Domingo 6° de Pascua: 25 de mayo 2025

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

Jesús dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho estas cosas estando entre ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde. Han oído que les he dicho: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y se los digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. (Juan 14,23-29)

Referencias bíblicas

– En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. (Juan 3,11)

– El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que resiste al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él. (Juan 3,31-36)

– Ya sé que son descendencia de Abrahán; pero tratan de matarme, porque mi palabra no prende en ustedes. ¿Por qué no reconocen mi lenguaje? Porque no pueden escuchar mi palabra. El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan, porque no son de Dios. (Juan 8,37.43.47)

– Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Apocalipsis 3,20)

– Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. (Apocalipsis 21,3-4)

– Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Apocalipsis 7,15-17)

– Jesús les respondió: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. (Juan 7,16)

– En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. (Juan 1,1)

– La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos,

y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios. (Juan 1,9-13)

– Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,14)

Si me aman, guardarán mis mandamientos; y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes y estará en ustedes. (Juan 14,15-17)

– Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio. (Juan 15,26-27)

– Pero yo les digo la verdad: Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero si me voy, yo se los enviaré. (Juan 16,7)

– Que Él, el Señor de la paz, les conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos ustedes. (2 Tesalonicenses 3,16)

– Habiendo, pues, recibido de la fe la justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 5,1)

– Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. (Efesios 2,14-18)

– Los expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que los mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he dicho esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que ya se los había dicho. (Juan 16,2-4)

– Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. (Juan 16,33)

– No se turbe su corazón. Creen en Dios: crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, se los habría dicho; porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes. (Juan 14,1-3)

– Se los digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean que Yo Soy. (Juan 13,19)

Comentario

La partida de Jesús de este mundo se encuentra en el lugar central de esta sección del evangelio de Juan. Este anuncio provocó natural preocupación entre los discípulos. Por eso, Jesús se preocupó de tranquilizarlos, pues su ausencia física sólo indicaría el comienzo de una nueva etapa de su misión. Además, les aseguró que regresaría en el futuro. Ellos podían sentir verdadera paz interior, pues les dejaba su palabra y les prometía el envío del Espíritu, quien les recordaría lo que Jesús les había enseñado y les explicaría su significado más profundo. De este modo, Jesús garantizaba su compañía permanente y estando él presente junto a los discípulos, estaría también su Padre junto a ellos. La aparente ausencia de Jesús, en realidad era una presencia misteriosa para los que creían en él, lo amaban y guardaban su palabra. Después de su partida de este mundo, Jesús se manifestaría a sus discípulos porque creían en su palabra y la trataban de hacer realidad en la vida. Esta era la mejor demostración que amaban realmente a Jesús. El Padre amaría también a los discípulos que amaban a Jesús y creían en él. Más aún, el Padre y el Hijo vendrían y establecerían su morada permanente y definitiva junto a ellos. Pero, en este anuncio hay también un aspecto negativo. Los que no prestaban la debida atención a la palabra de Jesús, en la práctica estaban demostrando que no creían en él ni tampoco lo amaban, aunque dijeran lo contrario. Lamentablemente, esta actitud significaba rechazar también al mismo Dios, porque la palabra de Jesús era la palabra que procedía del Padre. De este modo, la actitud ante la palabra de Jesús se transformaba en el criterio distintivo del verdadero discípulo.

La palabra, el Espíritu y la paz son los tres tremas principales en el evangelio de hoy y, en el discurso de Jesús, ellos aparecen estrechamente relacionados e integrados. El Espíritu de Dios, que el Padre enviaría a los discípulos, estaría con ellos y reemplazaría a Jesús después de su partida. Así como Jesús había hablado a sus discípulos, el Espíritu continuaría su misión, recordándoles sus palabras y sus obras y explicándoles su verdadero sentido. Había una directa relación de continuidad entre la misión de Jesús y la del Espíritu. Por otra parte, Jesús les ofrecía su propia paz, por lo que nadie más podría ofrecerla ni mucho menos arrebatarla. Los dones del Espíritu y de la paz estaban tan íntimamente unidos porque provenían de una misma dimensión superior: el Espíritu provenía del Padre y la paz provenía de Jesús. La paz de Jesús procedía de su unión con el Padre, de sentirse enviado por él y de su conciencia de estar implementando su proyecto salvador para el mundo. El don de la paz que hacía Jesús no excluiría los conflictos, el sufrimiento y hasta la muerte violenta. La paz de Jesús estaba, más bien, relacionada con la serenidad interior que procedía de haber comprendido el significado de los acontecimientos y el sentido último de su proyección hacia el futuro. Esta paz interior permitía enfrentar de un modo positivo y constructivo la alegría y la pena, el éxito y el fracaso, la satisfacción y el dolor, la esperanza y la desilusión, la vida y la muerte. Jesús concluyó su discurso con las palabras: No se turbe su corazón ni se acobarde. Me voy al Padre, pero volveré a ustedes. Se los digo ahora, para que cuando suceda ustedes crean.

P. Sergio Cerna, SVD