 Llegué a esta Pastoral Carcelaria hace 21 años; fui diez años capellán en la cárcel de mujeres en San Joaquín; siete años capellán en una cárcel donde llegaban detenidos por primera vez, denominada Santiago 1, en Santiago Centro y ya cinco años en las dos cárceles que existen en la comuna de Colina, de las más grandes del país y de las más peligrosas de América.

 Acompaño a miles de recluidos por los crímenes, delitos y tragedias más variopintas que pudiesen imaginar: algunos terribles, inimaginables que pudiesen existir; otros son el lógico fruto de la marginalidad, abandono, miseria y todos las variables que mueven al comportamiento humano a “revolcarse en su propio vómito”, como dice la 2da. Carta de Pedro, capítulo 2, 22.

 Allí celebro misa dominical, en días de semana, pues el tiempo corre distinto al mundo externo.  Logramos formar algunas pequeñas comunidades de reflexión del Evangelio cada semana o compartir un desayuno y conversar de lo que están pasando. En esa, mi feligresía, mi comunidad pastoral, surgen también las necesidades de ir al velorio de un hijo o madre fallecida al cual ellos no podrán ir, pero irá su capellán a representarlos. Surge la necesidad de una familia que no tiene cómo comer porque el padre está ausente encerrado. Y allí el capellán, en la medida que puede y tiene cómo, lleva el auxilio en nombre de sus familiares.

Pese a las restricciones por la pandemia el P. Enrique (a la derecha) sigue apoyando a los reclusos.

Vida de fe tras las rejas

 Si el recluso quiere, se interesa y lo pide, lo incorporamos a la familia de Cristo en el Bautismo o puede comulgar por primera vez.  Hay agrupaciones religiosas laicales maravillosas que van todas las semanas a ofrecer un tema y compartir una oración. Otros cristianos laicos van un día al mes y comparten con los reclusos una misa, un tema de reflexión y un almuerzo que generosamente les llevan. Esa es la gente que yo admiro, “los santos de la casa de al lado”, según la feliz expresión del Papa Francisco.

Cuarentena perpetua

 Ellos sobrellevaron la cuarentena mejor que nadie, porque siempre están encerrados en cuarentena. Ahora se agrega el que sus familias no puedan visitarlos para evitar el contagio.

Por la pandemia, no puedo ir a celebrar la fe con ellos y acompañarlos. Sólo he podido en estos meses conseguir algún dinero y comprarles jabón, papel higiénico, dentífrico, en fin…lo que alcance. Lo agradecen mucho, muchos no tienen nadie quien los visite y ayude. Algunos  -con razón nadie los visita- el daño hecho es muy grande. Sólo yo he podido entrar a entregar esta ayuda, siempre acompañado y ayudado por un hermano sacerdote verbita.

Ellos esperan que volvamos pronto; sin vacuna no podemos, los pondríamos en peligro, pues siempre seremos sospechosos de portar el virus y dejar la mortandad adentro.

 Tanto miedo por la muerte ellos no sienten, pues viven con ella en cada momento. Por ello, es justo y necesario que haya un capellán que los acompañe. Es la Iglesia que entrega consuelo, compañía y anima a creer que todos podemos ser diferentes. Algún día el Espíritu Santo nos concederá a todos eso.

P. Enrique Vallejos SVD