Nuestra Señora del Carmen: 16 de julio 2023

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los sirvientes: Hagan lo que él les diga. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Sáquenlo ahora, les dice, y llévenlo al maestresala. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora. Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. (Juan 2,1-11)

Referencias bíblicas

– Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Juan 19,25-27)

– Toda la tierra de Egipto sintió también hambre, y el pueblo clamó al faraón pidiendo pan. Y dijo el faraón a todo Egipto: Vayan a José: hagan lo que él les diga. (Génesis 41,55)

– Vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Mientras los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. (Marcos 7,3-4)

– He aquí que vienen días -oráculo de Yahvé- en que el arador empalmará con el segador y el que pisa la uva con el sembrador; destilarán vino los montes y todas las colinas se derretirán. Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas y habitarán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, cultivarán huertas y comerán sus frutos. Yo los plantaré en su tierra y no serán arrancados nunca más de la tierra que les di, dice Yahvé, tu Dios. (Amós 9,13-15)

– Volverán los que habitaban a su sombra; harán crecer el trigo, florecerán como la vid, su fama será como la del vino del Líbano. (Oseas 14,8)

– Aún volverás a plantar viñas en los montes de Samaría: plantarán los plantadores, y disfrutarán. (Jeremías 31,5)

– Ha jurado Yahvé por su diestra y por su fuerte brazo: No daré tu grano jamás por manjar a tus enemigos. No beberán hijos de extraños tu mosto por el que te fatigaste, sino que los que lo cosechen lo comerán y alabarán a Yahvé, y los que lo recolecten lo beberán en mis atrios sagrados. (Isaías 62,8-9)

– Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. (Isaías 65,21-22)

– Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: Beban de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y les digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con ustedes, nuevo, en el Reino de mi Padre. (Mateo 26,27-29)

– Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los pellejos, el vino se derramará, y los pellejos se echarán a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: El añejo es el bueno. (Lucas 5,37-39)

– Éstos no están borrachos, como ustedes suponen, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y profetizarán sus hijos e hijas; sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños. Y también sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra. (Hechos 2, 15-19)

– Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Señor, ¿quién dio crédito a nuestras palabras? Y el brazo del Señor, ¿a quién se le reveló? No podían creer, porque también había dicho Isaías: Ha cegado sus ojos, ha endurecido su corazón; para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, ni se conviertan, ni yo los sane. (Juan 12,37-40)

– Entonces Jesús les dijo: Si no ven signos y prodigios, no creen. (Juan 4,48)

– Aarón refirió todas las palabras que Yahvé había dicho a Moisés y realizó los prodigios ante el pueblo. El pueblo creyó, y al oír que Yahvé había visitado a los israelitas y había visto su aflicción, se postraron y adoraron. (Éxodo 4,30-31)

– Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,14)

– Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque estaba a punto de morir. Entonces Jesús les dijo: Si no ven signos y prodigios, no creen. Le dice el funcionario: Señor, baja antes que se muera mi hijo. Jesús le dice: Vete, que tu hijo vive. Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre. El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: Tu hijo vive, y creyó él y toda su familia. Tal fue, de nuevo, el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea. (Juan 4, 46-54)

Comentario

La primera parte del evangelio de Juan contiene los relatos de siete signos, el primero de los cuales es el de las bodas de Caná. Estos relatos de los signos están acompañados de discursos, diálogos, testimonios y controversias, que pretenden explicar el significado más profundo de los signos originales. Para el evangelista, los signos son algo más que simples milagros, pues cada uno de ellos contiene un mensaje importante sobre la persona de Jesús. Él desea confrontar a los lectores con Jesús a través de esos signos y llevarlos de este modo a la fe en él. El primer signo quiere anunciar la gran novedad de que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo. Todo lo antiguo es reemplazado por la nueva vida que Jesús trae al mundo. El relato tiene cinco partes: el signo de la boda es seguido de una controversia, dos diálogos y un testimonio. El signo está constituido por la boda celebrada en Caná de Galilea. (2,1-12). El agua de seis tinajas de piedra destinadas a la purificación ritual judía es sustituida por un vino abundante y exquisito, símbolo bíblico de los nuevos tiempos mesiánicos. Luego viene la controversia provocada por la expulsión de los mercaderes del templo (2,13-25). El templo de Jerusalén, que representaba el antiguo sistema judío de relacionarse con Dios, es reemplazado por una nueva relación con Dios, característica de los tiempos nuevos. A continuación, está el diálogo de Jesús con Nicodemo (3,1-21). ¿Cómo puede ser esto?, pregunta el fariseo judío Nicodemo durante la noche. La respuesta es que la fe en Jesús produce un verdadero nacimiento a una nueva vida. En seguida está el testimonio sobre Jesús de Juan Bautista (3,22-36). Jesús es el verdadero Mesías, que trae a los hombres la vida eterna de parte de Dios. Finalmente, viene el diálogo de Jesús con la samaritana (4,1-42). ¿Cómo puedes tú darme agua viva?, pregunta la mujer al mediodía. La respuesta es: el agua que yo doy se convertirá en un manantial del que surgirá la vida eterna.

María, la madre de Jesús, tiene un rol importante en este relato. Sorprende que en el evangelio de Juan no se la designe nunca por su nombre propio “María” y que tanto en la boda de Caná (2,4) como en la escena al pie de la cruz (19,25), Jesús la llame simplemente “mujer”. Sin embargo, la sola presencia de María al comienzo y al final de la misión de su hijo está indicando el decidido compromiso que ella tuvo siempre con Jesús. La expresión “mujer” utilizada en el evangelio alude a Génesis 3,20, donde la primera mujer es llamada madre de todos los vivientes.  En Juan 19,26, María es declarada la nueva madre de todos los fieles seguidores de su hijo Jesús y es acogida afectuosamente por ellos. A la información proporcionada por María, de que a los dueños de casa se les había acabado el vino durante la celebración de la boda, Jesús responde literalmente con la expresión: ¿qué nos importa a mí y a ti, mujer? Agregando, como explicación, que su hora no había llegado todavía; no la hora de realizar su primer signo, sino la hora de la culminación de su misión. Tratando de anticipar la llegada de esa hora, María dice simplemente a los sirvientes: Hagan lo que él les diga. Ella tiene muy claro que el resultado de su petición dependerá del propio Jesús y de su decisión de dejarse guiar sólo por la voluntad de su Padre en el ejercicio de su misión.

P. Sergio Cerna, SVD