El diácono permanente Genaro Díaz Springinsfeld (64) cumplió en marzo pasado 18 años como consagrado,  pero su vínculo con la Iglesia y el servicio a su pueblo supera ese periodo de tiempo.

Desde joven sintió pasión por el Evangelio, siempre con la intención de aportar como laico,  hasta que en un momento de su vida recibió algunas señales que le incentivaban a asumir más compromisos. La invitación concreta llegó de la boca de un obispo y poco a poco floreció en él una motivación por entregarse con más fuerza en favor del Pueblo de Dios.

En esta entrevista profundizamos en el camino  de fe que ha recorrido don Genaro, diácono de la Parroquia San José Obrero de Rancagua, quien además de acompañar con ardor a su comunidad tiene a su cargo otras responsabilidades en su Diócesis, entre las que destacan la Pastoral de los Trabajadores y en la recaudación del 1% a la Iglesia.

¿Cómo surgió su vocación al diaconado?

Con la invitación que me hizo personalmente  monseñor Javier Prado, que en paz descanse, cuando era obispo titular de la Diócesis, antes no tuve antecedentes de que hubiera un llamado de la Iglesia para la formación de diáconos, creo que tampoco estaba al tanto el padre Manuel Bahl, mi cura párroco en esa época .

Esa invitación me caló profundo, a pesar de  que desde muy joven he sido fiel a mi Iglesia, nada me ha apartado de ella, a pesar de los momentos adversos que me ha tocado vivir, siempre he recordado lo que  San Pablo con sentimientos del alma expresó en la carta  a los Romanos 8, 35.

He procurado también vivir mi fe tanto  personal y comunitariamente con alegría y debo decirlo honestamente: en todo el tiempo de permanencia en mi Iglesia, en medio de tantas actividades pastorales, no sentía la necesidad  de alguna vocación sacerdotal o diaconal en mí.

¿Cómo encauzó ese llamado?

Fui invitado años atrás a vivir una experiencia vocacional en Santiago, en el (ex) Seminario del Verbo Divino en La Florida, como experiencia lo acepté, pero no había en mí una inquietud al sacerdocio, había preocupaciones por cierto, pero sólo pensaba en la condición de laico, sentía que era mi camino, como laico comprometido con la Iglesia.  Tampoco en ese  momento pensaba en el matrimonio, todo se fue dando con el tiempo, y así, un día 8 de septiembre, día de la Natividad de la Virgen María, día también de la  Fundación de la Congregación del Verbo Divino, contraje matrimonio con quien hoy es mi esposa y llevo felices 35 años.

Cuando don Javier me invitó al diaconado permanente debía pedirle a mi párroco una carta que acreditara mi idoneidad para tal efecto, por cierto, que mi querido amigo Manuel no dudó ningún instante en  entregar esa solicitud al ministerio al obispo.

¿Fue difícil decir ‘sí’?

Lo reflexioné junto a mi familia, porque tenía que surgir desde el seno familiar tan sagrada respuesta a la invitación de mi Iglesia a tal dignidad. Creo firmemente y lo experimente en mis años de formación al diaconado que Dios así lo quiso (Juan 6,44) que fuera también su consagrado, y por cierto, que la identidad especifica del diácono reside en ser signo sacramental de Cristo Servidor e inspirar la diaconía, el servicio, en la Iglesia.

¿De qué manera ha vivido su ministerio diaconal?

He procurado, con  la gracia de Dios, de vivirlo lo más fielmente posible, con todo lo que soy, con mis defectos y virtudes.  Sigo siendo el mismo Genaro Díaz, nada he cambiado en lo que respecta a mi persona, no me creo nada, menos creerme superior a los demás, ¡Dios me libre! creo que es pecado grave desmerecer al otro.

Trato siempre de tener buena disposición con todos, sobre todo con los más necesitados, menos creerme cura, porque  ¡cuántos me llaman padre!, pero siempre aclaro ante los demás que soy diácono, servidor, que mi primer sacramento es el matrimonio; siempre me  presento ante los demás.  En las homilías,  de pasadita, hablo  del diaconado de hombres casados, porque predicar la Palabra de Dios es lo esencial; que Dios me pille confesado si hablo de otra cosa, menos de la Palabra de Dios.

Mi diaconado lo he vivido, por cierto, en mi familia en primer lugar, mi esposa y mis hijos son sagrados para mí, lo he vivido con los pobres  y necesitados y con los demás, al interior de la cárcel, con los internos, con los enfermos. De verdad lo digo: no me limito con nadie.  Si yo puedo socorrer y asistir, ¡por qué no! , le pido frecuentemente a Dios en mis oraciones esta gracia. Creo que el secreto está en la oración.

¿Cuál es – según su perspectiva – la misión principal de todo diácono?

El diácono tiene su propio rol en la Liturgia. Su función es servir y asistir al obispo y al presbiterio en la celebración eucarística. Derivada de esta función, el diácono preside celebraciones de la Palabra y de los sacramentos del Bautismo y Matrimonio, distribuye la Sagrada Comunión, preside la Liturgia de las Horas, las oraciones comunes, los ritos de funerales, responsos y entierros y administra los sacramentales; entre los sacramentales, las bendiciones ocupan un lugar importante.

