Domingo de Trinidad: 4 de junio 2023,

Nueva reflexión sobre el Evangelio dominical de nuestro especial bíblico

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. (Juan 3,16-18)

Referencias bíblicas

– Yahvé tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: a él escucharán. Es exactamente lo que tú pediste a Yahvé tu Dios en el Horeb, el día de la asamblea, diciendo: No volveré a escuchar la voz de Yahvé mi Dios, ni veré más ese gran fuego, para no morir. Y Yahvé me dijo a mí: Bien está lo que han dicho. Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si un hombre no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello. Pero si el profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no le he mandado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. (Deuteronomio 18,15-20)

– Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí. (Juan 12,46-50)

– Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados. (1 Juan 4,7-10)

– Entonces le llamó el Ángel de Yahvé diciendo: ¡Abrahán, Abrahán! Él dijo: Aquí estoy. Continuó el Ángel: No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, ahora sé que eres temeroso de Dios y que no me has negado tu hijo único. Alzó Abrahán la vista y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Él fue, tomó el carnero y lo sacrificó en lugar de su hijo. Abrahán llamó a aquel lugar Yahvé provee, de donde se dice hoy en día: En el monte Yahvé se aparece. El Ángel de Yahvé llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: Por mí mismo juro, oráculo de Yahvé, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz. (Génesis 22,11-18)

– Finalmente les envió a su hijo, diciendo: A mi hijo le respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: Éste es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia. Y, agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le dicen: A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo. (Mateo 21,37-41)

– Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8,31-39)

– En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres. (Juan 1,1-4)

– Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: Rabbí, come. Pero él les dijo: Yo tengo para comer un alimento que ustedes no saben. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. (Juan 4,31-34)

– Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. (Juan1,6-8)

– La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo. (Juan 1,9)

– Y el juicio está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. (Juan 3,19-21)

– Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. (Juan 12,47)

– Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5,18-19).

Comentario

El evangelio se encuentra en el diálogo de Jesús y Nicodemo (Juan 3,1-21) y es la réplica de Jesús a la pregunta: ¿Cómo puede ser eso?  (3,9). El texto es parte de la respuesta de Jesús: la fe en él producía un nacimiento real a una nueva vida, de modo que sólo el que nacía del Espíritu podía entrar en el Reino de Dios. Había que nacer del agua, es decir, de nuevo y del Espíritu, es decir, desde lo alto, para participar del Reino. Conviene tener presente que este diálogo está en el bloque del primer signo del evangelio de Juan, cuyo mensaje central estaba relacionado con Jesús, como Mesías y salvador del mundo. Jesús había traído al mundo una nueva relación con Dios que superaría la antigua religión. El primer signo tiene cinco partes: 1. Signo: Boda en Caná (2,1-12); 2. Controversia: Expulsión de los mercaderes del templo (2,13-25); 3. Diálogo: Jesús y Nicodemo (3,1-21); 4. Testimonio: Juan Bautista (3,22-36); 5. Diálogo: Jesús y la samaritana (4,1-42).

En la Biblia, hay muchos testimonios de la imagen de Dios trascendente e inmanente. La ubicación de Dios en el cielo no le impedía preocuparse de los más necesitados de la tierra. Esta doble dimensión del Dios del cielo y de la tierra es presentada como una misteriosa realidad que no todos podían comprender. Jesús se presentó como el verdadero revelador de Dios. Sólo él había tenido la experiencia de estar con el Padre, por eso podía darlo a conocer. Dios había amado tanto al mundo que entregó a su propio Hijo, para que todos pudieran tener vida. El amor salvador de Dios era universal e incondicional. Sin embargo, habría un auto juicio para los que habían rechazado a Jesús. En este proceso de entrega de Dios al hombre, estaba presente la Trinidad. Todo procedía del Padre, pero había sido Jesús quien realizó su plan salvador y el Espíritu quien hizo nacer a nueva vida.

El texto del evangelio se divide en tres partes. 1. El amor y la vida (3,16).Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.  Dios no quería que nadie perdiera su vida porque él amaba a todos. Por eso envió a su Hijo, con la invitación de que lo acogieran y creyeran en él para encontrar la vida. El don de su Hijo era la demostración de la autenticidad del amor de Dios hacia el mundo y que su ofrecimiento estaba relacionado con su propia vida. 2. La salvación (3,17). Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  Dios no había enviado a su Hijo para juzgar al mundo, ni mucho menos para condenarlo. Los reales objetivos del plan de Dios estaban relacionados con la salvación del mundo y la vida verdadera para todos. La fe en Jesús nos conduciría a la salvación y la vida, y nos liberaría de la condenación y la muerte. 3. Conclusión (3,18).El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.  A pesar de que no estaba en los planes de Dios, igual habría un juicio. Al entregar a su Hijo al mundo, Dios sólo quería la salvación y la vida para todos. Pero la persona y el mensaje de Jesús sólo fueron acogidos por quienes creyeron en él. Hubo también quienes no creyeron en él y lo rechazaron radicalmente. Su actitud los llevó a auto marginarse del proceso salvador y a no participar de la vida de Dios.

+ P. Sergio Cerna, SVD