*Por: Hna. Anneliese Meis SSpS

Si bien los Padres de la Iglesia son grandes figuras eclesiásticas en el periodo de los siglos I-VI (VII), garantes de la fe, vivida con santidad personal e interpretada con las múltiples herramientas culturales de su tiempo, que hoy parecen ser del pasado, su relevancia para nuestro contexto actual, convulsionado por los acuciantes problemas de la sociedad, es innegable, sobre todo para una docencia, animada por nuestra espiritualidad, en el sentido como  Arnoldo Janssen  nos exhorta a “apreciar a los Padres de la Iglesia”, A30/116. De hecho, el padre fundador se refiere, con frecuencia, tanto a los Padres griegos- a Efrén, y sobre todo, a Cirilo de Alejandría-, como a los Padres latinos, en particular, a san Agustín, -todas figuras de perfil y manera de pensar múltifacético, pero, fundamentalmente, testigos de la fe en cuanto misioneros por excelencia y doctores de la Iglesia.

  1. Misioneros por excelenca en busca de las semillas del Verbo

Los Padres de Iglesia, efectivamente, son misioneros por excelencia, siempre en busca de las “semillas del Verbo” en contextos culturales más complejos, que el nuestro hoy, sirviéndose de un instrumentario filosífico, altamente, calificado, pero implementado por el saber científico disponible en su tiempo, aunque valido desde los orígenes de la humanidad. De hecho, se empeñan, incansablemente, por discernir la transmisión de la verdadera fe en Cristo, Hijo predilecto del Padre y Ungido por el Espíritu Santo, conservando a la vez la verdad originaria intacta e interpretándola, de modo adapto, para la comprensión de sus oyentes. Pero ellos saben también, que las verdades a medias, que llamamos herejías, se deben a una falta de conocimiento y uso inadecuado del instrumentario filosófico, aunque sobre todo, a la incapacidad de arrodillarse ante el misterio, que sobrepasa la razón humana. Tal misterio del Verbo Encarnado, resulta, sin embargo,  sumamente razionable para la “lógica del amor”, que orienta los testigos fieles, “doctores de la Iglesia” y laicos-, y  presente, de modo especial, en la mujer.

  1. Doctores de la Iglesia y su relación con la mujer

Los Padres de la Iglesia, sin duda, son doctores varones, quienes, sin embargo, se destacan por una actitud respetuosa a las mujeres, admirando la cultura de ellas hasta sobresaaliente, como la de Macrina, a quien Gregorio de Nisa no se cansa de alabar. Pero como pastores viven también los conflictos con las mujeres montanistas, que desconocen la diferencia congénita complementaria de igual dignidad con el varón y terminan en el olvido. En todo caso puede observarse una seriedad cientifica igual o superior a la de los varones en numerosas mujeres dedicadas durantes la historia a los estudios patrísticos como la de aquella única autora mujer, cuya extensa obra está en la conocida “Colección de la Padres de la Iglesia”,-Migne-, Hildegard von Bingen, siendo ella en cuanto “doctora de la Iglesia” una “mística dogmática”, que plasma su pensamiento e  incansable labor misionera por medio de una “racionalidad ardiente”, y un modelo de santidad, a cuya imitación nos invita el padre fundador por medio de sus comentarios notorios a los Himnos al Espíritu de esta gran mujer,  de mismo modo, que que refiere a tantos maestros insignes modelos, que ocupan los vitrales de la Iglesial misional en la Casa Madre.

  1. Maestros modelos desde nuestra espiritualidad.

En efecto, los Padres de la Iglesia se dedican a los grandes temas trinitarios, cristológicos y pneumatológicos, que, sin duda, nos ayudan profundizar aquellos misterios maravillosos, que constituyen el legado principal del padre fundador. Pero también nos capacitan para actitudes de vida “a modo del Espíritu Santo”, Quien se reconoce sólo en sus efectos, no teniendo nada propio, sino el gozo de que el Padre sea Padre y el Hijo, Hijo,  y Quien como tal nos ayuda llevar a cabo nuestra docencia dialógica, efectiva y afectiva. En efecto, el contacto con la teología del Espíritu Santo de un Origenes, Gregorio de Nisa y Dionisio Areopagita, plasmada en la modestia congénita de su vida, nos motiva realizar cada vez mejor nuesta misión docente, centrado en el Verbo Encarnado, pero impulsada por el Espíritu Santo y gracias a Su ayuda.

            A modo de Conclusión

Puede apreciarse que vale la pena volver a  los Padres de la  Iglesia hoy como al origen, donde borbotean las aguas cristalinas de nuestra espiritualidad y encontrar así una orientación certera para una docencia lograda en este momento crítico de nuesta sociedad.

*Sobre la autora:

La hermana Anneliese Meis Wôrmer SSpS es religiosa de la Congregación Misionera Siervas del Espíritu Santo, doctora en Teología Dogmática e investigadora del Centro UC de Estudios Interdiciplinarios Edith Stein.