Con todo, la liturgia no agota la actividad ministerial del diácono, pues como servidor de la Palabra de Dios y de la Caridad debe testimoniar  con obras y palabras  el Evangelio de Cristo, en su ambiente familiar, del trabajo, del vecindario y en las relaciones sociales.  Lo esencial en nosotros no es estar en el altar solamente;  no fuimos ordenados sólo para eso, sino en la atención a los más necesitados, a los pobres, a la solidaridad y sobre todo al servicio de la caridad.

¿Qué tareas particulares le han encargado en su parroquia y/o diócesis?

Soy parte de la comunidad religiosa, me debo a mi párroco, no pertenezco a una capilla en particular, pero sí, sirvo muchos años en una de las comunidades vulnerables de la Parroquia, la Población Dintrans y su entorno, además de otras poblaciones del sector.

Coordino también la Pastoral del 1% de la Parroquia y en la Diócesis yo trabajo remunerado en el Obispado de Rancagua, me debo a mi obispo.  Partí trabajando en la recaudación de los dineros de la Iglesia del 1%, fortaleciendo las bases y a la animación, que es permanente,  del compromiso del Quinto Mandamiento de la Iglesia y posteriormente, y voluntariamente, la Pastoral de los Trabajadores, que por cierto, ambas, me significan mayor preocupación.

Usted ejerce el servicio en una Parroquia del Verbo Divino ¿Cómo ha influido en su vida y en su ministerio la pertenencia a la comunidad verbita?

Creo sentirme parte de la comunidad verbita, he vivenciado su espiritualidad; mi formador y guía fue el padre Manuel.  Desde mi juventud  crecí al alero del cura párroco y de sus vicarios, de la Parroquia y de la gente,  de la Palabra de Dios, de los Bíblicos, de la Legión de María, desde el principio lo tomé en serio, me consagré también a esa realidad eclesial y misionera y, también, influyó en mi vida cristiana esa palabra célebre de San Arnoldo Janssen: “El anuncio del Evangelio es la expresión más sublime del amor al prójimo”, así lo siento y con gratitud.

¿Qué lo anima a continuar sirviendo en la Iglesia?

 La convicción de que Dios fijó en mí su mirada, Él lo quiso y así fue, con todo lo que significó ese proceso vocacional y  lo otro, que siempre he reflexionado desde mi alma y desde mi conciencia, es  no hacer inútil en mí la muerte de Cristo en la Cruz.

Vivimos en tiempos de crisis y actualmente la pandemia afecta a muchos hermanos en Chile y el mundo ¿Cómo cree que debemos enfrentar estas realidades?

Seguimos a esta altura de la vida en una crisis profunda  a consecuencia de la pandemia que nos afecta a todos;  se aproximan tiempos más difíciles. El desempleo y la enfermedad se han aliado en contra de muchas familias que están pasando por duros momentos de necesidad, para más, cada vez hay más muertos por el Covid-19, personas cercanas, parientes y toca que muchas veces,  están sin compañía familiar y espiritual.

Debemos asumir personalmente la responsabilidad de cuidarnos y de cuidar a los demás, es un constante llamado que nos hacen las autoridades sanitarias.

Y en ese sentido la fe ha sostenido a muchas personas

El Covid-19 ha provocado en todos nosotros y en la sociedad un estilo distinto de vida, cambiar nuestros hábitos y formas de vida.  La Cuarentena que se ha establecido en varias comunas del país nos ha restringido también,   para prevenir posibles contagios, de celebrar la Eucaristía y participar en las actividades pastorales, pero creo que debemos seguir  unidos en la oración, en ser solidarios, en valorar de verdad la vida de los demás, fortalecernos como familia, fortalecer el diálogo familiar, acrecentar nuestros sentimientos de afectos, de fortalecer el respeto y la humildad y de seguir fieles a nuestra Iglesia y a sus Pastores, no exenta tampoco de las crisis a nivel eclesial que ha tenido que enfrentar.

Hoy más que nunca debemos retomar nuestro compromiso bautismal de seguir a Cristo, único camino que nos conduce a Dios.

Finalmente, ¿Qué mensaje brinda a la familia verbita?

 Que siga impregnada en el corazón del Verbo Divino, en el sentimiento de su Fundador:

“El anuncio del Evangelio es la expresión más sublime del amor al prójimo” y se hace realidad partiendo desde nuestro propio testimonio en palabras y obras. A San Pablo le urgía tremendamente este sentir, ¡”Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia”!, dijo en el libro de Corintios.

Desde la propia experiencia con Cristo, debemos anunciarlo a los demás, ser cristianos consagrados alegres en el Señor, donde transmitamos con gozo y convicción el mensaje salvífico a todo aquel que se acerque.

Espero que pronto pase todo esto, es increíble como aflora el sentimiento de nostalgia ante la ausencia de podernos reunir como hermanos en la fe, que podamos  celebrar la Eucaristía, los sacramentos, las vivencias pastorales y fraternales, gozar de la vida de la Iglesia.  Pienso en mi cura párroco, el padre Casimiro Martínez;  cómo quisiera él  estar en lo suyo, y así pasa, creo, con todos los curas.

Antes de concluir, quisiera felicitar con afecto sincero al padre Yuventus Kota como nuevo Provincial de la Congregación del Verbo Divino.  En algunas ocasiones compartí con él la celebración de la misa cuando acudía al auxilio de la Parroquia; que el Espíritu del Señor lo acompañe e ilumine en su responsabilidad sagrada.