Por

Wilfrido Oki, SVD

Recuerdo que un día de invierno de 2022, el avión que me traía a Chile tocó la losa del Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, el que se ubica en Santiago, capital del país. Al descender, me esperaban tres hermanos de la Congregación. Se trataba de Julio y el P. Erasmo, ambos provenientes de Indonesia, quienes estaban junto al Padre Gino Jiménez, de nacionalidad chilena.

El grupo me dio una cordial bienvenida y, mientras escuchábamos Ja’i Bajawa, música típica del pueblo del Padre Erasmo, nos encaminamos a la casa que se ubica en Benito Rebolledo, comunidad internacional en la que viví los primeros meses, y hogar en el que comencé a practicar el español, que en muchas ocasiones se mezclaba con el inglés, momentos en los que debía recurrir al P. Gino y Marcelo en busca de ayuda para poder comprender correctamente.

También en ese lugar comencé a acostumbrarme al frío y a las comidas típicas del país, y de a poco, fui avanzando, pues era primordial aprender a hablar el idioma, adaptarme a esta nueva cultura y relacionarme con facilidad con otras personas, pues sólo de esa forma podría participar activamente en la misión.

Creo que Chile es hermoso, con características únicas. Por ejemplo, el norte es un desierto inmenso y misterioso, que me impresionó por el color café que domina el paisaje. Con la gracia de Dios y el acompañamiento del Espíritu Santo, seis meses después llegar al país, arribé a esta majestuosa zona, específicamente a la localidad de Pica, cuya parroquia recibe el nombre de San Andrés de Pica. En dicho lugar turístico existe un oasis que da vida a los hombres, animales y vegetales. Se puede decir que gracias a la intervención de Dios siempre llueve, y que Él permanece ahí, animando, iluminando, y colmando a su gente con bienes. Es por eso que la mayoría de los habitantes se dedican a trabajar en chacras.

En ese lugar yo aprendí cómo salir al encuentro de los demás, a visitar los enfermos en las casas, a interactuar con los niños en los campos de juego, a animar a los que estaban encarcelados, y a compartir experiencias espirituales con los fieles y servidores de Dios.

En el Norte Grande, los creyentes sienten gran devoción por los Santos Patronos. Por ese motivo, los pueblos se organizan anualmente para celebrar a quien rige y los guía en su fe. Tal es el caso de lo que ocurre en la Fiesta del Perpetuo Socorro de Huara, Fiesta de San Pedro de Pisagua, y muchas más, lugares hasta los que llegaba, acompañado por el párroco, para acompañar a los habitantes y honrar al Patrono correspondiente.

Como parte de la costumbre, en las fiestas siempre hay oración, procesión y celebración de la Santa Eucaristía, actividades en las que también participan bandas con música nortina y grupos de baile, todos ellos vistiendo sus mejores trajes típicos.

Una de las experiencias más inolvidables que viví, fue cuando asistí a la Fiesta de la Tirana, ocasión en la que se busca homenajear a la Virgen del Carmen. Esa celebración es la más grande del Norte, y se realiza en el pueblo de La Tirana, comuna de Pozo Almonte, en la Región de Tarapacá. De este tipo de encuentros yo aprendí que existen varias maneras de expresar la fe cristiana, que cada pueblo tiene su costumbre, y que todas deben ser respetadas.

Siete meses permanecí en esta zona. Luego regresé a Santiago y comencé a conocer el Barrio Yungay, lugar en el que vi expresar la fe a Dios en distintos actos de la vida cotidiana. Allí encontré personas que dedican su existencia a ayudar a los más necesitados, y aprendí a decir gracias, a encontrarme en el dolor del otro, a dejarme sorprender por el amor. También descubrí que en las calles se pueden generar instantes acogedores, de esos que siempre debemos atesorar. Encontrar, conversar, compartir con los pobres, con las personas en situación vulnerable es algo que a uno siempre enriquece.

Finalmente, puedo asegurar que viví muchas gratas experiencias en Chile, pero el tiempo no alcanza para narrarlas, ni las hojas son suficientes para escribirlas. Además, las palabras no expresan todo lo que uno de verdad experimenta. Por eso, antes de terminar esa pequeña reflexión, quisiera agradecer a todas con quienes sostuve algún encuentro, pues de cada uno de ellos he aprendido algo que hoy atesoro.