Domingo de Resurrección: 20 de abril 2025

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa. (Juan 20,1-10)

Referencias bíblicas

– Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron al sepulcro. De pronto se produjo un terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: No teman, pues sé que buscan a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Vengan, vean el lugar donde estaba. Y ahora vayan a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán. Ya se los lo he dicho. Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. (Mateo 28,1-8)

– Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas a otras: ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Vean el lugar donde le pusieron. Pero vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán, como lo dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. (Marcos 16,1-8)

– El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará. Y ellas recordaron sus palabras. Regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que referían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero a ellos todas aquellas palabras les parecían desatinos y no les creían. Con todo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio los lienzos y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido. (Lucas 24,1-12)

– En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: No teman. Vayan, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. (Mateo 28,9-10)

– Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –quien había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. (Juan 19,38-42)

– Ustedes investigan las Escrituras, ya que creen tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y ustedes no quieren venir a mí para tener vida. (Juan 5,39-40)

– Les he dicho esto estando entre ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y recordará lo que les he dicho. (Juan 14,25-26)

– Porque les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto. (1 Corintios 15,3-8)

– Él les dijo: ¡Insensatos y tardos de corazón para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo padeciera para entrar así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por los profetas, les explicó lo que había sobre él en las Escrituras. Se dijeron uno a otro: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? Después les dijo: Éstas son aquellas palabras mías que les dije cuando todavía estaba con ustedes: Es necesario que se cumpla lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras y les dijo: Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. (Lucas 24,25-27.32.44-48)

Comentario

Todo el Nuevo Testamento es un testimonio de la Resurrección de Jesús. Sin embargo, en él hay tres formas literarias diferentes que anuncian este hecho de un modo especial: el sepulcro vacío, las apariciones y las confesiones de fe. El relato de la resurrección de Jesús, que aparece en el capítulo 20,1-10 del evangelio de Juan, se refiere sólo al tema del sepulcro vacío y tiene características muy especiales. El sepulcro, donde había sido depositado el cuerpo de Jesús después de su muerte, fue encontrado vacío, primero por María Magdalena y luego por Pedro y el discípulo amado. Los tres constataron que la piedra que cubría la entrada del sepulcro había sido removida. Sólo quedaban los lienzos de lino y el sudario, que habían sido utilizados en el proceso de embalsamamiento del cadáver de Jesús. Este relato se remonta a una tradición muy antigua de la primera comunidad cristiana. No se trataba de que la resurrección fuera una consecuencia del sepulcro vacío sino al revés. Jesús había resucitado, no se encontraba ya entre los muertos y por eso no estaba en el sepulcro. Dios mismo había intervenido y vencido la muerte de Jesús. Desde ese momento, quien quisiera encontrarlo no debía buscarlo en su tumba, que era una imagen vacía de contenido. No era allí donde había de ser recordada su memoria, como sucedía con otros personajes. Más adelante, las mujeres y los discípulos recibirían instrucciones que les indicaban dónde había que buscar al Señor. De este modo, más que una prueba de la resurrección de Jesús, el sepulcro vacío se transformó en un signo de ella. El otro signo estaba constituido por los encuentros con el Señor, a través de las diversas apariciones de Jesús. Estas dos formas de anunciar la resurrección de Jesús tuvieron su culminación en las confesiones de fe, que eran diversas fórmulas a través de las cuales la primera comunidad cristiana expresaba su fe en el Señor Jesús resucitado.

Los tres personajes que aparecen en el relato se mueven desde la incredulidad hasta la fe en la resurrección de Jesús. En primer lugar, está María Magdalena, una discípula muy cercana a Jesús. Ella fue la primera en ir al sepulcro, el domingo muy temprano en la mañana. Ella fue también la primera que descubrió que habían movido la piedra que cerraba la entrada. Aunque el texto no lo dice, es más que probable que se asomó y vio que Jesús ya no estaba en el interior. De inmediato, se dirigió a la ciudad para informar a los otros discípulos, que se habían llevado del sepulcro al Señor y que no sabía dónde le habían puesto. Más adelante, ella regresó al lugar del sepulcro, donde tuvo un encuentro muy personal con el propio Jesús. Jesús la llamó por su nombre: María. Ella le contestó en lengua hebrea: Maestro. La escena culminó con el reconocimiento de María Magdalena ante los discípulos, de que había visto realmente al Señor. El otro personaje del relato es el discípulo amado, que, llegando al sepulcro, vio y creyó; es decir, él fue capaz de creer, a pesar de no ver a Jesús. Él se dio cuenta del significado real del sepulcro vacío y recordó lo que habían anunciado las Escrituras y el propio Jesús sobre su resurrección de entre los muertos. Para él, la ausencia de Jesús en el sepulcro era la mejor señal de que se había cumplido, lo que él mismo había anunciado que sucedería después de su muerte. De la reacción de Pedro ante la evidente intervención de Dios, nada se dice en el relato.

P. Sergio Cerna, SVD