En octubre la Iglesia en Chile  propone celebrar a las familias y en ese marco el padre Janusz Rozalski SVD comparte con nosotros una reflexión en torno a esta comunidad.

El tiempo de la pandemia ha afectado muchas áreas de nuestra vida; en el primer lugar ha puesto en peligro nuestra salud y nuestra vida, ha golpeado la economía global y familiar, la educación, el deporte, y también la vida de fe. Se han cerrado nuestros templos, pero ha resurgido la iglesia doméstica. Como en el mes de octubre celebramos la Semana de la Familia, a esta iglesia doméstica que es la familia quisiera dedicar esta reflexión.

Cuando hablamos de la Iglesia, hablamos de la asamblea, de la comunidad en todos sus niveles, incluyendo la familia. Y esto me provoca a hacer una pregunta: ¿la familia es realmente una comunidad? Porque para ser una comunidad se necesitan muchos “com”: compartir, comunicar, comprometer, complementar, comulgar. Estoy convencido de que el punto más débil y dañado en nuestros tiempos es comunicar, aunque parezca todo lo contrario. Estamos en la época de medios de comunicación cada vez más rápidos y eficaces que transmiten la información, sin duda, pero no son capaces de comunicar valores, tradiciones y criterios, lo que profundiza la barrera de incomunicación tanto entre los grupos sociales como entre generaciones. La familia tiene la base natural para desarrollar este maravilloso don de comunicación porque en su seno se desarrolla el conjunto de aprendizajes pues la comunidad de cada familia se fundamenta en el amor. Aquí se complementan la comunicación verbal y los actos de amor.

Hace ya dos mil años “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) para comunicarnos con palabras y con obras el amor de Dios Padre y hacer de nosotros un solo cuerpo, una comunidad, una Iglesia y una familia. Tenía tanto deseo de llenar nuestros corazones del amor perfecto que asumió su rol del sembrador que esparce su semilla por doquier, asumiendo el riesgo de que muchas de estas semillas de su palabra de amor se mueran sin producir algún fruto, pero con certeza de que por lo menos algunas logren un buen fin. No tuvo miedo de morir por los que lo llevaron a la cruz sabiendo que la semilla que muere produce fruto abundante. Un ejemplo para nosotros, para nuestras familias.

Tenemos tantos valores que compartir y transmitir: relación humana basada en la alianza, afinidad, respeto, el sentido de la vida… Y tenemos miedo de arriesgarnos a ser comunicadores, quizás hemos perdido la confianza en el poder de la palabra de amor, se han vuelto torpes nuestros oídos para escuchar con corazón a nuestros seres queridos.

Esta es la hora, el tiempo de volver a confiar que tu familia es un terreno fértil que es capaz de acoger estas semillas de tu amor, que juntos podemos compartir el camino de fe y atravesar el lago tormentoso porque en esta comunidad pequeña e íntima, en esta pequeña iglesia doméstica está el Señor, la roca firme sobre la cual deseamos construir nuestro futuro y felicidad.

Desde hace muchos años me dejo inspirar por el ejemplo de vida, lucha y esfuerzos de las familias. Su testimonio es la mejor manera de transmitir los valores, la fe y el amor.

Comparto con ustedes este testimonio de mis amigos y compañeros de ruta en la construcción del Reino de Dios en la tierra, Verónica y José:

            Con 39 años de matrimonio y dos hijos, Iván y Leonardo, uno de nuestros mayores anhelos, ha sido mantener nuestro amor vivo.          

            Desde que nos conocimos, nuestra comunicación fue fluida, tierna, respetuosa, era y sigue siendo importante. Eso nos ha hecho sentirnos cercanos, tomados en cuenta y pertenecientes. Con la llegada de los hijos nos esforzamos porque esa comunicación no se viera afectada. Nos interesaba ser capaces de transmitir a ellos el amor y los diferentes valores que les hicieran ser buenas personas, honradas, de fe, solidarias.

            A veces, comunicarnos con los demás no es fácil, pero con amor, paciencia y constancia, todo es posible; así sucedió con nuestro hijo mayor (Síndrome de  Down), con una discapacidad severa, que a pesar de no poder hablar, aprendió a comunicarse con nosotros con sonidos y gestos. Y nos entendíamos perfectamente. Le enseñamos de la importancia de participar de la eucaristía dominical y se esforzaba por seguirla sin problema.

            Con nuestro hijo menor, el comunicarnos no fue tan fácil. Desde pequeño fue introvertido, poco comunicativo, de ideas fijas, intransigente. Hoy es un hombre de valores sólidos y firmes. Eso nos tranquiliza, y comprendemos que lo que intentábamos transmitir, dio frutos.

            Nuestro hijo mayor ya no nos acompaña, y Leonardo ha sido un tremendo apoyo en estos tiempos de pandemia, preocupado de nosotros y de su abuelo.

            Hoy agradecemos el haber tenido la oportunidad de compartir en familia con nuestros hijos cuando pequeños y adolescentes, divirtiéndonos, conversando, compartiendo valores y fortaleciendo la fe.

            Nos sentimos tristes al ver familias que no se hablan, y no han sabido aprovechar estos tiempos de encierro. Aunque el trabajo nos ocupaba mucho tiempo, siempre existían momentos para dialogar, interactuar y compartir con nuestros hijos. Conocerlos, saber sobre sus actividades, sus pensamientos, sueños, temores, alegrías, anhelos, de lo contrario ¿cómo podríamos haberlos apoyado y guiado?

            Hoy solo podemos agradecer al Señor por esta hermosa Iglesia Doméstica.

Por: P. Janusz Rozalski SVD, párroco de la Parroquia Nuestra Señora del Tránsito de Canela.