*Por: P. Yuventus Adur SVD

Nos encontramos en el tiempo más precioso de todo el año litúrgico, el tiempo de Pascua. Etimológicamente, la palabra pascua proviene del hebreo pesáh que significa “paso”. Este significado muestra la esencia de este tiempo litúrgico. En la fiesta de la pascua judía, lo que celebraba el pueblo de Israel era la conmemoración de un hecho histórico: el paso de la esclavitud en Egipto a la libertad.

Nosotros también celebramos la fiesta de Pascua. Sin embargo, el contenido o la esencia de la Pascua que celebramos ya no es la conmemoración de un hecho histórico, sino más bien es el culmen de nuestra fe. La Pascua que celebramos es la celebración del paso de la muerte de nuestro Señor Jesucristo a la gloria de su resurrección. Es el paso de la muerte a la vida. O si seguimos la lógica del pueblo Israel, en la Pascua celebramos el paso de la esclavitud del pecado y la muerte a la libertad que trae vida. Gracias a la muerte y resurrección de Cristo somos libres y sabemos que el pecado no es más fuerte que el amor de Dios. Cristo es aquel que nos hace pasar de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad. Él es “el puente” por el cual que todos podemos transitar para llegar a encontrarnos plenamente con nuestro Padre Dios.

¿Y qué es lo que nos eslaviza?

Cuando pensamos en aquello que nos esclaviza, pensamos en los vicios, por ejemplo, las drogas o el alcohol, sin embargo, es en nuestro corazón donde se encuentran las causas más grandes por las cuales perdemos la libertad.

Las causas de la esclavitud pueden ser diversas: un puesto laboral, un cargo de una empresa, una comunidad, que nos hace pensar el día entero en cómo mejorar nuestro rendimiento, en cómo incrementar nuestra productividad, como ser más competitivos, o como alcanzar un aumento salarial. O puede ser también un habito que nos quita un tiempo, que podríamos dedicarlo a la familia. Otros sentimientos que nos pueden esclavizar también son la envidia, el rencor, la ambición, los celos, el egoísmo, la inseguridad. También puede esclavizarnos nuestro pasado; alguna herida de la infancia, algún amor no correspondido, alguna traición o una perdida dolorosa; todo aquello que no podemos olvidar e incluso perdonar.

La rutina también puede ser una esclavitud; todos los días realizando las mismas actividades y en los mismos horarios, no deja espacio para nada nuevo. Podemos estar paralizados por el miedo, miedo al éxito o al fracaso, a la crítica, a la opinión de otros, a cometer errores, a la soledad, a la traición.

En resumen, se puede decir que hay un sinfín de cosas que nos esclavizan en nuestra vida tanto personal, familiar como también comunitariamente. En este contexto, la Pascua que celebramos tiene que ser el momento de liberación de todas esas esclavitudes, para que seamos hombres y mujeres libres que puedan colaborar para el bien de todos.

Los sacramentos como signos de la libertad

Los sacramentos que nos dejó Cristo son signos de libertad, auxilios para consolar, dar fuerza y perdonar a los que están heridos por el pecado. Mediante los sacramentos experimentamos la gracia de Dios que transforma nuestro corazón. El amor de Cristo perdona nuestros pecados, sana y cura nuestras heridas. Esa debería ser la experiencia de todos los cristianos:  sabernos amados y queridos por Dios. “Porque tanto amo Dios al mundo que nos dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16). Es decir, Cristo murió por nosotros. Por eso, nadie ni nada nos puede apartar del amor de Cristo, como nos dice San Pablo ¿Que podría apartarnos del amor de Dios? Y el mismo le responde, ni el dolor, ni la aflicción, ni el pecado (Rom 8, 35-39). En este sentido la Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, tiene la misión de celebrar y realizar los sacramentos, como signos de amor y de libertad. En el sacramento del bautismo recibimos el don de la libertad. Cuando participamos en la eucaristía que es la actualización de nuestra salvación, no solo nos beneficiamos a nosotros mismos, sino que también beneficia a los que están a nuestro lado, que ni siquiera conocemos, pero que necesitan la gracia y el amor de Dios. De la misma manera con el sacramento del perdón, en el cual podemos sentir y palpar la misericordia de Dios que ama y perdona. El perdón nos libera de la esclavitud del rencor y la venganza. Tal como Jesús que perdonó desde la cruz, nosotros también debemos perdonarnos unos a otros, más aún a los que nos hicieron daño. De esa manera somos hombre y mujeres libres.

Jesús murió y resucitó hace más de dos mil años atrás. Fue un acontecimiento importantísimo para nosotros, culmen de nuestra fe. Como decía Santiago en su carta, si Jesús no hubiera resucitado nuestra fe sería vana. Sin embargo, Jesús está vivo y por eso somos hombres y mujeres libres, más aún esa libertad la podemos vivir y experimentar a través de los sacramentos, signos de amor y libertad.

*Sobre el autor:

El P. Yuventus Adur SVD es misionero verbita, oriundo de Indonesia, y actualmente sirve como párroco en la Parroquia Espíritu Santo de Fresia, X Región.