*Testimonio de Patricio Fernández

Me solicitaron que diera mi testimonio o mi experiencia, respecto del significado de la Cruz de Jesús, en mi vida, como creyente, discípulo, profesor, hijo, padre y hermano.

Lo primero que debo decir es que soy católico, porque provengo de una sencilla familia de raíces católicas, que vivían la fe y seguían a un Jesús, de carne y hueso, en el prójimo, en los demás… en el servicio y entrega a los otros, en la acción desinteresada de ayudar a quien lo necesitara, en la oración y reflexión profunda, en la Eucaristía, en el Mes de María, en la novena del niño Dios, y por supuesto, en la Semana Santa y en el Vía Crucis.   Por lo tanto, mi fe, también la vivo un poco con esa herencia y tal vez “bastaría con eso” para reflexionar del significado de la Cruz de Jesús en mi vida.

Pero, se me interpela, para que lo hable, de los hechos más o menos recientes de mi vida personal y de la “cruz” que en la actualidad debo cargar. A continuación, contextualizo un poco. Como dije antes, soy profesor de enseñanza básica en el Colegio Espíritu Santo del Verbo Divino, de la Comuna de San Joaquín, Colegio dependiente de la Congregación del Verbo Divino y al que pertenezco desde hace aproximadamente 18 años.
Desde que me integré a la Comunidad Educativa, aparte de mi labor de inspector y/o profesor, siempre participé animando la liturgia y las eucaristías, cantando y tocando guitarra, “formando grupos de canto” o coros con los alumnos y alumnas que quisieran acompañarnos y trabajando con los diferentes profesores de música, que han trabajado en el colegio, durante este tiempo. (esto lo aclaro, ya que soy profesor de enseñanza básica y no profesor de música)

A fines del año 2020 (primer año de la pandemia), después de haber asumido el desafío de acompañar a nuestros estudiantes, en “encuentros on line” y haberlos tratado de acompañar con los escasos recursos y escasa experiencia del trabajo a distancia (situación que debe haberle ocurrido a muchos estudiantes, profesores y familias a lo largo de nuestro país) y después de haberme “cuidado” mucho durante todo ese tiempo; el día 30 de diciembre, comienzo con síntomas de Covid. Lo primero que se me cruza por mi mente es que debo sacar a mi papá de la casa, por lo que se fue donde mi hermana. Con mi familia, Magaly mi señora y Amanda, mi hija, fuimos a acompañarlo, pues el año anterior se había quedado viudo.

La primera semana de enero de 2021, mi señora y mi hija me cuidaron con mucho cariño, durante ese tiempo se me confirmó el Covid y cuando casi se acababa el plazo de 11 días de contagio, casi no amanezco… Magaly me encontró al borde de la muerte. Con mi hija se comunicaron con mi hermano; llamaron una ambulancia que rápidamente llegó, me llevaron inmediatamente a una clínica, la única disponible.  A los 15 minutos de haber llegado, ya me tenían intubado, al rato en entrevista con un familiar, el doctor dice que estoy muy grave, que tratarán de hacer lo posible por salvarme, pero que se necesita oración, buenas vibras, energías…mi familia y mis amigos, la comunidad educativa del Colegio, muchos se encargaron de ayudarme con eso. En resumen, estuve un mes en la clínica, 2 veces intubado.

Durante esta estadía en la clínica se me rompió una arteria en el antebrazo izquierdo, lo que a la larga ha significado estar un año completo con licencia médica, rehabilitación, médicos y lo que se ha traducido en reaprender a hablar, comer, caminar, ponerme de pie, ir al baño y un largo etcétera…

Hoy, mi mano izquierda no la puedo empuñar, ni se puede cerrar completamente, he quedado en una situación de discapacidad, la que se traduce en que básicamente no puedo tocar guitarra. Me he reintegrado al colegio, estoy haciendo clases, tengo una jefatura, participo en un par de departamentos, colaboro en Inspectoría, me he reencontrado con alumnos, colegas, apoderados (aun cuando estaba “muerto de miedo” por volver). Sólo me queda dar gracias a Dios, por tener vida, por tener a mi familia, por el reencuentro, porque en mi colegio me siguen considerando, por los estudiantes y sus historias.

Muchos días me pregunto ¿por qué? y no encuentro la respuesta, una verdadera respuesta que de verdad me permita satisfacer la necesidad de responder esa pregunta. Esta cruz, me ha significado rehacer y modificar cosas en mi vida, en mis relaciones, en los encuentros con los demás. Popularmente se dice que, “Dios no pone cargas que no puedas llevar”, ni “una cruz que no puedas cargar”, pero eso se traduce en que Dios nos pide que aceptemos los sufrimientos de la vida y las dificultades que se nos presentan. Pero ante esas dudas, es el propio Jesús quien nos da la respuesta. En el Evangelio de Mateo nos dice: «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.»» (Mateo 11, 28-30)

Tal como Simón de Cirene ayudó a cargar la cruz de Jesús hasta el Calvario, también en este tiempo de mi vida, he tenido muchos “Simón de Cirene” que me han acompañado y ayudado a cargar “mi cruz” y han aliviado el dolor, secado el sudor y las lágrimas. Doy gracias a Dios por su presencia en mi vida, mi familia, amigos, colegas, alumnos y ex alumnos, profesionales del área médica y rehabilitación, tantos rostros, tantas presencias, tantas personas…

Termino con una pequeña reflexión, que surgió en una sesión con un terapeuta, quien un día me dijo: “no es ¿por qué?… sino ¿para qué? y creo que el ¿para qué? es lo que nos debe mover y motivar a ser verdaderos cristianos y misioneros. Como dice la canción “PERDER LA VIDA” de Teo Mertens, en la adaptación del P. Alex Vigueras.

PERDER LA VIDA
Perder la vida, tomar la cruz, seguir los pasos de Jesús,
amar con su forma de amar, perder la vida para ser luz.

Darse por el que nadie amó, darse por el abandonado
que espera ver amanecer. Prestar oído a su clamor,
amar como un enamorado, a aquel que nadie quiere ver.

Gritar que Dios no está dormido y está dándonos su fuerza
que va sembrando libertad. Gritar que el odio no ha vencido
y la esperanza no está muerta, y Dios invita a caminar.

Andar caminos aún no andados, saltar abismos y fronteras,
ir donde nadie quiere ir. Darle la mano al que está solo
y que ya todo lo ha perdido, darle la fuerza de vivir.

La puedes escuchar aquí:
Patricio Fernández

Patricio Fernández

Patricio Orlando Fernández Montoya (50 años) es profesor de Enseñanza General Básica. Desde el año 2003 se desempeña como profesor en el Colegio Espíritu Santo del Verbo Divino, dependiente de la Congregación del Verbo Divino, en la comuna de San Joaquín.

Está casado con Magaly Morales Acevedo, quien pertenece al grupo ALMA, Misioneros Laicos del Verbo Divino.  Es padre de Amanda Fernández Morales, estudiante de ingeniería comercial en la Pontificia Universidad Católica de Chile.