Carlos Pellegrin Barrera

Cada año, el 27 de abril, la Iglesia universal se alegra y da gracias a Dios por Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien se destacó por una vida entregada a la evangelización, como pastor cercano a su pueblo, obispo misionero y valiente defensor los indígenas y sus culturas. Nació en España en 1538, estudió en Valladolid y Salamanca, sirvió en Granada en tiempos complejos para la vida de la Iglesia. En 1579 fue consagrado obispo y nombrado Arzobispo de Lima, donde llegó en 1581 con un corazón dispuesto a evangelizar con entrega generosa a su pueblo. Fue canonizado por Benedicto XIII, en el año 1726, y más recientemente nombrado patrono de los obispos de América Latina, por San Juan Pablo II.

Como un verdadero discípulo y misionero de Jesucristo, le tocó dar testimonio de su fe en tiempos especialmente desafiantes para la vida de la Iglesia, mostrándose como pastor ejemplar y modelo por su celo misionero, que el Señor espera de manera especial de los ministros de la Iglesia. Como muchas veces pasa en la vida de los cristianos, el Señor lo escogió para una misión impensada, algo que no se le había pasado por la mente ni estaba en sus planes de vida. Siendo laico e inquisidor en Granada, fue llamado a asumir como Arzobispo de Lima, podríamos decir que, de una vida relativamente asegurada y confortable, Santo Toribio respondió con generosidad absoluta y con audacia dio su “si” al llamado de Dios. Fue ordenado diácono, sacerdote y posteriormente obispo, asumiendo un cambio de vida que requería de una entrega total a la voluntad de Dios.

No es fácil imaginar el costo que habrá significado para Toribio la nueva misión encomendada y convertirse, de un día para otro, de laico a Arzobispo de Lima, la ciudad más importante de América del sur, en el tiempo que le toco vivir. El testimonio de Santo Toribio debería ser para todos nosotros una invitación a reiterar a diario una respuesta generosa a lo que Dios nos pide, abiertos a las sorpresas que requieren absoluta disponibilidad y docilidad de nuestra parte. Eso significa ser instrumentos del Señor, entregados a sus manos y confiando en que su gracia siempre nos asiste y nunca nos dejará solos.

Como pastor ejemplar, Toribio Alfonso de Mogrovejo, asumió sus diversas responsabilidades con seriedad, buscando siempre la justicia, de manera particular en lo referente a la defensa de los indígenas. Denunció sin temor las explotaciones de algunos españoles, que abusaban contra la población indígena, lo que lo llevó incluso a enfrentarse con el virrey. Tampoco le faltó valentía cuando, en 1585, excomulgó al corregidor de Cajatambo, dejando en evidencia y condenando los abusos contra la población originaria. En el ámbito de la evangelización, procuró el cultivo de métodos catequísticos abiertos a valorar las expresiones culturales originarias de los pueblos, acogiendo el uso de la lengua nativa como camino válido para cultivar las semillas del evangelio, que estaban ahí antes de la llegada de los misioneros y que encontrarían su plenitud en Cristo. Destacado es su esfuerzo por publicar el catecismo en castellano, quechua y aimara.

Una actitud positiva a la cultura y tradiciones locales, de la que santo Toribio es ejemplo para los pastores de nuestro tiempo, sigue siendo una necesidad urgente en un mundo de vertiginosos cambios. En ambientes donde la presencia indígena sigue siendo importante, es fundamental procurar una cercanía que reverencie la lengua local, las tradiciones y formas de vivir la fe, destinando tiempo para aprender las lenguas que permiten al misionero proclamar de manera significativa la Buena Nueva. Por otra parte, métodos tradicionales de evangelización ya no son respuesta para las generaciones actuales, lo que nos exige una actitud que favorezca nuevos caminos, marcados por una actitud discipular que nos permita llegar al corazón de las personas, en su contexto cultural, hablándoles de manera significativa y de acuerdo a formas actuales.

Durante su servicio como Arzobispo de Lima, a pesar de las dificultades de transporte de la época, visitó tres veces en 18 años el territorio de la Arquidiócesis, recorriendo más de 40.000 kilómetros, a caballo o de a pie, desde Panamá hasta el inicio de la capitanía de Chile. Como patrono de los obispos de América Latina, la figura de este santo pastor que sale en busca de sus ovejas se convierte en un desafío permanente para llegar a ser, como lo dice el Papa Francisco, “pastor con olor a oveja”.

Toribio de Mogrovejo convocó varios sínodos y concilios provinciales, escuchando al pueblo de Dios con un oído atento y dócil, para reconocer la acción y voz del Espíritu Santo en el pueblo de Dios. Los frutos de esa actitud sinodal del pastor se hicieron evidentes en iniciativas pastorales concretas, que le daban nueva vida a la Iglesia. Entre ellas está la fundación del Seminario de Lima, llamado hoy Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo, donde se formaron los primeros sacerdotes mestizos del Perú. Las iniciativas de participación y diálogo, proféticas en su tiempo, marcaron el episcopado de Toribio de Mogrovejo con la actitud de escucha y respeto, que genera comunión en medio de la diversidad. Con razón San Juan Pablo II, en su primer viaje a Perú, lo describió como un verdadero “constructor de unidad eclesial.” Crear espacios de comunión, sin miedo a las diferencias, con respeto a los que piensan distinto, sigue siendo el camino para evangelizar en comunión.

Santo Toribio de Mogrovejo nos deja como herencia espiritual un llamado a renovar la cercanía de los pastores de la Iglesia a su pueblo, evangelizando la cultura e iluminándola, desde dentro, con la Buena Nueva del Reino de Dios. Siempre priorizando el respeto por la dignidad de las personas, denunciando, cuando es necesario, todo abuso e injusticia.

Sobre el autor:
Carlos Pellegrin Barrera, es miembro de la Congregación del Verbo Divino. Sirvió como misionero en Ghana, África, entre 1985 y 1995, regreso a Chile y fue Secretario de Misiones en su congregación entre 1995 y 1999. Fue Rector del Colegio del Verbo Divino entre 1999 y 2006, año en que fue ordenado Obispo y asumió la Diócesis de Chillán. Desde el año 2018 es Obispo emérito.