Domingo 3° de Adviento: 15 De diciembre 2024
Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico
En el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. La gente le preguntaba: Pues ¿qué debemos hacer? Y él les respondía: El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo. Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron: Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No exijan más de lo que les está fijado. Le preguntaron también unos soldados: Y nosotros ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su soldada. Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, declaró Juan a todos: Yo los bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para bieldar su parva: recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga. Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva. (Lucas 3,2-3.10-18)
Referencias bíblicas
– Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahvé en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, el año trece de su reinado; y también en tiempo de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, hasta cumplirse el año undécimo de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el destierro de Jerusalén, en el mes quinto. (Jeremías 1,1-3)
– Palabra de Yahvé que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiempo de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y en tiempo de Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel. (Oseas 1,1)
– El niño crecía y su espíritu se fortalecía y vivió en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel. (Lucas 1,80)
– Por aquellos días se presenta Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse porque ha llegado el Reino de los Cielos. (Mateo 3,1-2)
– Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro. (Hechos 2,37-39)
– Amontonen más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. (Mateo 6,20-21)
– Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón. (Lucas 12,33-34)
– ¿No será éste el ayuno que yo elija?: deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá. (Isaías 58,6-8)
– Hay quien presume de rico y no tiene nada; hay quien pasa por pobre y tiene gran fortuna. (Proverbios 13,7)
– Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan más que a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial. (Mateo 5,46-48)
– Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué come su maestro con los publicanos y pecadores? Mas él, al oírlo, dijo: No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. (Mateo 9,10-13)
– Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? Él confesó, y no negó; confesó: Yo no soy el Cristo. (Juan 1,19-20)
– Ustedes mismos me son testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. (Juan 3,28)
– Juan predicó como precursor, antes de su venida, un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Al final de su carrera, Juan decía: Yo no soy el que ustedes piensan, sino miren que viene detrás de mí aquel a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies. (Hechos 13,24-25)
– Ellos habían sido enviados por los fariseos. Y le preguntaron: ¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes está uno a quien no conocen que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia. (Juan 1,24-27)
– Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo le he visto y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios. (Juan 1,29-34)
Comentario
El evangelio de hoy según Lucas, es la continuación del evangelio del domingo pasado (Lucas 3,1-6) y tiene también como protagonista a Juan Bautista, el precursor de Jesús. Después del anuncio del inicio de la misión de Juan, el evangelista quiso referirse al contenido central de su mensaje y a la interacción que se produjo con la gente que se dirigió a él para escucharlo. En todo caso, quedaba muy claro que los que buscaban un cambio interior no eran precisamente los líderes religiosos judíos. El texto destacó a tres grupos de personas que habían venido a bautizarse y a escuchar el mensaje de Juan Bautista. Ellos se acercaron al profeta para preguntarle concretamente: Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Las tres respuestas se refieren a las relaciones de amor y justicia que había que establecer con todas las demás personas. Eso era lo que Dios quería, al exigir una sincera conversión que produjera un verdadero cambio de vida.
El primer grupo correspondía a la gente sencilla del pueblo. Juan ya les había señalado que la pertenencia al pueblo de Israel no era garantía de salvación y de lo que se trataba era de dar buenos frutos. Ahora, él especificó que había que procurar que los que nada tenían, por lo menos dispusieran del vestido y alimento necesarios, pues éstos eran bienes materiales absolutamente indispensables para la vida. El segundo grupo estaba formado por los publicanos, que eran despreciados y marginados en la sociedad de la época. A ellos, les pidió que no cobraran más impuestos que los estipulados, evitando así la extorsión y el abuso. Los soldados del tercer grupo podían haber pertenecido al ejército romano apostado en la región, pero era mucho más probable que fueran judíos que estaban al servicio del rey Herodes. En todo caso, ambos grupos representaban los mismos intereses y no eran muy bien vistos por la población. Ellos no podían hacer uso de su posición de poder para presionar a la gente, obtener ventajas indebidas y, mucho menos, un enriquecimiento injusto. La referencia a los publicanos y a los soldados quería decir que ninguna profesión estaba excluida de la salvación de Dios, pero ellos también debían practicar la justicia y la caridad, como todos los demás.
Al parecer, la acogida que el pueblo brindó a Juan Bautista fue muy grande, considerándolo algunos incluso como el Mesías esperado, que tendría que venir para restablecer la soberanía de Dios en Israel. Juan se encargó de poner las cosas en su lugar, haciendo referencia a una persona diferente que estaba por llegar. Yo los bautizo con agua, pero está a punto de llegar alguien más grande que yo; él los bautizará en el Espíritu Santo. En el texto del evangelio, hay también una referencia al final de los tiempos, cuando el Mesías sería el encargado de realizar el juicio de Dios, que separaría el trigo de la paja y los frutos buenos de los malos. El evangelio agregaba la advertencia que con éstas y muchas otras exhortaciones, Juan Bautista anunciaba al pueblo la Buena Nueva, inaugurando así el tiempo nuevo de la salvación de Dios. Sin embargo, y tal como les sucedió a muchos profetas que lo antecedieron, Juan Bautista concluyó su misión en la cárcel, donde fue posteriormente ejecutado.
P. Sergio Cerna, SVD