*Por: Hna. Claudia Muñoz ACI

Tal como el libro del Génesis relata la Creación como una sucesión de días en los que Dios despliega su poder creador, los relatos de la Resurrección en los Evangelios, también narran los acontecimientos como una sucesión de mañanas y tardes, en las que se van desplegando ante nuestros ojos imágenes de tinieblas y luz, caos y miedo, certezas e incertidumbres, encuentros, fe y esperanza.

El texto del Evangelio en este Domingo de la Misericordia (Jn. 20, 19-31), nos presenta una escena en el atardecer de ese primer día. Cuando ya se ponía el sol y la oscuridad se volvía a extender pesadamente sobre los amigos del Maestro.

Estos hombres y mujeres se habían quedado sin sentido, sin razones y sumidos en una gran tristeza y decepción. Estaban perdidos, oscuros, encerrados, en caos.

Durante la pasión y la muerte de Jesús, no solo él había sido herido por los golpes, la cruz, los clavos. También sus amigos y amigas estaban heridos. Heridos de dolor, de temor, de frustración, de desconcierto. Sus amigos estaban heridos de muerte y las tinieblas y el caos de aquel primer día de la nueva Creación, se extendían sobre ellos y los aplastaban. No solo tenían las puertas cerradas, sus corazones también estaban cerrados. Estaban encogidos y escondidos.

A este caos llega Jesús, ahí se hace presente. Discreto, suave, poderoso, a la vez que cariñoso y comprensivo. Luminoso e iluminador.

La manera con la que había vivido, sufrido y muerto, era hoy la manera con la que VIVÍA. Su modo de resucitar y vivir, su manera de vivificar nuestras vidas con su Resurrección, surgía sin duda del talante con el que había vivido, sufrido y muerto. Su modo, su estilo, sus opciones y decisiones, le hacían resucitar así, trayendo paz, consuelo y sentido.

Nuestra sociedad, nuestro mundo, también están en un atardecer de ese primer día de la Semana. Jesús Resucitado en medio nuestro y nosotros encerrados. La oscuridad de la noche se extiende sobre nuestras vidas, el caos y el temor, la confusión y las incertezas nos aíslan, nos encierran. Sin embargo, Dios está, en Cristo Resucitado, soplando Espíritu Santo, aliviando nuestras heridas a través de las suyas, reparando nuestros corazones. Y no lo vemos, no nos dejamos consolar, alegrar, “misericordiar”[1].

El modo de vivir de Jesús, marcó su modo de morir y su modo de Resucitar. Él se presenta esa tarde del Primer día de Pascua, con su modo de ser Jesús de Nazaret. Su modo de reparar las heridas, de levantar a los muertos, de sanar a los leprosos, a los ciegos y a los paralíticos, es su modo de consolar hoy y de reparar nuestras heridas personales y sociales.

La oscuridad y el caos en el que nos pone la guerra, la violencia, la injusticia, la deslealtad, la indiferencia, son lugar de soplo, son lugar de anuncio de paz, son lugar de Espíritu Santo.

Cristo vence las tinieblas, pero las vence a su modo, al modo de cómo vivió, sufrió y murió. El estilo, la forma de Jesús de Nazaret, es también la nuestra, la más auténtica manera, forma, de estar entre la noche y la mañana del Primer día de la semana.

Dejémonos reparar por Él para que sea el mismo Señor de Nazaret, el Señor Resucitado, puesto en medio de nuestro mundo, vencedor de nuestros temores y violencias, el que nos muestre su manera de ser con Él, luz y sentido que empuja hacia la noche, siempre esperando el día, en esta nueva creación en la que creemos y esperamos.

[1] Palabra que usa el Papa Francisco en varios de sus discursos. Por ejemplo, en el discurso a los sacerdotes y religiosos en la catedral de Santiago, enero 2018.

*Sobre la autora:

La Hna. Claudia Muñoz Cáceres es religiosa Esclava del Sagrado Corazón de Jesús. Vive en Tierra Amarilla, en la región de Atacama con su comunidad religiosa. Actualmente es Responsable Parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de Loreto de Tierra Amarilla.