Con motivo de la 59 Jornada de Oración por las Vocaciones Sacerdotales que la Iglesia celebrará el domingo 8 de mayo, presentamos el recorrido vocacional de Juan Tapia, quien es oriundo de Cabildo (región de Valparaíso) y actualmente se encuentra en formación en Brasil.  

En primera persona, Juan, relata los hitos claves en su discernimiento para optar por un estilo de vida  basado en la donación a los demás y sobre su camino formativo que concibe como un proceso de constante conversión.

Cuando pensamos en vocación, normalmente lo hacemos asociado a los estados de vida que conocemos dentro de la Iglesia, que la edifican y sustentan, y desde los cuales construimos el Reino de Dios: la vida consagrada al sacerdocio, la vida religiosa consagrada, la vida matrimonial y familiar, y como laicos misioneros consagrados.

Obviamente, cursando mi enseñanza media en Cabildo, en la Región de Valparaíso, mi ciudad natal, no podía pensar de una forma diferente, por lo que, con todas las dificultades propias de la adolescencia, involucrando cuestiones de identidad, amistades, futuro profesional, familia y deseos profundos de autoconocimiento y de sentirme parte de un grupo de jóvenes, decidí entrar en el seminario diocesano a los 18 años, con el deseo de ser sacerdote.

Pero con el pasar del tiempo, en ese primer año, fui descubriendo, ayudado por los formadores del seminario, que yo mismo debía recorrer otros caminos, realizando un trabajo de autoconocimiento y afirmación de la identidad que me ayudara a profundizar en lo que realmente Dios quería para mí. ¡Y fue una sabia decisión!

No podemos, como vemos, separar el llamado vocacional de nuestra biografía. Ambas dimensiones son una sola, porque la vocación no es algo abstracto, sino que es algo que se vive, se experimenta, se siente en la piel. Así, en los 5 años siguientes (entre 2011-2015) me dediqué a mi desarrollo profesional, quise estudiar, formarme en algo que me gustase – lo que tantos y tantas jóvenes chilenos desean y no siempre consiguen –, con todo lo que conlleva vivir una vida de universitario en Chile: vivir solo, aprender a cocinar, lavar ropa, ser responsable por sí mismo, hacer nuevos amigos, enamorarse, ir a las fiestas y, claro, trabajar para poder costearse todos los gastos inherentes a los estudios. En mi caso fue Pedagogía en Historia en la Universidad Católica de Valparaíso.

Fue, sin dudas, un período maravilloso y decisivo en mi vida porque, sin dejar de participar de la misa dominical, la confesión y mantener un contacto — si no diario, por lo menos frecuente — con Dios, experimenté todo lo que cualquier joven hace. Sin remordimientos, pero también sin idealizaciones. Todo en su justa medida.

Acercamiento a la SVD

En esa época también conocí a la Congregación del Verbo Divino. Un viaje a Bolivia, para una formación misionera latinoamericana (con la Congregación de los padres y hermanos de Mariknoll), me abrió todo un mundo por conocer. Allá había dos padres verbitas participando de ese curso y que, por su forma de vivir la misión del Reino de Dios, me sentí totalmente identificado y apasionado.

Desde ese momento en adelante, junto con todos los quehaceres de universitario, me dediqué a profundizar en el conocimiento de Jesús, Verbo Divino hecho hombre, y de su misión. Participaba esporádicamente de encuentros vocacionales con la Congregación del Verbo Divino, conocí las parroquias y colegios en Santiago y en el sur de Chile. Y, además de todo eso, viajé a Río de Janeiro en 2013, para la Jornada Mundial de la Juventud. Ese acontecimiento me hizo dar un giro radical.

Fue así como, en 2015, terminando mis estudios, me decidí por entrar en la Congregación. Pasé tres años como postulante en Santiago, viviendo en el seminario, orando, compartiendo con mis compañeros y formadores, y haciendo mi pastoral con los jóvenes y en la Parroquia del Espíritu Santo de San Joaquín, pero también trabajando como profesor de Historia y de Religión en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, en La Granja, una nueva experiencia marcante en mi camino vocacional.

Juan  junto a sus compañeros y formadores en la renovación de votos realizado en septiembre del 2021 en Brasil.

Un cambio transcendental

Allá aprendí de los niños, jóvenes y sus familias. ¡Luché sus luchas, lloré con sus tristezas y me alegré con sus éxitos! Fueron 3 años de ejercicio docente muy llenos de vida, de amistad y de grandes recuerdos. Hasta que debí tomar una decisión para continuar con mi proceso: salir de Chile para hacer el noviciado (etapa de profundo conocimiento de la Congregación y momento de gran espiritualidad) en São Paulo, Brasil.

No está demás decir que aprender el portugués fue el menor de los problemas, porque hubo muchos otros, como acostumbrarme a las comidas, a la cultura, a la nueva forma de ser Iglesia, a estar lejos de mi familia y de mis amigos. Pero – como todos dicen –, debo reconocer que el noviciado es la etapa más marcante de toda la formación. Y así lo sentí hasta ahora.

Pues, estando en Brasil, se me abrieron otras puertas, otras lindas y desafiantes posibilidades, que me llevaron a estudiar la Teología en el propio Brasil, los dos años siguientes al noviciado, en ese momento difícil y desafiante de la pandemia, y luego, en este año 2022, a interrumpir esos estudios para tener otra nueva experiencia en Belo Horizonte, capital del Estado de Minas Gerais, conocida como Programa de Formación Transcultural (PFT), un período intenso de pastoral, mas, en mi caso, combinado con estudios de Filosofía que son necesarios para continuar el proceso de formación.

Ser feliz es donarse

Dejo para el final de esta narración algo que yo califico como “un llamado dentro del llamado”. El año pasado (2021) tuve una experiencia desafiante en la misión, desarrollando un servicio pastoral con las personas en situación de calle. Me asocié al trabajo de un grupo de religiosos, religiosas, laicos y personas de otras religiones, que ayudaban a los hermanos y hermanas más desprotegidos, que carecen de lo más básico para sobrevivir: comida, agua, un hogar, atención de salud, compañía y escucha atenta. Allí, durante un año completo, mi vida se transformó porque conocí al Dios de los pobres, al Dios que sufre con su pueblo, al Dios eucarístico que se manifiesta en su cuerpo herido, partido y repartido. Descubrí un nuevo modo de ser Iglesia en salida, en la calle, en las plazas, debajo de los puentes, siendo pobre con los pobres, desposeído de todo con los que no tienen nada, igual como San José Freinademetz se volvió chino con los chinos, o San Pablo se transformó en todo para todos.

Ese proceso de conversión profundo solo comenzó cuando me abrí a una realidad desconocida, a un llamado que escuché siempre y todavía escucho: ¡Ser feliz! El llamado que Dios me hace a mí, y nos hace a todos es solo uno: ¡Que seamos felices! Todos tenemos una misma y única vocación: ¡La felicidad plena! Dios nos muestra el camino, que es su Hijo Jesucristo, a nosotros que somos cristianos, para ser felices, única vocación común a todos los hombres y mujeres. ¿Quién sabe si tu camino para alcanzar la felicidad no sea donarte totalmente por los otros, por los que sufren, por los que nada tienen, pero que experimentan a Dios plenamente en sus vidas? ¿Ya sentiste ese llamado de ser feliz donándote radicalmente a tus hermanos?