Domingo 5° de Cuaresma: 6 de abril 2025
Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico
Y se volvieron cada uno a su casa. Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices? Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más. (Juan 7,53-8,1-11)
Referencias bíblicas
– Durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir hacia él y escucharle en el Templo. (Lucas 21,37-38)
– Había en la ciudad una mujer pecadora. Al enterarse de que estaba en casa del fariseo, llevó un frasco de perfume y, poniéndose a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo se decía: Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando. Jesús le dijo: Simón, un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Respondió: Aquel a quien perdonó más. Él le dijo: Has juzgado bien. ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Pero, ella ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Porque ha mostrado mucho amor, quedan perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los comensales se decían: ¿Quién es éste, que perdona los pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz. (Lucas 7,37-50)
– Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, serán castigados con la muerte: el adúltero y la adúltera. (Levítico 20,10)
– Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y también la mujer. Así harás desaparecer de Israel el mal. Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Pero si ha sido en el campo donde el hombre ha encontrado a la joven prometida, y la ha forzado y se ha acostado con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte, porque seguramente gritó en el campo, pero no había nadie que la oyera. Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata y ella será su mujer, y no podrá repudiarla en toda su vida. (Deuteronomio 22,22-29)
– Sacarás a las puertas de tu ciudad a ese hombre o mujer, culpables de la mala acción, y los apedrearás hasta que mueran. Por declaración de dos o tres testigos se podrá ejecutar a un reo de muerte; no se le hará morir por un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para darle muerte y luego la de todo el pueblo. (Deuteronomio 17,5-7)
– Se fue de allí y entró en su sinagoga. Había allí un hombre que tenía una mano seca. Y le preguntaron si era lícito curar en sábado, para poder acusarle. (Mateo 12,9-10)
– Quedándose ellos al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser justos, para sorprenderle en alguna palabra y poderle entregar al poder del procurador. (Lucas 20,20)
– No juzguen, para que no sean juzgados. Con el juicio que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7,1-5)
– Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas. (Romanos 2,1)
– Yahvé es clemente y compasivo, lento a la cólera y lleno de amor; no se querella eternamente, ni para siempre guarda rencor; no nos trata según nuestros yerros, ni nos paga según nuestras culpas. Como se alzan sobre la tierra los cielos, igual de grande es su amor; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros crímenes. Como un padre se encariña con sus hijos, así de tierno es Yahvé con sus adeptos; él conoce de qué estamos hechos, sabe bien que sólo somos polvo. (Salmo 103,8-14)
– Di a la casa de Israel: Ustedes dicen: Nuestros pecados pesan sobre nosotros y por causa de ellos nos consumimos. ¿Cómo podremos vivir? Diles: Por mi vida, oráculo del Señor, yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva. Conviértanse de su mala conducta. ¿Por qué han de morir? (Ezequiel 33,10-11)
– Yo los juzgaré a cada uno según su proceder, oráculo del Señor Yahvé. Conviértanse y apártense de todos sus crímenes; no haya para ustedes más ocasión de culpa. Descárguense de todos los crímenes que han cometido contra mí, y háganse un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué han de morir? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahvé. Conviértanse y vivan. (Ezequiel 18,30-32)
– Más tarde Jesús lo encuentra en el Templo y le dice: Mira, has recobrado la salud; no peques más, para que no te suceda algo peor. (Juan 5,14)
– Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. (Lucas 19,9-10)
Comentario
El relato de la mujer sorprendida en adulterio se ubica en el templo de Jerusalén, donde Jesús se encontraba enseñando a la gente, después de haber pasado la noche orando en el monte de los Olivos. En ese lugar se produjo una de las tantas controversias con los escribas y fariseos sobre la aplicación de la ley mosaica. Ellos pusieron a la mujer en medio del numeroso grupo, espacio que siguió ocupando hasta el final del relato. Conociendo el mensaje de Jesús sobre el perdón y la misericordia, a ellos les interesaba desafiarlo en relación con la aplicación de la Ley de Moisés y exponerlo ante la gente que lo escuchaba. La ley mosaica condenaba a muerte al hombre y a la mujer que habían cometido adulterio, pero en el relato no hay ninguna referencia al hombre involucrado. Según la ley, había que determinar muy bien la condición de la mujer (soltera, comprometida o casada) y el lugar donde habrían sucedido los hechos (casa, ciudad o campo). Al parecer, no importaba tanto el estado civil del hombre, como la condición de pertenencia de la mujer a su padre o a su marido. En todo caso, de las circunstancias concretas dependía la configuración del delito. Se requería, además, que los participantes hubieran sido sorprendidos en flagrante adulterio por dos o tres testigos, quienes les debían advertir de las consecuencias de su acción. Estos testigos tenían el derecho de arrojar las primeras piedras contra la acusada, sólo después podían participar en la ejecución los demás presentes. Da la impresión de que, en estas condiciones, en la práctica era muy difícil cumplir con la ejecución de la pena capital establecida en la ley. De hecho, en caso de adulterio, Eclesiástico 23,22-26 sólo disponía que los hijos concebidos fuera del matrimonio no fueran oficialmente reconocidos por la asamblea de la comunidad.
Ante la ingeniosa trampa urdida por los escribas y fariseos, Jesús se limitó a inclinarse y a escribir con su dedo en el suelo. Era una forma de tomar distancia ante el dilema sin salida presentado por sus adversarios. Ante la insistencia de éstos, Jesús se puso de pie y les dijo que tirara la primera piedra el que estuviera libre de pecado. Se invirtieron los roles, Jesús tomó la iniciativa y les planteó un desafío nuevo. Mientras él se inclinaba de nuevo, los acusadores, convertidos en acusados, se fueron retirando progresivamente del lugar, empezando por los más ancianos. Incluso lo hizo también la gente presente, como señal de que nadie podía decir que estaba sin pecado. Al final, Jesús se quedó solo con la mujer, que seguía en medio. De estar inicialmente como objeto de juicio en el centro de atención, ella pasó a ocupar un lugar central donde fue posible tener un encuentro personal con Jesús. Ya que nadie la había condenado, Jesús tampoco lo hizo. Además, le ofreció la posibilidad de iniciar una nueva vida, después de haber experimentado la misericordia de Dios. Pero eso no fue todo. Jesús tampoco condenó a los jueces, que querían matar a la mujer, ubicándose así en la nueva perspectiva moral de la misericordia de Dios. Ellos también habían sido invitados a descubrir al amor gratuito de Dios, que quería salvar a todos del pecado. Pero, para lograr esto, era necesario reconocer todas las limitaciones personales y abrirse generosamente a la gracia divina. Todos, sin excepción, estaban invitados a recorrer alegremente este nuevo camino en la vida.
P. Sergio Cerna, SVD