Domingo 4° de Pascua: 11 de mayo 2025

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

Jesús les dijo: Ya se los he dicho, pero no me creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno. (Juan 10,25-30)

Referencias bíblicas

– Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. (Juan 4,34)

– Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. (Juan 5,36)

– Los malvados no entienden el derecho, los que buscan a Yahvé lo entienden todo. (Proverbios 28,5)

– El hombre naturalmente no acepta las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él. Y no las puede entender, pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. (1 Corintios 2,14)

– El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí. (Juan 10,2-4.14)

– El ladrón viene a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor, que da su vida por las ovejas. (Juan 10,10-11)

– El asalariado no es pastor y a él no pertenecen las ovejas: Él ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. (Juan 10,12-16)

– ¿Quién acusará a los elegidos? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió y resucitó, el que está a la diestra de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8,33-39)

– ¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – oráculo de Yahvé-. Pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Ustedes han dispersado las ovejas mías, las empujaron y no las atendieron. Pues voy a pasarles revista por sus malas obras. Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus pastos, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna -oráculo de Yahvé-. (Jeremías 23,1-4)

– Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Dirás: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben apacentar el rebaño? Ustedes se han tomado la leche, se han vestido con la lana, han sacrificado las ovejas más pingües; no han apacentado el rebaño. No han fortalecido a las ovejas débiles, no han cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no han tornado a la descarriada ni buscado a la perdida; sino que las han dominado con violencia y dureza. Ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de las fieras del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por los montes y altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca. (Ezequiel 34,1-6)

– Mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha hecho pasto de las fieras por falta de pastor, porque mis pastores no se ocupan de mi rebaño; se apacientan a sí mismos y no mi rebaño; por eso así dice el Señor: Aquí estoy yo contra los pastores: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentarlo. Así no volverán a apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré mis ovejas de su boca, y no serán más su presa. (Ezequiel 34,8-10)

– Así dice el Señor Yahvé: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahvé. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; pero a la que está gorda y robusta la exterminaré; las pastorearé con justicia. (Ezequiel 34,12.15-16)

– Oigan la palabra de Yahvé, naciones, y anuncien por las islas a lo lejos, y digan: El que dispersó a Israel lo reunirá y lo guardará cual un pastor su hato. (Jeremías 31,10)

– El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. (Juan 3,35)

– Tú que amas a los antepasados, todos los santos están en tu mano. Y ellos, postrados a tus pies, cargados están de tus palabras. (Deuteronomio 33,3)

– Yo he puesto mis palabras en tu boca y te he escondido a la sombra de mi mano, cuando extendía los cielos y cimentaba la tierra, diciendo a Sión: Mi pueblo eres tú. (Isaías 51,16)

– En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. (Sabiduría 3,1)

– En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. (Juan 1,1-2)

Comentario  

El breve evangelio de este domingo se refiere al tema de la relación de Jesús con sus discípulos, como resultado de la relación que existía entre Jesús y su Padre. La escena se desarrolló durante la fiesta de la dedicación del templo en Jerusalén, que recordaba la ceremonia de purificación y consagración efectuada por Judas Macabeo en el año 164 AC, después de la profanación realizada por Antíoco IV Epífanes, rey de Siria. En esta oportunidad, los judíos se abalanzaron sobre Jesús y le preguntaron con insistencia si él era realmente el Cristo, es decir, el Mesías, que debía venir. Al parecer, estaban bastante molestos y nerviosos porque, según ellos, Jesús los mantenía en suspenso y no se pronunciaba sobre su verdadera identidad. En realidad, se trataba de una hábil trampa para poder acusar a Jesús. La escena evocaba el relato de los evangelios sinópticos sobre el interrogatorio realizado por el sumo sacerdote ante el consejo del Sanedrín. En su respuesta, Jesús evitó referirse al término Mesías, por los comprometedores significados que tenía para los judíos. Jesús ya se había presentado como el buen pastor, pero los judíos no le habían prestado mayor atención. Ya que no habían creído en sus palabras, ahora Jesús les pidió que por lo menos se fijaran en las obras que él había realizado en nombre de su Padre. Esas obras daban un claro testimonio sobre su persona y su misión.

Siguiendo con la imagen del buen pastor, Jesús intenta una explicación de lo sucedido, al decir a los judíos que ellos no creían porque no eran ovejas de su rebaño. Como no escuchaban a Jesús no podían seguirlo ni menos transformarse en sus discípulos. Sus prejuicios les impedían una auténtica valoración de la persona de Jesús. La respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús sólo podía ser encontrada por los que estaban abiertos a la fe en él. Los discípulos escuchaban la voz de Jesús; él los conocía y ellos lo seguían. De esta relación tan particular, surgía un elemento completamente nuevo: la vida eterna, como respuesta satisfactoria a la suprema amenaza de la muerte. Si Jesús protegía de la muerte, era capaz de proteger a los suyos de cualquier mal. Además, Jesús garantizaba para sus discípulos una protección permanente en el tiempo, porque era el propio Padre el que estaba preocupado de ellos. No había poder más grande que el poder del propio Dios. Esta es, tal vez, la mejor y más completa descripción del auténtico discípulo de Jesús que nosotros nos podemos imaginar.

La afirmación final de Jesús: Yo y el Padre somos uno, provocó en los judíos una violenta reacción. Ellos recogieron piedras para apedrearle, porque se hacía igual a Dios y eso era una blasfemia. Sin embargo, de lo que se trataba realmente en esa frase, era que el Padre estaba completamente detrás de lo que hacía Jesús, porque Jesús hacía lo que el Padre le había encomendado. Ambos tenían el mismo plan. Había una recíproca e indisoluble unidad de acción entre el Padre y Jesús. Aquí estaba la respuesta a la pregunta por la identidad de Jesús. Jesús había hecho de la causa del Padre su propia causa. Se anticipaba, además, que el Padre reaccionaría de un modo similar, al transformar en propia la causa de Jesús y liberarlo de la muerte.

P. Sergio Cerna, SVD