«Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz», con estas palabras Francisco concluyó su homilía en la misa funeral del Papa emérito Benedicto XVI.

En una plaza de San Pedro envuelta en un manto de neblina, miles de fieles se congregaron, en la mañana del primer jueves de enero, para participar en la misa exequial del Papa emérito Benedicto XVI y darle su último saludo. Son personas de todas las edades y nacionalidades, jóvenes, laicos, sacerdotes y también familias, monjas, grupos de Italia y Alemania, con banderas y pancartas.

El Papa Francisco llegó hacia las 9.20 horas, en silla de ruedas, y tomó lugar en el palco, dando inicio a la celebración fúnebre, concelebrada por unos 130 cardenales, 400 obispos y casi 3.700 sacerdotes. En su homilía, reflexionó sobre la lectura del Evangelio de San Lucas 23, 46, deteniéndose en particular, en una frase de Jesús en la cruz:

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

“Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz”, remarca Francisco, “su último suspiro capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos”.

Es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

El Pastor que ama el rebaño y sigue al Señor

Continuando con su homilía, el Papa describe las características de un pastor que sigue al Señor, por medio de tres entregas:

Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: “Tú me perteneces… tú les perteneces”, susurra el Señor; “tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”.

Es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes.

Entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar y la confiada invitación a apacentar el rebaño.

Como el Maestro, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad.

Entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla.

Testigo del Evangelio

“También nosotros – añade el Papa – aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida”.

Francisco cita por último a san Gregorio Magno, quien, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle compañía espiritual: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme».

Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado.

Benedicto, fiel amigo del Esposo

“Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años”, afirma el Papa y añade:

“Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”. Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”

El grito de la multitud: «¡Santo ya!»

Al final de la celebración, tienen lugar la Ultima Commendatio y la Valedictio. La asamblea, hasta entonces silenciosa, estalla en estruendosos aplausos y tres veces se eleva el grito desde la plaza: «¡Santo ya!». Los silleteros levantan el féretro y lo conducen detrás del escenario, donde el Papa Francisco, de pie, apoyado en su bastón, los espera para la bendición. El Pontífice inclina la cabeza, permanece unos instantes en oración y luego apoya una mano sobre el féretro que es trasladado a las Grutas Vaticanas de la Basílica de San Pedro para su inhumación. Benedicto XVI será enterrado en el mismo lugar que su predecesor, el Papa que sirvió durante décadas, Juan Pablo II.

Fuente: Vatican News